Opinión Nacional

Nuevo siglo, nuevo milenio ¿nuevo país?

Enero 2.000

Abrir mis colaboraciones para Venezuela Analítica en este año 2000, que en el mundo entero se saluda como la afirmación de la postmodernidad, de la «Aldea global», de la globalización asumida como alianza instrumental para el progreso y la integración e interacción creativa, y no como la «maldición gitana» que cree ver en ella el presidente de algunos venezolanos, no es tarea fácil. Nunca ha sido fácil escribir para ustedes, esta Revista, espléndido ejemplo de que en Venezuela también hay quien piensa, analiza, digiere y pondera las realidades cotidianas y se abordan las necesarias –aunque siempre riesgosas- proyecciones a futuro, nos obliga a un sostenido ejercicio de decantación y hasta donde ello es humanamente posible de objetividad. No se trata de abdicar de nuestras posiciones o principios, se trata de un escenario para la discusión, no para el proselitismo, que en mi caso sería doblemente difícil porque hace ya una docena de años me liberé –no sin dolor- de toda librea partidista y asumí mi realidad de intelectual independiente, de innegable raíz socialdemócrata, pero abierto de alma y de mente a toda escuela, propuesta o alternativa basada en el respeto profundo a la condición humana, a los inalienables derechos de la especie, a la justicia social y al auténtico respeto al pensamiento ajeno –cuando este existe o se expresa de manera asible, coherente- no tengo pues «sardina» para la cual «jalar la brasa», como no sea el amor a mi país, a buena parte de su historia y a la Historia como el proceso dinámico de la acción del hombre en el planeta y no como una buhardilla hedionda a naftalina, encierro y amarillos papeles.

LA VENEZUELA ACTUAL

Que no es necesariamente «de hoy» sino de anteayer, presenta un caso interesantísimo para cualquier observador entrenado y menos comprometido afectivamente que yo. No obstante el dolor que involucra, no puedo como especialista en Ciencias Políticas, como periodista de opinión que este año cumple 40 en el oficio, como antiguo parlamentario ni como hombre dejar de expresar mi visión y mi enfoque.

Ya en mi trabajo para ustedes del mes de noviembre de 1999 «Fuera de la historia», abordé la actitud irreal, mágica o simplemente esquizoide de la actual dirigencia nacional y en particular del presidente Chávez, no es cuestión de repetirlo ahora, pero la coyuntura actual de Venezuela después de la terrible tragedia natural que nos azotara «… como del odio de Dios…» en las terribles palabras de Cesar Vallejo, o como muy bien dijera el Reverendísimo Arzobispo de Caracas, Monseñor Ignacio Velazco: «… la naturaleza se encarga de reducir los excesos de la soberbia humana y de recordarle los límites de su propio poder» –cito de memoria- que además de la inestimable suma del dolor y de la sangre, nos deja en una situación económica aún más precaria por la inmensa cantidad de familias que perdieron sus hogares, sus lugares de trabajo, sus medios de vida y que vienen a sumarse a los 700.000 desempleados que ha producido la revolución bolivariana-ceresoleana-chavista que conduce al país a la lucha intestina –hasta ahora incruenta- y el caos social y económico. Si esta catastrófica lección no nos trae de regreso al siglo XXI, desde los 150 años a que nos retrotrajo «el proceso», no nos imaginamos que pueda hacerlo, seremos así los pintorescos «Pitecantropus» –ni tan erectus- en una realidad mundial que acelera a pasos agigantados su avance tecnológico y su transformación social.

No quiero hacer demasiado énfasis en el «referéndum» plebiscitario del 15 de diciembre pasado. Para empezar resulta insólito que no se haya suspendido en regiones donde ya las condiciones climatológicas eran inviables para esa fecha, específicamente en el Estado Vargas, sin embargo ¡milagros de la taumaturgia de Indra, el CNE y su «triunvirato»! parece ser que en el litoral central, físicamente intransitable el día de los comicios, fue uno de los estados con mayor votación porcentual. La prestidigitación era previsible por los antecedentes conocidos, así como por la actitud de la empresa cuestionada ante la comisión del fenecido Congreso Nacional, que intentaba desesperadamente esclarecer los hechos. Un 20%, aproximadamente, de los electores aprobaron una constitución (y esta la escribiré siempre con minúscula) que no habían leído o les había sido vendida como panacea universal «dios en un frasquito» decían los charlatanes de pueblo cuando promocionaban sus menjunjes o jarabes milagrosos allá en la Venezuela del siglo antepasado, a la cual hemos viajado de regreso en el «gran salto hacia atrás» que ha protagonizado el comandante, enmendándole la plana a uno de sus maestros «de toda la vida» Mao Zedong quien hiciera aquel igualmente desastroso «gran salto hacia delante».

Después de la catástrofe natural espantosa, era de esperarse al menos por unos días discreción y cierta amplitud en el lenguaje, pero ello no es psicológicamente posible, el supremo conductor ni ante el dolor que como venezolano debía sentir puede reprimir su ánimo pugnaz, así entre las causas del desastre salieron a relucir los 40 años de ignominia y corrupción –Goebbels sigue vigente: «una mentira repetida cien veces termina por convertirse en verdad»- no pareciera comprenderse que a la ciclópea tarea de reconstrucción moral, social y física que exige Venezuela no puede concurrirse con unas huestes, cada día más mermadas, de fanáticos y logreros. Que se trata de un esfuerzo que exige lo mejor del país, partidarios y opositores políticos, no se trata de un simple proceso electoral, se trata de reencauzar a Venezuela en los rieles de la historia, de darle el lugar a que tiene derecho, no de jugar con las pasiones o con el descreimiento que es mucho peor, de una patria laxa, vencida por el escepticismo, por el desengaño, por la desesperanza.

