Opinión Nacional

Si dura la pobreza, tendremos chavismo para rato

Vivimos un momento en donde toda hipótesis – sobre la marcha del gobierno y acerca del posible desenlace institucional que tenga la actual comedia venezolana – tiene cabida y es susceptible de confirmarse. Ello lo resolverá el tiempo, más temprano que tarde. Y esa confusión existencial que nos acompaña, si es propia de la misma transición histórica que aún vive el país – pues se ha cerrado un ciclo y se abre otro en el devenir nacional – también es el producto de las mismas y erráticas acciones y omisiones gubernamentales. No aludo, por cierto, a la comentada incapacidad gerencial manifiesta de algunos cuadros neurálgicos de la administración, aprendices de brujo o tontos enceguecidos por el aparente oropel de un poder político que nunca pensaron ejercer. Me refiero, antes bien, al estilo implementado por los nuevos y actuales tutores de nuestra sociedad política; estilo que no llega a fraguar en modelo a pesar de la Constitución Bolivariana, pero que se caracteriza por la intolerancia, la confrontación estéril con todos los actores sociales y el maniqueismo de sus juicios de valor. En resumidas cuentas, se viene produciendo en Venezuela una situación inconveniente por lo peligrosa y desde dos perspectivas. Una, la intolerancia a secas, el ejercicio del poder sin contensión, con desplante y sin temor, y el aniquilamiento estratégico de toda la oposición política natural y necesaria, está produciendo una severa fractura en el centro mismo del poder presidencial; que lo debilita a pasos agigantados. Es el caso de los comandantes Arias, Urdaneta y Chirinos, que sigue a la muerte consumada de los viejos partidos fundamentales: Acción Democrática y Copei. Dos, en la otra perspectiva, la población bifurca sus sensaciones ante el cuadro político hacia otros dos planos complementarios, antitéticos e igualmente inconvenientes: Unos aprecian el proceso como la simple pelea entre perros rabiosos por las migajas de un clientelismo en vías de agotamiento y por el mismo agotamiento de la renta petrolera. Y, decepcionados por la conducta de los nuevos actores al respecto, se sienten frustrados no sin razón, al constatar que la confrontación de la quinta contra la cuarta república y entre los mismos miembros de la quinta sólo se resume en el apotegma «quítate tú para ponerme yo». Otros, en número nada magro y por el contrario, continúan apoyando de manera entusiasta al Comandante Presidente; a pesar de la severa crisis económica y social y del castigo que les ha significado la suspensión inmisericorde de los programas sociales del Estado. Pero esa mayoría, no es en su totalidad y según mi juicio la mayoría de la esperanza. Ella está integrada por el cuadro social más deprimido del país, que perdió todo aliento y sólo espera como sádico consuelo la solución improductiva y revanchista de la venganza. Sienten que perdieron todo, hasta la fe en los políticos, y no habiendo tenido nada, el primitivo sentimiento igualitario se les sobrepone a la conciencia y, entonces, reclaman de Chávez, en tanto que vengador, que iguale a todos por el rasero de las carencias. Si hay pobres, en suma, todos tendrán que ser pobres y padecer el mismo suplicio. Y ese es, lamentablemente, el desiderátum del anunciado cambio.

