Opinión Nacional

¿Dónde están la esperanzas?

Es curioso, pero estos quince meses de desencuentros, también han sido una oportunidad única para que los venezolanos nos encontremos con nosotros mismos, con nuestro ser interior, con nuestros pesares y nuestras debilidades, pero también con nuestras fortalezas. Ha sido un tiempo para despertar, asombrados de descubrir un país distinto, asombrados de descubrirnos nosotros mismos, de no ser la imagen que creíamos ser, que durante años construimos con nuestras ensoñaciones sauditas o tercer mundistas. Es la sorpresa de ver el dolor de parto de un país que nace, en medio de la amenaza permanente del que muere. Porque sí, por qué negarlo, hoy se enfrentan dos países, uno en ejercicio del gobierno, con todo el poder que el monopolio de la fuerza gubernamental da, y otro indefenso materialmente, pero armado de coraje y fortaleza en lo espiritual. Uno amarrado al pasado, un oprobioso pasado lleno de contradicciones y de desatinos, agotado y con la única empresa de destruir, destruir y destruir; otro, en cambio, hambriento de cambios, deseoso de construir una «patria nueva«, pero realmente nueva, donde el hombre tenga el lugar que le corresponde, que no es otro que el de seres libres y pensantes, con total control de su responsabilidad ante la vida y ante su destino. Son dos Venezuelas en una: una firme en el siglo XX y otra ansiosa de saltar al XXI. Es una que se consume en palabras vacías y en arbitrariedades, y otra que grita cada vez más fuerte, como todo niño recién nacido, que no importa lo que digan o hagan, porque la naturaleza siempre impone lo nuevo sobre lo viejo, el cambio sobre la permanencia.

En estos quince meses, al margen del ruido y de las acrobacias de la vieja política, muchos venezolanos hemos tenido la oportunidad de ver ese otro país, ese en el que soñamos muchas veces, y que creíamos un imposible. Ese es el país donde residen nuestras esperanzas, y por el cual debemos luchar con todas nuestras fuerzas, sin importar lo que se oponga a su nacimiento. Es el país que cree en la libertad como valor supremo, y en la democracia como medio para conservarla. Es el país que se ha formado, »a pesar de», con la creencia firme de que sólo con trabajo y honestidad, es como se logra el progreso y la vida próspera. No hay otro camino; los demás son atajos inútiles que no llevan a otra parte, más que al atraso y a la miseria. No existe ningún otro camino a la felicidad, sea como mar o como infinito, que el camino de la libertad.

Hace quince meses le dijimos NO a ese país anciano y moribundo; pero sin saberlo, fuimos traicionados. En lugar de cambios, lo único de lo que hemos sido testigo, en lo que a ellos toca, es del reforzamiento de lo viejo y la amenza permanente sobre lo nuevo. Sin embargo, algo bueno ocurrió en ese entonces, y fue que descubrimos que siempre habrá maneras de librar la batalla por el cambio, mientras defendamos ese derecho a ser libres que toda democracia representa. Saber decir NO, a veces es más contundente que sólo afirmar SI. Pues bien, nuevamente, diecisiete meses después, la nueva Venezuela, la que nace en medio de tantas penurias pero llena de vida y firme en sus esperanzas, debe levantar su voz nuevamente y decir NO, a ese país anciano y enfermo que se empeña en no morir. No importa lo que digan o lo que hagan, defendamos nuestro derecho a gritar ese NO.

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