¡Gracias Liliana, gracias Elías!
Nobleza obliga. Y, en las circunstancias tan difíciles que vive Venezuela, no puedo menos que expresarle a Liliana Ortega y a Elías Santana mi gratitud como ciudadano. Creo que todos, sin excepción, les debemos un sentido reconocimiento. No solo han sido valientes, sino pertinaces y felizmente confiados en el éxito de su iniciativa ante el Tribunal Supremo. Ésta, de suyo desafió todo pronostico adverso y probable, dada la aticipicidad del actual régimen bolivariano. Además, la inminencia de los comicios, en buena hora suspendidos, casi le daba a la acción de amparo por ellos interpuesta un carácter testimonial. Las muchas razones, del sumo bien sumo que le han hecho a la República y a su libertad, huelgan.
Renglón aparte con las responsabilidades inherentes a la frustrada organización de las elecciones, haberlas realizado este último domingo equivalía tanto como a jugar, criminalmente, con la ya precaria estabilidad de nuestras instituciones. Hoy, sin lugar a dudas, estuviesen protestando con violencia y contra el fraude desde los candidatos presidenciales hasta el último aspirante del último municipio de nuestra geografía. Todos los perdedores hubiesen podido atribuír sus derrotas, en buena lid, a una trampa cibernética montada deliberadamente por el Gobierno y por sus emisarios en el organismo electoral. La acción represiva del Estado, en tal hipótesis, no se habría hecho esperar. Y, si la opción de separar las elecciones hubiese prosperado, a manera de remedio parcial, ¿ no cabría pensar que se trataba, en la hipótesis, de una interesada y perversa treta, para montar en el portaaviones del Presidente electo a los gobernadores, alcaldes y munícipes pendientes de su posterior elección?
Pues bien, la decisión del TSJ, requerida en buena hora por Liliana y por Elías, nos ha salvado a todos el pellejo, ha resguardado a la democracia y nos ha alejado, por ahora, de la tropelía. Y también le dá oxígeno al mismo Tribunal Supremo, pues habla bien de su desempeño autónomo, ésta vez, y a pesar de todos los pesares. Las autoridades del CNE deben sentirse igualmente aliviadas, pues se salvaron de decidir lo que no querían y que les correspondía decidir en propiedad, con previsión y con anticipación. Y no le hace daño al Gobierno. Antes bien, siendo éste el potencial beneficiario de unas elecciones apresuradas, sorpresivamente (¿?) dejo libres las manos de su Tribunal, para que acordase lo que finalmente acordó, respetando el sentido común.
(*) Jurista y exministro del Interior