Ante este cuadro, algo resulta manifiesto como síntesis del proceso y en su evaluación: El modelo de la IV república vivió de la bonanza petrolera y al fallar ésta murió de mengua, con solución de continuidad. El de la V República, antes bien, se afirma en la pobreza, en la manipulación de la indigencia, en la siembra de la desesperanza como no sea la esperanza de que los corruptos – los realistas y no patriotas – paguen por la desgracia y la fatalidad que ahora vive el país; y ese alguién tiene nombre nada zamorano, la oligarquía. De modo que, el modelo neobolivariano subsistirá en la misma medida en que la pobreza material e intelectual haga cuna en la conciencia del pueblo; y él se agotará en la misma medida en que el pueblo aprecie o acaricie la posibilidad de su recuperación. Tanto es así, que se llega al absurdo dentro del maremagum existencial que padecemos: Chávez perderá su poder si el país se recupera económica y financieramente. Así de simple. Ello no significa que caerá. Tendrá probable estabilidad como cabeza de las instituciones, pero se reducirá su importancia en el sentimiento popular, porque dejará de ser o ya no hará falta para el único rol para el cual fue seleccionado por el sentimiento de la mayoría, el de vengador supremo, al estilo más vivo de ese naciente superhombre diseñado por Omar Cruz para las páginas del diario del Presidente: Contra la corrupción….El Patriota.

En determinados momentos he creído que la situación actual en mucho se asemeja, formalmente, a la que ya vivió la Venezuela de 1945. Esto lo han afirmado no pocos analistas con mejor conocimiento de la historia patria. La única duda que me queda es ésta: ¿ Hasta que punto los factores que antes he anotado – efectos de la bonanza o de la crisis petrolera – jugaron también un papel determinante en la crisis de hace medio siglo? En todo caso, cuando menos existe un elemento compartido. Los bolivarianos de entonces, la efervescente y revolucionaria Acción Democrática, se hizo del poder bajo la consigna del igualitarismo político y social, y animada por su propuesta de acabar con el antiguo régimen, leáse gomecistas, lopecistas y medinistas; dentro de la más rancia emulación de la experiencia revolucionaria francesa y de su signo «robespiereano». No lograron discernir los adecos y sus socios militares entre los actores de la dictadura gomecista y aquellos de la transición, y a todos los metieron en el mismo saco y todos fueron víctimas indiscriminadas de los juicios anticorrupción: Uslar Pietri, Medina Angarita, López Contreras, José Vicente Rangel (el padre), Hugo Fonseca Rivas, los Gómez Nuñez, Blyde, Angel Biaggini, López Henríquez, el viejo Dávila; y hasta el mismo Ramón J. Velásquez fue arrastrado por la vorágine.

La historia que siguió es harto conocida. El desbordamiento del poder absoluto civico-militar (adeco-perezjimenista) sufrió de entropía; también tuvo su constituyente y su constitución, la de 1947; y también se dividió dentro de su propio nucleo, tanto que el hombre de Michelena – Marcos Evangelista – se alzó con el poder y nos regaló una dictadura de casi una década. Por lo mismo, lo que algunos acusan de pacto diabólico y contra natura, como el de Puntofijo – y que lo hacen por ignorancia histórica o para elevarlo como símbolo del cuartorepublicanismo que debe ser destruído y debe ser víctima necesaria de la venganza reclamada por el pueblo- olvidan que Puntofijo fue el producto de una amarga lección, los errores del 45. Y eso lo estan olvidando en el presente los bolivarianos y el mismo Presidente Chávez. Pero, si Chávez no tiene porqué saberlo ni intuirlo, pues ni él ni yo mismo habíamos nacido para la época, mal se entiende que esos veteranos consejeros – Miquilena y Jose Vicente – que sí conocieron en vivo y en directo tales acontecimientos, no hayan prevenido al respecto. A menos que el fenómeno Arias, Urdaneta y Chirinos sea un fenómeno artificial, creado por el mismo gobierno y su maquinaria estratégica urgida como está de contrapesos, en cuyo caso tendríamos que quitarnos el sombrero. Pero, hasta donde lo sabemos, la ruptura tuvo lugar a ciencia cierta y por razones de mucha envergadura que, relacionandose con juicios éticos y valorativos en cuanto a la evolución del proceso bolivariano y terminando en ofensas personales, dificilmente permitirán una contramarcha. Los comandantes, por razones obvias, carecen de la muñeca experimentada de los políticos de oficio. Si así fuese no hubiesen participado en el golpe del 4 de febrero.

