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Papa aboga por una Iglesia abierta a homosexuales y divorciados

La Iglesia se debe mostrar cercana a todos, incluidos divorciados y gais, según reflexiona el papa Francisco en su primer libro entrevista, escrito con el periodista italiano Andrea Tornielli y que se presenta en Roma este martes.

El libro, basado en preguntas breves y sencillas a las que el papa contesta extensamente con numerosas anécdotas y episodios de su vida, ha sido ya calificado como la encíclica sobre la misericordia que el pontífice siempre ha querido escribir.

«El nombre de Dios es Misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli», que sale hoy a la venta en 86 países y ha sido traducido a 16 idiomas, es también una especie de «manifiesto» del Año Santo que acaba de comenzar sobre este tema.

El «vaticanista» de La Stampa explica cómo para Bergoglio la Iglesia tiene que calentar «el corazón de las personas con la cercanía y la proximidad».

Y las respuestas del papa lo corroboran.

«La persona no se define tan sólo por su tendencia sexual: no olvidemos que somos todos criaturas amadas por Dios, destinatarias de su infinito amor. Yo prefiero que las personas homosexuales vengan a confesarse, que permanezcan cerca del Señor, que podamos rezar juntos. Puedes aconsejarles la oración, la buena voluntad, señalarles el camino, acompañarlos», dice Francisco sobre la posición de la Iglesia respeto a los gais.

Una cercanía también hacia las personas divorciadas y vueltas a casar a quienes la Iglesia católica excomulga y aparta.

«Abrazadlas y sed misericordiosos, aunque no podáis absolverles. Dadles de todos modos una bendición», añade el Papa.

La novedad del libro está en la sencillez del lenguaje del Papa y en los ejemplos de cotidianeidad y testimonios de su vida.

«Yo tengo una sobrina que se ha casado civilmente con un hombre antes de que éste obtuviera la nulidad matrimonial. Querían casarse, se amaban, querían hijos y han tenido tres (…) Este hombre era tan religioso que todos los domingos, yendo a misa, iba al confesionario y le decía al sacerdote: ‘Se que usted no me puede absolver, pero he pecado en esto y en aquello otro, déme una bendición’. Esto es un hombre formado religiosamente», pone como ejemplo el pontífice.

Bergoglio cuenta sobre una mujer, cuando él era cura en Buenos Aires, que trabajaba como prostituta para dar de comer a sus hijos y que un día fue a la parroquia a darle las gracias.

«Yo creía que se trataba del paquete con los alimentos de Cáritas que le habíamos hecho llegar: ‘¿Lo ha recibido?’, le pregunté. Y ella contestó: ‘Sí, sí, también le agradezco eso. Pero he venido aquí para darle las gracias sobre todo porque usted no ha dejado de llamarme señora'», relata.

El Papa también critica la falta de misericordia de una iglesia aún existente que niega el funeral a un recién nacido porque murió sin bautizar.

«Pecadores sí, corruptos no», es otro de los capítulos del libro, en los que el pontífice critica sin tapujos la corrupción.

La imagen del corrupto para el Papa es sencilla y clara: «Es el que se indigna porque le roban la cartera y se lamenta por la poca seguridad que hay en las calles, pero después engaña al Estado evadiendo impuestos y quizá hasta despide a sus empleados cada tres meses para evitar hacerles un contrato indefinido».

El libro también es una confesión del Papa sobre que echa de menos su papel de confesor para perdonar: «Ahora confieso menos, pero aún lo hago. A veces quisiera poder entrar en una iglesia y sentarme en el confesionario».

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