Los propósitos de Año Nuevo
“El secreto de la vida es tener una tarea, un propósito, algo a lo que someter toda tu existencia, algo a lo que das todo, cada minuto de tu día por el resto de tu vida.
Y lo más importante de todo es que eso debe ser algo que jamás puedas lograr”
Henry Moore
Escultor inglés
Todavía escuchamos en nuestro interior el sonido de las campanadas de Año Nuevo. Las imágenes de las agujas del reloj marcando las doce de la noche, están tan recientes en nuestra retina que aún estamos por bautizar el año. Ignoro qué nombre podrá merecer al final, aunque el panorama no es muy prometedor. Hay años malos, años bisiestos como el actual, años buenos, años terribilis…
En la nochevieja, inmediatamente después de sonar las campanadas mágicas, practicamos esa tierna locura de intercambiarnos besos, abrazos y deseos de prosperidad, salud y felicidad en el año que acaba de iniciarse.
Me pregunto ¿Si en sí mismo es importante ese paso de un año a otro? A fin de cuentas, es un día que sucede al anterior, al igual que los del resto del año.
Que el nuevo año sea diferente al que acaba de marcharse, no depende del cambio de un simple número en el calendario, sino de nosotros mismos.
Lo importante, no es empezar un año, sino por qué, para qué y para quien. Sobre todo para quien, porque no tendría sentido, y hasta resultaría risible tomar las uvas, brindar con cava y dar saltos de alegría tratando de abrazarnos a nosotros mismos y deseándonos todos esos buenos deseos.
Resulta evidente que el propósito de nuestra existencia es buscar la felicidad. Sin embargo, no son pocos los que empeñan su vida en buscarla, mientras se pierden esas pequeñas alegrías, que son las que verdaderamente nos hacen dichosos. No se dan cuenta que la felicidad no es un destino al que llegar, sino una forma de viajar. La buscamos incesantemente en cada una de las estaciones en las que se detiene el tren de nuestra existencia, sin percatarnos de que podemos alcanzarla siempre y cuando tengamos consciencia de que nuestra vida tiene un sentido y un propósito. Pero ese propósito nunca podrá ser poseer la felicidad tal y como la mayoría la imaginan porque la felicidad no se tiene, ni se da, ni se consigue; sólo se comparte.
Sea como sea, la Navidad llega cada año con su cúmulo de emociones, de estridencias más o menos artificiales, de afectos pregonados y de inmejorables deseos al son de los villancicos y la mayoría de la gente experimenta un sentimiento de sincera bondad, que con buenas palabras, trata de derramar sobre sus semejantes al tiempo hace firmes propósitos de regeneración para el año entrante que con frecuencia se van desdibujando con el tiempo.
Visto desde fuera, nos parecería un contrasentido el hecho de que cada año hagamos todos esos propósitos que luego no llegamos a cumplir. Pero es que la gente necesita un objetivo, un norte, un algo que alcanzar para mantener viva su voluntad de vivir.
Cada uno de nosotros deberíamos preguntarnos para qué y para quién vivimos, y cuando sepamos cual es el sentido y el objeto de nuestra existencia, seamos capaces de entregar a él todos y cada uno de los momentos de nuestra andadura.
No podemos traicionarnos a nosotros mismos y por eso, una vez que tengamos la respuesta sincera de cual queremos que sea nuestra estación de destino en la vida, encamínemonos en su busca sin permitir que nada nos distraiga de nuestro objetivo, no permitamos que persuasivos cantos de sirena nos seduzcan por lo que otros nos digan que es mejor, o de que hay propósitos más elevados, más nobles, y que son mejores que los nuestros.
La peor traición que podemos cometer es la que nos hagamos a nosotros mismos, no sólo porque eso es parte del camino hacia nuestra felicidad, sino porque es la única manera de vivir una vida que valga la pena.