De modo que, lo único diagnosticable acerca de lo que vivimos esta vez los venezolanos, es que estamos metidos en un tremendo berenjenal. El cambio esperado y aspirado por todos – yo mismo como Ministro del Interior le dije al país que viviríamos nuestra «perestroika a la criolla» y que estabamos obligados a asumirla con madurez democrática – se ha quedado en un mero cambio de actores y de estilos, pero no de modelo, al menos por ahora. De la dictadura bipartidista, en efecto, apenas pasamos al monopartidismo personalista; de la descentralización en cierne hemos regresado hacia una centralización unipersonal del Estado y de sus poderes, rompiéndose con la verdadera autonomía intrapoderes que hacía posible la libertad y la disidencia, sin riesgos; y del clientelismo vernáculo, antes democratizado y no por ello menos pernicioso, hemos derivado en un descarado por audaz régimen «puntodedista», del que sólo se benefician los leales – por silenciosos – amigos del régimen.

No soy un iracundo pesimista sobre el futuro nacional, a pesar de esta aproximación a tientas, pues es difícil defender una sóla de las hipótesis posibles. Por el contrario, creo que el país, felizmente, es más complejo y distinto democráfica y socialmente al de 1945. Y, en lo personal, por lo mismo, no creo que la solución sea una ruptura institucional o la emergencia de una dictadura militar clásica. Creo que el tunel y la transición a que ha estado sometido el país ha sido demasiado largo y lascerante. Y necesitamos de estabilidad. No olvido, sin embargo, que ante las opciones de dictadura y democracia, todos queremos democracia; pero, si las únicas opciones finales son anarquía versus autocracia, probablemente la mayoría haga mutis e implicitamente apoye la segunda. De modo que, me anima en algo, para ser aún optimista, la sana división que hoy tiene lugar dentro del Polo Patriótico y a propósito de las megaelecciones, pues los partidos que lo integran no hacen parte del nucleo original del chavismo; y, la dinámica controversial que allí nazca y se produzca, de ser fructífera y transparente, siempre será buena para la afirmación y el fortalecimiento del amenazado espíritu democrático. Si la única división posible es la de Chávez con los comandantes, el clima y el futuro, así lo creo, no serán nada halagüeños. Mas, si Chávez llega a dividir su poder con éstos, como en justicia introspectiva lo aspiran Arias, Urdaneta y Yoel Acosta, aquel debilitaría la necesaria unidad y personalidad del mando presidencial, quedando con más plomo en el ala que el propio Pérez en las postrimerías de su salida del poder. Pero, si Chavez abjura de éstos, para sobrevivir tendrá que admitir la consiguiente pérdida de popularidad que tal postura le significará, de cara a su estructura partidaria y a su liderazgo populista. Empero, si esto lo asume como indispensable y no por ello menos doloroso, para realzar su condición de Jefe de Estado y descubre, por ende, que el poder y su ejercicio no siempre transitan por los carriles de las encuestas, probablemente logre relanzar la institucionalidad y facilitar que la transición no sea traumática, rupturista y camine mejor por el sendero de la realidad realizable. Pero, para esto, tendrá que abandonar del mismo modo algo del toque «romántico» y decimonónico que le insufló a su proyecto. La democracia moderna al fin y al cabo es síntesis de querencias y de desafectos, de aciertos y de errores, porque es proyecto humano y perfectible en la civilizada convivencia. El fundamentalismo y el dogmatismo sólo ha tenido cabida en las autocracias que se han alimentado del resentimiento. Ningún país, en la experiencia histórica que se conoce, ha logrado levantarse y echar al vuelo por estos senderos de la locura.

