La revolución quedó en palabras
La revolución quedó en palabras desde el mismo momento que asumió el nuevo gobierno el año pasado. A esa revolución la mata el autoritarismo y el mesianismo presidencial por sucumbir a la fascinación del poder establecido. Cuando es la pasión la que domina las virtudes del hombre no hay revolución posible que se materialice. La revolución exige sacrificios íntegros para entregarse a un proceso que reivindique la condición humana de la sociedad, eleve los niveles de vida de la población y rescate los valores morales y éticos del ser humano. Sacrificio que demanda contrarrestar los efectos fascinantes del poder. Sacrificio que obliga a los ductores del proceso a gobernar como instrumento del pueblo y como intermediario entre la sociedad y el estado. Los estrategas del proceso aprehenden para si el sacrificio. He ahí el costo político y humano para trascender a la historia.
Los privilegios y los placeres son para el ciudadano común, para el colectivo y para todos los que coexisten en la sociedad. No para los protagonistas de la revolución. Sólo los hombres de principios y de buena voluntad pueden entender esto. Si los líderes carecen de ideales revolucionarios, no pueden evitar caer en las tentaciones que produce el poder. Sin ideales revolucionarios no se puede llevar a la realidad los cambios estructurales que demanda la creación de nuevos paradigmas en la sociedad. Sin ideología revolucionaria no se puede consolidar el sacrificio pleno y total que exige el proceso de gestación de una nueva república. El líder y en gran medida su entorno son los que definen el rumbo del proceso. Y hasta hoy, la práctica que observamos de los que han conducido este proceso desde hace un año, ha sido nefasto para las metas planteadas en un principio. Allá ellos con su conciencia, sus principios, su moral y sus compromisos. Porque cada quien será juzgado por la historia y por la opinión pública.
La práctica observada y verificada hasta ahora es condenable. Condenable porque se sigue hablando de revolución cuando el gobierno que lo dirige no es revolucionario Condenable porque al pueblo se le siguen generando expectativas que son imposibles de satisfacer. La coyuntura electoral ha determinado la inconsistencia revolucionaria del gobierno y lo demagógico de su oferta. En nada se diferencia del sistema colapsado de democracia representativa, el nuevo rostro del proceso que reclama para si el gobierno.
Si nos preguntamos cuales son los ideales de los hombres del entorno presidencial, nos quedaremos sin respuesta. Tremenda incógnita que no podrá despejarse. Estimo que nunca se sabrá. El pragmatismo se diluye en su acción y por lo tanto ninguno sabe hacia donde va. Están en el poder y mandar es lo que justifica su meta de vida.
Si la revolución no pudo ser en esta oportunidad, tendremos que atenernos a la reiteración de los procesos fracasados y seguir cultivando las vías posibles para construir una verdadera revolución. Arias Cárdenas es una de esas vías. Su lanzamiento a la Presidencia de la República se fundamenta en la satisfacción de ideales. Cuando tomó la decisión de anunciar su candidatura, hace mes y medio, su visión de la vida e interpretación de los procesos políticos adquirieron una dimensión que trascendía lo material del poder. Decisión más espiritual que material. La fuerza que dimana en el interior del hombre que lucha convencido de sus razones, encuentra los caminos que le conducen a la victoria. Y por eso, estoy seguro que en un gobierno de Arias podrá dársele viabilidad a la tesis de la democracia directa. Propuesta político ideológica que, como bien se sabe, se fundamenta en un cuerpo de ideas que proclama la transferencia de la toma de decisiones a la comunidad organizada. Además, plantea también el incentivo a la autogestión, para incorporar al aparato productivo de la sociedad a los grandes sectores nacionales que viven en la pobreza. Enseñar a producir, para generar riqueza. La democracia directa busca la realización del bien común, satisfaciendo las expectativas morales, espirituales y materiales de todos. Y busca también facilitar las prácticas sociales, para que el individuo pueda ser rico, próspero y dueño de su propio destino. Esa será la revolución posible y no ésta, la que fue abortada por claudicar ante el goce del poder absoluto.