Se murió Ramón
El 21 de diciembre pasado, en este mismo diario, escribí sobre la terrible situación que se ha generado por la escasez de medicamentos. Puse como uno de los ejemplos el caso del portero de mi edificio, el querido señor Ramón, a quien le subió alarmantemente la tensión: tenía meses sin tomarse el antihipertensivo “porque no lo conseguía y si se conseguía, no era el genérico y no tenía plata para comprarlo”. Ramón murió el día 19 de este mes, ni siquiera un mes después de la subida de tensión que le provocó un ACV y de ahí en adelante fue todo cuesta abajo.
La muerte de Ramón ha sido un motivo de gran consternación para todos quienes vivimos en el edificio. Tenía veinticinco años trabajando aquí. Un hombre de una gran capacidad de trabajo – llegaba a las cinco de la mañana a lavar carros- y desde las 6 am limpiaba las áreas comunes. Estaba pendiente de todos y de todo. Siempre tuvo una palabra amable y un gesto cordial. Honesto, honestísimo. Uno podía dejarle las llaves del carro, de la casa, de lo que fuera, que con él estaba seguro. Ramón era uno de esos venezolanos de bien que no le tenía miedo a bregar para ganarse el sustento. Nunca pidió dinero que no fuera a cambio de un trabajo. Nunca se quejó de que no tenía medicinas. Lo supimos cuando ya era demasiado tarde. Estoy segura que de haberlo sabido, todos lo hubiéramos ayudado. Venía a trabajar siempre. No faltaba ni cuando estaba enfermo. Recuerdo una vez que tenía asma –lo noté porque casi no podía respirar- pero estaba, como siempre, en su puesto de trabajo. Le fui a buscar un inhalador. Cinco farmacias recorrí hasta encontrarlo. El precio él no lo hubiera podido pagar.
Ramón era chavista hasta la médula. Chávez era su ídolo. Fue a todas las marchas que coincidían con sus días libres, con su franela roja y su gorra que decía “PSUV”. Jamás fue obligado. Lo hacía, más que con gusto, con devoción. Creía que la revolución iba a arreglar el país. Cuando murió Chávez pidió permiso para ir a su entierro. Hizo cinco horas de cola, “pero lo vio”. Votó por Maduro, porque era lo que Chávez “le” había pedido.
Sin embargo, el encanto con Maduro le duró poco. Cada día los reales le rendían menos. Tenía un niño pequeño y ayudaba a su mamá. Tal vez ésa fue la razón por la que dejó de comprar sus medicinas. Quedó en schock cuando unos motorizados mataron a un señor a plena luz del día en una panadería que queda a dos cuadras de nuestro edificio. Peor aún fue haber visto a otro asesinado en la acera, unos metros más arriba de su garita de vigilancia. Ni hablar de los terribles casos que supo del barrio donde vivía. Pero nunca entendió que la inseguridad era culpa del gobierno. Como también fue inútil explicarle a Ramón que si bien Maduro tenía responsabilidad en la crisis que nos agobia, el causante era Chávez.
Ramón se murió. Se murió en un hospital donde durante tres semanas no pudieron hacerle los exámenes que necesitaba. Donde permaneció adolorido y consciente de que su final estaba cerca, tirado en una camilla en emergencia, porque no había camas. Solo el día antes de su muerte lo subieron al piso 8.
Ramón murió siéndole fiel a Chávez. Pero si Chávez le hubiera sido fiel a él, Ramón hubiera tenido acceso desde el principio a medicina de alta calidad y quizás hoy no estaríamos lamentándonos su muerte. Tenía 53 años. Pero la realidad es que murió y aquí lo que hay son aviones Sukhoi, armas y arcas vacías: la realidad de una patria que se muere un poquito cada día.
@cjaimesb