Pude conversar con periodistas extranjeros que cubrieron la elección, su asombro no obedecía a la magia electoral de Chávez, a la debilidad de la oposición, ni siquiera a la escandalosa abstención que vicia la legitimidad esencial de los comicios, no, su asombro fue ante la indiferencia aterradora de la población, ajena a lo que ocurría, sus consecuencias o su contenido, todo les era extraño, este síntoma es más grave que cualquier otro y explica mucho de lo ocurrido. El país carece de liderazgo, ya no cree en las peroratas retóricas y decimonónicas de Chávez, pero tampoco cree en mas nadie.

HACIA DONDE IR:

Ojalá lo supiéramos, la complejidad de los procesos sociales hace pedante y necio todo enunciado de autosuficiente precisión, no nos queda a los científicos sociales, si tenemos alguna prudencia y sentido del ridículo, mas que enunciar algunas líneas maestras que creemos entender pudieran ser al menos una parte del reto y su solución, quizá acertemos al menos parcialmente y ya ello habrá valido la pena.

En primer lugar, no seguir llorando sobre leche derramada, el daño jurídico –y quiera Dios que no pase de eso- que representa el texto que constituye el estatuto político de la V República, ya nos hizo (aunque sea derogado en segundos) el inconmensurable daño de abrir los cauces legales para la desmembración territorial del país, en esta materia «clavo pasado» no nos queda mas que rezar. Todos los otros aspectos negativos pueden ser mañana o pasado enmendados y restablecida una auténtica democracia, ya que esta no existe sin equilibrio de poderes, preeminencia del poder civil y el convertir a los habitantes en ciudadanos –que no es tan fácil como parece- y que evidentemente no lo logró la democracia iniciada en 1958.

No hay, ni debe haber vuelta atrás. El sistema político hoy denominado –sin ningún rigor histórico- puntofijismo, había entrado en barrena desde 1974, la caída tuvo desde luego cambios de intensidad y «el soberano» ni se enteró ni quiso enterarse de ella hasta que después del «viernes negro» en 1983 empezó a notar que la ubre pública que subvencionaba su fomentada incapacidad para el trabajo y la competencia comenzaba a secarse, solo entonces el término corrupción se hizo peyorativo, hasta entonces se asimilaba a la «viveza criolla» y al éxito. No se había creado una cultura del trabajo, la responsabilidad y el esfuerzo, el facilismo y el clientelismo constituían la religión oficial. Había, y todavía hay, desprecio por aquellos que hemos creído en el crecimiento intelectual como premisa del crecimiento, y las credenciales académicas eran y son vistas como un lastre pedante y –con el perdón de ustedes- bolsa. Vistas así las cosas era el alma del «soberano» la que estaba podrida y no solamente unas cúpulas partidistas que han desaparecido porque desde hace tiempo sólo eran un espejismo. Chávez tuvo el mérito de gritar ¡el rey esta desnudo! Lo grave es que también lo esta él.

«Los cambios acaecidos sin nuestro concurso y los que a nosotros nos toca propiciar hacen imperativo un proceso de transformación de los patrones de conducta del venezolano, una toma de conciencia colectiva, de que estamos viviendo una etapa de transición hacia un nuevo tiempo histórico, una nueva actitud ante la vida tendrá que imponerse. Todo esto supone una revolución cultural, en la cual la sociedad venezolana deberá encontrar o reencontrar sus valores esenciales, porque creo como Charles Peguy que: «La revolución será moral o no será revolución». A la masa amorfa, sin identidad y desorientada de hoy, deberá sustituirla un país consciente y orgulloso de su destino, deslastrado de ripio retórico, firmemente afincado en la realidad de nuestro tiempo, pero con ánimo y voluntad de moldearla para provecho colectivo, un país que, sin sacrificar la libertad, le dé a cada uno de sus hijos la posibilidad de su plena realización…». Estas palabras las pronuncié como orador de orden, en la Sesión Solemne del Congreso Nacional, el 5 de julio de 1984, en cadena nacional de radio y televisión, yo tenía 41 años y era diputado por Acción Democrática, partido que cuatro meses antes había llevado a Jaime Lusinchi a la presidencia con el 57% de los votos –casi sin abstención-, la suerte del discurso fue disímil, unos propusieron expulsarme del partido, el Congreso Nacional –por primera vez en la historia- no editó el texto, este se salvó del olvido porque el sindicato de artes gráficas lo imprimió en sus horas libres y sin costo alguno, me aseguró mi entrañable amigo Eduardo Machado Morales que se leyó clandestinamente en algunos cuarteles, quizá por eso el diario Ultimas Noticias lo publico con el título de «El discurso golpista de Coronil Hartmann», Jorge Olavarría lo publicó íntegro en «Resumen», la única alteración del texto original es el subrayado de «sin sacrificar la libertad». Pues bien 16 años después pienso que a grosso modo la tarea sigue siendo esa, pero no es obra para un iluminado, es la meta de un esfuerzo colectivo de «lo afirmativo venezolano» para usar la lograda frase de Don Augusto Mijares.

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