Bolívar y la Democracia
Bolívar fue muy claro en su apoyo a los principios fundamentales de la democracia:
“Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos. … Un gobierno republicano ha sido, es y será el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios…(Venezuela) constituyéndose en una República Democrática, declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir.”
Para Bolívar, la democracia política debe estar supeditada al imperio de la ley. El propio Libertador, después de Carabobo, le presentó al Congreso un programa en el cual decía: “tenemos que hacer un gobierno que haga triunfar la libertad y la igualdad bajo el imperio de leyes inexorables”. Las palabras bajo el imperio de las leyes sintetizan lo fundamental del Estado de derecho. Cuyo principio básico se puede condensar en la conocida máxima de Henri Bracton: “Rex non debet esse sub homine, sed sub deo et sub lege quia lex facit regem”. No se podía enunciar con mayor fuerza la idea de la primacía de la ley: no es el rey que hace la ley, sino es la ley que hace al rey. Modernamente, podríamos traducir el apotegma de Bracton en la afirmación de que el soberano hace la ley sólo si ejerce el poder supeditado a una norma del ordenamiento jurídico, y por eso es un soberano legítimo. Ejerce el poder de hacer las leyes en el marco de los límites establecidos por las normas constitucionales. El Estado de derecho, el “Rechstaat”, es el Estado que tiene como principio inspirador la subordinación de todo poder al derecho, desde el nivel más bajo hasta el nivel más alto, a través de aquel proceso de legalización de toda acción de gobierno que ha sido llamado, desde la primera constitución de la edad moderna, “constitucionalismo”. Para el Libertador, por tanto, está claro que la Democracia, con D mayúscula, sólo es posible si está enmarcada en un Estado de derecho. La soberanía del pueblo, que en la práctica democrática, es la soberanía de la mayoría, sólo es realmente democrática cuando está supeditada al imperio de la ley, en otras palabras, al orden constitucional.
El antiguo debate de filosofía política entre el gobierno de las leyes y el gobierno de los hombres, magistralmente sintetizado por el politólogo italiano Norberto Bobbio de la siguiente manera: ”Buen gobierno es aquel en el cual los gobernantes son buenos porque gobiernan respetando las leyes o es aquel en el cual hay buenas leyes porque los gobernantes son sabios”, ha sido, definitivamente, ganado por el Estado de derecho. Ya no hay duda que el buen gobierno es el gobierno regido por leyes generales y abstractas que reducen el privilegio, la discriminación y, sobretodo, la arbitrariedad. En la actualidad, las naciones civilizadas de la tierra se caracterizan por vivir bajo el imperio de la ley y no de la voluntad del gobernante de turno, que, aunque fuese ilustrada, si no está sometida a la ley, siempre es arbitraria.
La concepción de la democracia, en el pensamiento del Libertador, no es una democracia jacobina, una “democracia totalitaria”, como la definía J.L Talmon, en su obra “Mesianismo Político”, donde la voluntad coyuntural de la mayoría es absolutamente soberana. En una democracia moderna, la voluntad coyuntural de la mayoría está limitada por la ley y por las garantías que la ley prevé para las minorías y los individuos.