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Acuérdense bien de esta mujer

Se llama Francisca Ramírez. No la he visto más que en fotografías y tomas de televisión, pero no pierdo la esperanza de conocerla. El diario La Prensa la declaró personaje del año, y para el semanario Confidencial está entre las mujeres más relevantes de Nicaragua. ¿Quién es? ¿Qué ha hecho?

En este país desgracias constantes para las mujeres, muchas aparecen en las primeras planas como víctimas de femicidios, un delito que alcanza cada vez cotas más altas en las estadísticas del crimen.

El de Francisca es un rostro familiar por razones diferentes. Un rostro que inspira confianza, decidido y alerta. En las imágenes suyas que tengo a la vista aparece una mujer campesina que entra en la madurez, robusta y decidida, la piel morena que el sol ha ayudado a curtir, fotografiada en sus labores domésticas, en las de su finca, y en las marchas que ha encabezado.

Es el alma de la lucha en defensa de las tierras de los campesinos amenazadas de expropiación, de construirse el canal interoceánico de los chinos, y que en verdad viene a ser una lucha en defensa de la soberanía nacional de Nicaragua, otra vez, como tantas en la historia del país, entregada a potencias extranjeras. La exigencia clara es la derogatoria de la ley 840, que contiene el tratado que cede al empresario Wang Ying la concesión del canal por cien años.

Francisca es una campesina de la Fonseca, una remota comarca del municipio de Nueva Guinea en el Caribe sur, allí por donde pasaría el canal, avasallando territorios que más de medio siglo atrás fueron colonizados por agricultores pobres procedentes de la zona del Pacífico, quienes lograron desarrollar fincas ganaderas y cultivos de granos básicos y legumbres.

Nació pocos años antes de la revolución de 1979 y le tocó vivir en la niñez la guerra entre sandinistas y contras de los años ochenta. Aprobó apenas el tercer grado de primaria, porque en la situación de pobreza en que vivía su familia la escuela venía a ser un lujo, pero es dueña de un talento natural para la agricultura y las maneras de negociar la venta de los productos de su finca; y otro talento natural, no menos valioso, el de dirigente. Los finqueros de su entorno confían en sus consejos porque conocen su buen juicio y su honestidad. Una dirigente nata, que no pertenece a ningún partido político de oposición y tampoco piensa bien de ellos.

Cuando en las comarcas de Nueva Guinea, lo mismo que en Puerto Príncipe y Punta Gorda, tierras todas en la ruta del canal, aparecieron los topógrafos chinos que entraban sin permiso a las fincas para medirlas, y a través de los traductores que los acompañaban se negaban a dar explicaciones, el temor comenzó a convertirse en indignación entre los propietarios. Comenzaron a agruparse en asambleas, y buscaron entonces a Francisca para elegirla su dirigente. Ya que sabía aconsejarlos sobre cómo sembrar sus tierras, también sabría ponerse a la cabeza para defenderlas. Y no erraron.

Lo mismo ocurría entre los propietarios de la parte del Pacífico, en el departamento de Rivas, al otro lado del Gran Lago de Nicaragua, por donde también pasaría el canal, y así se organizó el Consejo Nacional para la Defensa de la Tierra, Lago y Soberanía, uniendo a las dos partes. Francisca fue electa vicecoordinadora del Consejo.

Es un movimiento de generación espontánea, organizado desde la base, con dirigentes auténticos salidos de sus propias filas campesinas, sin la intervención de ningún partido político; el más auténtico y vigoroso nacido en Nicaragua en los largos años del régimen de Daniel Ortega, capaz de haber emprendido hasta ahora 55 marchas de protesta, la última de ella hacia Managua, reprimida por el gobierno con fuerzas de choque y fuerzas policiales, pero que, pese a todos los obstáculos, logró entrar a la capital.

Cuando el régimen vio que no podía doblegar a Francisca, recurrieron al expediente que tantas veces ha dado resultado con los dirigentes de oposición: comprarla. Le ofrecieron pagarle sus tierras a precios de oro. “Yo le dije que detrás de mí había miles y miles, que mientras no llegáramos a un acuerdo, y el único acuerdo era la derogación de la ley 840, prefería morir, nunca negociar. He dicho siempre que si morir me va a tocar, estoy dispuesta a morir, pero nunca negociar, ni vender, porque cómo me quedaría mi corazón saber que estoy en otro país con mucho dinero, pero que en Nicaragua se está pasando tanta violencia por haber negociado, que es lo que en Nicaragua se da más. Le he pedido a Dios la fuerza, y espero en Dios nunca caer en un error de esos, traicionar tanta gente humilde”.

Esa propuesta, dice, se la hicieron el 17 de diciembre de 2014. Al día siguiente, mientras asistía en Managua a una reunión del movimiento, una tropa de 30 policías invadió su vivienda en La Fonseca. Sus hijos pequeños, que dormían, fueron sacados violentamente de la cama, mientras la vivienda era cateada.

Hace pocos meses, esos mismos campesinos fueron en un auxilio de otros campesinos del norte de Nicaragua, víctimas constantes de las sequías, llevándoles alimentos de los que ellos mismos producen en Nueva Guinea, en una caravana de camiones. La Policía Nacional impidió la distribución de la comida entre las familias necesitadas, bajo el alegato de que sólo a través del gobierno se pueden repartir ayudas. Insistieron de nuevo en diciembre, y se ve que han comenzado a cogerles miedo. Las raciones fueron entregadas tras muchos forcejeos.

La lucha de los campesinos es tenaz y ejemplar. Han decidido no cejar, y seguirán con sus marchas contra el canal. Es la otra Nicaragua, la lejana y olvidada, la que tiene la voz hoy día, aunque muchos se empeñen en mirar hacia otro lado, como sucedió la última vez que entraron a Managua.

Anoten el nombre de esta mujer, Francisca Ramírez. Volveremos a escucharlo.

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