El quiebre histórico y la recreación de la utopía
No es hábito de los venezolanos enfilar la mirada hacia al pasado con el propósito de que indagando en él, extraigamos alguna explicación que nos ilumine y nos sirva como acicate o modelo para la acción. El culto al pasado desde Guzmán Blanco, se empozó en los libros de texto y en el discurso oficial, pronunciado en la celebración de fechas patrias recargado de estridente música retórica y dislocado de nostalgia por la gesta épica militar. Excepción aparte tiene en ese mirar hacia atrás, el período de la independencia y la figura de Bolívar a pesar del corto período en se desarrollaron los hechos, y que lejos de incentivarnos para la acción, es mostrada de tal manera distorsionada como etapa insuperable de heroísmo y creatividad, que a tal sublimación de su vigencia, lejos de impulsarnos con atrevimiento a modelar el presente y señalar rumbos para el futuro, sucumbimos entre cobardes y empequeñecidos al considerar inútil el realizar cualquier otro esfuerzo que se equipare a aquel; deviniendo en actitud escéptica, que resiente la autoestima, y en percepción insatisfactoria de la realidad.
Pero como continuidad perniciosa ha este mito traumatizante generado por lo que significó la ruptura extremada y violenta con el orden colonial, toda nueva generación o grupo político que se sucedió en el gobierno, pretendió gobernar en el entendido de una nueva originalidad, negando todo lo que le venía de atrás; es lo que podríamos catalogar como “ cultura del quiebre histórico”, cambiar las cosas por principio sin tener una idea clara de fórmulas sustitutivas, pero sí con un nítida orientación en el desdén para negar el acervo de sabiduría que le precedió, que los pueblos aún los más belicosos conservan de su experiencia con el pasado.
Esas rupturas constantes que nos hicieron flotar en el desaliento y que explican buena parte del arrastre de incertidumbres sobre nuestra identidad nacional, fueron frecuentemente en ese pasado, recreada en la utopía; la irrupción del Presidente Chávez en la escena política ha demostrado que la ilusión utópica, para vergüenza de la modernidad, goza de demasiada buena salud en estas tierras.
El renacer de anhelos igualitarios en nuestro pueblo, no sobre la base de la creación de reales espacios para la ampliación de las oportunidades, ni a leyes que sean iguales para todos, sino sustentado en un discurso repleto de quincallería incendiaria y redistributiva, al mejor estilo de los caudillos del siglo XIX formados en las guerras y alimentados de las descomposición material y ética que aquellas dejaron, es el componente hasta ahora estelar y casi único del catálogo de las propuestas de la V república.
Esa alta recepción a saborear la oferta de barbarie política en vastos sectores populares, comprueba que en Venezuela, los deseos de la gente se acumulan hacia el futuro- pero no en un sentido asertivo-, lo que hace concluir que la promesa terminó siendo aquí mejor que la historia.
Por ultimo quiero terminar diciendo lo siguiente: no hay mayor síntoma de primitivismo político que resistirse a reconocer, que el puñado de valores de la cultura, de la historia y de los personajes que la protagonizaron nos sean agradables o enojosos, constituyen el marco sustantivo de continuidad histórica en el que descansa la índole de una nación. Nos toca por ser obra de todos, optar en aprender de ella o no; pero en un sistema teóricamente fundamentado en el pluralismo y la libertad, el pretender confiscarla para sustituirla artificiosamente, no sólo es temerario, sino que pronto revelará lo vergonzoso de sus resultados.
Parece complicado creer que la V República, prolija en demoliciones y ante este insoportable tufo a cuartel, conserven espacios para la discrepancia. De seguirlos manteniendo como hasta ahora, la tarea para detener su fundamentalismo sectario nunca podemos darla por perdida.
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