La felicidad de Pablo
Conocí a Alejandra Hurtado en 1997. (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%) me puso en contacto con ella para coordinar los artículos que él escribía en La Columna Patriótica. Alejandra y su esposo Pablo López son los editores de La Razón. Ambos constituyen las bases que sostienen al semanario. Su trabajo lo hacen en conjunto con sus hijos y el personal profesional y técnico bajo un concepto de armonía familiar. En La Razón los viernes se convierten en el momento de la creación periodística. Más que labranza intelectual ese día y toda su noche se transforma en goce espiritual. Todos ellos, esposos, hijos y productores de páginas, se mezclan con la emocionalidad de plasmar la noticia inédita. De transmitir un pedazo de la realidad concreta que envuelve al país. En más de una ocasión he estado allí. En ese sótano de la dignidad, como lo llama Alejandra. Compartiendo hasta altas horas de la madrugada el trabajo creativo. Me consta el esmero y la pasión que todos le ponen a su propia partícula para alcanzar el todo. Alejandra, además, es un motor que estimula con arrojo culminar lo iniciado. Algunas veces la llamé, casi a medianoche, para comunicarle que no tenía el artículo acabado. Pero esas veces nunca permitió que me rindiera al inexorable tiempo. Esperaba por mi hasta el final del cierre. Y yo tenía que vencer el agotamiento, el cansancio, el sueño acumulado. Pero el artículo lo entregaba. Casi al amanecer del sábado. Es que la fuerza moral que impregna Alejandra, neutraliza cualquiera de las justificaciones que nos inventemos para sucumbir al placer del reposo. Ella es contestaria por naturaleza. Revolucionaria en su espíritu. Firme con sus principios incorruptibles. Con toda razón defiende la dignidad. Ella la simboliza. Los que traten de minimizarla con la fuerza usurpada del Poder del Estado no conocen todavía la magnitud de sus virtudes. Ni perciben la energía que dimana de sus convicciones ideológicas. Alejandra es una luchadora del pueblo. Venezolana criolla a quien no puede derrotar el poder clientelar de la corrupción. Alejandra es como La Razón: notablemente independiente y crítica.
Por estas cualidades innatas, tanto en ella como en Pablo, es por lo que se ha logrado llevar a La Razón a un nivel de prestigio en la sociedad venezolana. Y más ahora con la persecución fallida de las cúpulas de turno. La Razón se eleva en la dimensión racional de la comunidad de ciudadanos analíticos y pensantes. Las denuncias, contundentes y bien sustentadas, han enfrentado a los codiciosos hombres del entorno de la nueva estructura de mando sobre la sociedad. Hombres usureros, sujetos a los hábiles negociados que le han facilitado ascender a las cifras multimillonarias de sus cuentas corrientes en la banca nacional e internacional. Hombres sin escrúpulos que nunca han luchado por la reivindicación del pueblo, sino todo lo contrario, lo han explotado. Hombres ignorantes que no saben lo que significa la buena voluntad del prójimo, ni la trascendencia de los cambios transformadores que demanda la nueva Venezuela. Esos hombres insisten en liquidar a La Razón porque este semanario los descubrió. Los desnudó públicamente informando de sus arreglos por debajo de la mesa y de sus componendas que perjudican al Estado y a la riqueza nacional de todos los venezolanos. Por eso quisieron apresar a Pablo. Y en su demanda aspiran a apoderarse de la empresa editora. En agosto, durante las audiencias judiciales, se destaparán muchos otros asuntos ignorados todavía.
Cuando Hugo Chávez no pudo continuar escribiendo, allá en 1997, ese espacio se convirtió en la Columna Crónicas de un Oficial. Y desde entonces no ha dejado de aparecer cada domingo. Me mantengo afín con la línea editorial del semanario y, a menos que me lo pidan sus editores, mantendré permanentemente esa columna. Mi prioridad estará con La Razón. Mi lealtad esta del lado de los amigos verdaderos. De los que se la saben jugar en las malas. De los que saben el significado de la solidaridad humana. De los que se mantiene irreductibles ante los principios del verdadero cambio revolucionario. De quienes sienten amor por el prójimo y colocan por encima del valor material de las cosas, el valor espiritual del bien común. De quienes nunca jamás traicionan. Estas son las razones por las cuales admiro a Alejandra. Porque ella es de las buenas, de las valerosas, de las imprescindibles para los cambios de Venezuela. Ella es una guardiana del destino de Venezuela. Y será imposible que un Tobías Carrero, o un Luis Miquilena, o una Multinacional de Seguros, inclusive un Hugo Chávez, con todo el poder que tienen, dobleguen a una mujer del temple de Alejandra Hurtado. Pablo si tiene con quien contar. Y eso es un privilegio. Esa es la felicidad plena