Por lo mismo, la estabilidad y el apoyo nacional sólido – no popular, mediático y por lo mismo fugaz – a Chávez, apenas cristalizará cuando acepte esto y si lo hace a tiempo: Debe reconocer que es Presidente y líder de todos los venezolanos – no candidato perpetuo – y que como tal lo juzgará la historia. Un buen indicio, debo admitirlo, fue su afirmación de la soberanía venezolana ante los Estados Unidos, con motivo del espinoso tema de las certificaciones y descertificaciones que otorga el país del norte, nuestro más importante cliente petrolero. Pero otro tanto debe hacerlo frente a Cuba y a sus intrépidos cuanto encubiertos emisarios en tierra firme, para que su palabra tenga el valor y la autoridad de la coherencia, solo propia a quienes entienden y comprenden los asuntos del Estado.

En cuanto a las otras opciones políticas que intentan encontrar senda propia bajo la prédica institucional y democrática, como la de Antonio Ledezma – seguro lo acusarán de conservador y reaccionario -, todas ellas tendrán validez si sus animadores se percatan de que lo importante es asegurar el clima de controversia fértil, para que el sistema no degenere hacia la dictadura. Si tales opciones se miden en términos o posibilidades cortoplazistas y clientelares, al mejor estilo de la IV República, no creo que tengan posibilidad alguna de sedimentar. La gente no digiere pero tolera coyunturalmente sólo al clientelismo neobolivariano, por razones de oportunidad; ellos tienen el poder pleno, por lo pronto, y la capacidad exclusiva para repartir los beneficios. Lo que si deben entender los actores de la genuina oposición es que deben ser abanderados de una VI República y alternativa firme de futuro. Una controversia entre el presente y el pasado no conduce a nada y, desgraciadamente el presente, aun cuando ingrato, es más futuro que el pasado. No quiere decir esto que se deba abjurar de la IV República; ello sería una traición y también un grave error de percepción, pues en Venezuela nadie cree en quien reniega o le teme a su pasado. El sigue y continuará siguiendo de manera inexorable a todos los hijos de esta dolida patria e incluso a los de la V República, pues todos sus militantes, sin excepción, tienen pasado y no pocas raíces en la IV, así no lo quieran reconocer. En los aciertos y en los errores de la IV República, esto sí, deberán encontrar sus enseñanzas los líderes de la VI República. La V República, si transita bien, quedará como un purgante indispensable, pero sólo eso; un purgante que expulsará, si bien logra hacerlo, las lombrices del cuerpo nacional; para que definitivamente éste se restablezca y de vida a un nuevo proyecto de convivencia pacífica y ciudadana, más ajustada a los tiempos desafiantes que acaricia la Humanidad.

En mi caso, sigo haciendo lo que hacía antes del accidente que me llevó a la Gobernación de Caracas, a la Secretaría Presidencial y al Ministerio del Interior en tiempos de quien fuera dueño de la Quinta Puntofijo, situada en la antañona urganización de Sabana Grande. Me refiero a Rafael Caldera, el último caudillo y estadista del siglo XX. En lo adelante el país quiere y reclama de conserjes – en el mejor sentido de la palabra – y eso es lo que busca agoniosamente y por ello tanto gusta de los gobernadores y de los alcaldes. Yo continúo en mi anónima pero esencial prédica como modesto profesor que siempre lo he sido y en el estudio diario y sin pausa. Creo que mi breve y muy nutrida experiencia de gobierno durante la crisis, y la misma circunstancia privilegiada de haber podido acunar mis posaderas en la silla presidencial, en dos ocasiones y en calidad de Presidente Encargado, a me obligan a dejar testimonio de la historia conocida , por poca que sea y antes de que otros la escriban de una manera distorsionada. Hasta en esto debemos aprender de las enseñanzas de 1945; pues apenas es en los finales de la centuria corriente que los venezolanos descubrimos que López Contreras, con su paciente perspicacia y su calma y cordura, fue el paso necesario para la transición nacional a la civilidad, luego de la integración territorial y de voluntades y de la paz que hizo posible la inmerecida y férrea dictadura de Juan Vicente Gómez.

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