Opinión Nacional

Chávez, Carl Schmitt e Ibsen

Por mucho que no hayamos captado en su momento toda la importancia que tiene, (%=Link(«/bitblioteca/jolavarria/»,»Jorge Olavarría»)%) lo dijo hace ya un año, cosa que le agradecemos. Es la increíble similitud entre las ejecutorias de (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%) y el pensamiento de Carl Schmitt, ideólogo político de Adolfo Hitler; la sorprendente conexión Ceresole de por medio entre estas dos maneras de entender la política.

Pero la lectura de Schmitt, más allá de la notable influencia que él haya podido tener sobre nuestro Presidente, pone de relieve el inmenso drama que debe estar perforándole el alma a Chávez: ¿cómo nutrirse de y coincidir plenamente con un pensamiento totalitario, teniéndose al mismo tiempo por un católico militante y poniendo de relieve a cada instante una gran preocupación por la moral? ¿Cómo conciliar en un mismo espíritu estos dos componentes tan radicalmente opuestos entre sí?
Porque lo de Schmitt es sencillamente la insensatez del totalitarismo: ‘La distinción propiamente política es la distinción entre el amigo y el enemigo. Ella da a los actos y a los motivos humanos sentido político; a ella se refieren en último término todas las acciones y motivos políticos y ella, en fin, hace posible una definición conceptual, una diferencia específica, un criterio’ ( Estudios Políticos, editorial Doncel, página 97).

Es el pragmatismo más elemental, el intelectual primitivo que todavía cree que pensar es producir ‘definiciones específicas’, conceptos claros y distintos, bien separaditos los unos de los otros, a fin de poder utilizarlos como si fueran armas. Es la mentalidad típica del que se quedó en Descartes y no llegó siquiera a la dialéctica hegeliana. Nada de pensar en las profundas relaciones que hay entre los conceptos entre la ética y la política, por ejemplo y, mucho menos, en la totalidad en la que todas esas nociones están inscritas y en la que, lejos de ser ‘claras y distintas’ o ‘en sí mismas, tienden a disolverse.

Que es lo que explícitamente se pone en evidencia en el siguiente párrafo suyo: ‘En cuanto este criterio no se deriva de ningún otro, representa en lo político lo mismo que la oposición relativamente autónoma del bien y el mal en la moral, lo bello y lo feo en la estética, lo útil y lo dañoso en la economía. Decir que la distinción es autónoma no significa que constituya un campo de naturaleza pareja a la moral, pero sí que no se funda en una de esas contraposiciones, ni puede ser referida a ellas, como tampoco ser negada o impugnada desde cualquiera de esos planos’.

Schmitt definitivamente no es un estúpido. Sabe que sería una idiotez afirmar que la política es ‘un campo de naturaleza pareja a la moral’, pero de inmediato agrega que aquélla ?no puede ser impugnada por ésta! Que es como volver a las andadas. ?Porque si algo de rescatable tiene el ser humano es precisamente que desde la esfera de la moral se puede impugnar esa odiosa dicotomía entre amigos y enemigos! Si la ética y la política fuesen dos campos ‘parejos’ o paralelos, el hombre sería una mezcla de computadora y animal. Porque la ética no es otra cosa que la posibilidad de impugnar y superar esa tribal distinción entre los que se pliegan a mí y todos los demás, que ‘por definición’ pertenecen a las cúpulas podridas del puntofijismo.

Una insensatez que sólo cabe en la mente de un primitivo como Carl Schmitt y que, con toda claridad, expresa la contraportada del libro: ‘al margen de la moral, o incluso por encima de ella, la política auténtica es la actividad que propende a la aniquilación del enemigo’. Cualquier parecido con circunstancias de la vida real… Luego viene el remate brillante: ‘No se trata de inmoralismo, sino más bien de amoralismo, porque política y moral contienen dos órdenes de conceptos sin afinidades ni tangencias’. Que es la opinión del que no ha entendido nada, o, peor, del que usa los conceptos como un simple armamento para aplastar a los demás.

Esa separación radical entre política y moral, inherente al totalitarismo, debe estar destrozando en el alma de Chávez al profundo catolicismo y al espíritu noble que lo caracteriza. Ojalá que él pueda resolver esa terrible contradicción: el drama horrendo que debe ser entender la política como ‘la actividad que propende a la aniquilación del enemigo’ y, al mismo tiempo declararse fervoroso cristiano y amigo de la moral. Y deseamos sinceramente que lo logre, no sólo por él, ni por el bien de nuestros hijos, sino para que pueda también resolverse el drama idéntico que afecta a Ibsen Martínez. Ese que lo lleva cada semana a cuadrarse con el primitivismo y la siguiente a criticarlo.

Ojalá que todo se resuelva favorablemente para ambos, no sólo por Chávez, con quien nos une una especie de amistad discursiva porque él en sus discursos dice que somos amigos sino por Ibsen, verdadero viejo pana entrañable de tanto años.

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