Opinión Nacional

Lecciones de ética militar

La más reciente iniciativa del militarismo oficialista, “heavy” o pesado, para diferenciarlo del otro, opositor, “light” o ligero, pero ambos coincidentes en asignar al poder armado un papel preponderante en la conducción de los asuntos del Estado en sustitución del poder civil, ha sido la asumida por el Presidente de la República de dictar las lecciones correspondientes a la cátedra de Ética que, en la esfera militar, deben cursar los jóvenes cadetes en su último año académico.

La decisión ha sido interpretada por distintos sectores interesados en el proyecto de rescate democrático y de reconstrucción republicana, en relación a la megaelección del entrante 28 de mayo, como una ratificación de la postura del primer magistrado de involucrarse cada vez más en un proceso político con bien definidos perfiles autoritarios. En ese contexto, la Fuerza Armada Nacional debe dar paso al partido militar, el cual, gracias a la consiguiente y recurrente politización, se transformaría así en el soporte fundamental del régimen. Por supuesto, no hay que ignorar, en tales circunstancias, la necesaria concesión a las políticas populistas que tienen la virtud de atribuir fisonomías seudodemocráticas a comportamientos más bien cercanos al despotismo en función de gobierno.

Por otra parte, es oportuno señalar que al adoctrinamiento político a largo plazo al que son sometidos los cadetes a través de las lecciones de Ética militar, se añade el uso de ese recurso académico para fines proselitistas en el corto plazo de cara al proceso electoral en marcha para la relegitimación de autoridades nacionales, regionales y locales. Se anudan en esa forma el abuso y el ventajismo al permitir las autoridades respectivas que sean utilizados los recintos militares para fines distintos de los que propiamente les corresponden.

No se conocen, por razones obvias, los contenidos de las lecciones que ha dado el Presidente en el desarrollo de la cátedra, pero llaman la atención dos hechos: de bulto, la circunstancia de que el profesor accidental (parece que es así) del curso en cuestión, en su currículo, no puede obviar la actuación, contraria a la ética militar, que le tocó cumplir el 4F/92 al encabezar una rebelión armada contra las autoridades legítimamente constituidas, violando el tradicional juramento de respetar la constitución y las leyes de la República común a todos los egresados de las instituciones militares al culminar sus respectivos cursos de formación de oficiales. El otro, conocido a través de los medios de comunicación por haberlo promovido el propio mandatario, al permitir la presencia de los periodistas al comienzo de una de las lecciones, valerse de la ocasión para sostener, una vez más, su peregrina tesis en contra de la libertad de crítica que, en definitiva, no es otra cosa que una atrevida y real amenaza a la libertad de expresión y, como tal, ha sido interpretada nacional e internacionalmente.

No se desprenden signos positivos de las lecciones de Ética, en el plano militar, a las que alude este comentario. Por el contrario, por la muestra que exhiben los hechos y pormenores citados, puede concluirse que el aporte militar al desarrollo institucional del país va en una dirección equivocada: hacia el fortalecimiento del personalismo presidencial, así como la politización de la FAN, en primer término, alejándose así el poder armado, cada vez más, de los valores éticos que contribuyen al sostenimiento de la democracia, al fortalecimiento del estado de derecho y a la vigencia del poder civil.

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