Opinión Nacional

Empeño inútil

Quienes somos aficionados a comentar la actualidad política, con mayor o menor fortuna, utilizando para tal propósito algún recurso mediático, hemos observado con sorpresa en los últimos días el empeño de figuras connotadas del régimen por distorsionar el contenido de la historia patria, sobre todo en cuanto a la significación y trascendencia de determinados acontecimientos en los cuales la voluntad popular ha sido factor de primer orden para promover procesos de cambios institucionales.

Es así como se pretende desde el cercado oficialista cuestionar el 18 de octubre de 1945, asignándole a esa fecha un valor distinto al que efectivamente le corresponde como efemérides que recuerda que, en tal ocasión, se inició la democratización del país merced al conjunto de políticas adoptadas por el régimen provisorio de hecho y por el siguiente constitucional que sucedió a aquél, las que ciertamente contribuyeron a transformar las estructuras del Estado venezolano modernizándolo en los más diferentes aspectos, al punto que hoy día se reconoce que, en gran medida, la recuperación del ejercicio de la soberanía popular que es uno de los atributos distintivos del 23 de enero de 1958 no puede ignorar el valioso aporte otorgado en ese campo por la experiencia octubrista.

Por otra parte, desconocer el auténtico valor de la gesta de enero para, en un vano esfuerzo, intentar atarla a la del 4 de febrero de 1992, es un propósito extremadamente inútil, si se quiere, pues los acontecimientos de ambas fechas no tienen nada en común y, por el contrario, recogen sucesos que para nada son coincidentes. El 23 de enero fue un movimiento espontáneo cívico-militar que tuvo como consecuencia inmediata el derrocamiento de la dictadura, la reconquista de las libertades y el restablecimiento de los mecanismos democráticos, en tanto que en el aciago día de febrero que se pretende erigir en fecha patria lo que ocurrió fue un intento fracasado de golpe de Estado contra un gobierno legítimo que había sido constitucionalmente elegido. La mejor demostración de que no existe relación alguna entre una y otra fecha, es el comportamiento del pueblo venezolano en ambas ocasiones. Mientras en enero de 1958 la presencia en la calle de los más diversos estratos de la sociedad venezolana fue determinante para apremiar la huida del dictador y, en consecuencia, la resignación suya del poder que ilegalmente ejercía, en febrero de 1992 la gente permaneció en sus hogares tomando distancia de los facciosos que aspiraban a usurpar el ejercicio del poder y, asimismo, al establecimiento de un régimen militarista. O sea, pura y simplemente, reemplazar un gobierno democrático, instaurado por la soberana voluntad popular, por uno semejante al que ya anteriormente treinta y cuatro años atrás había sido borrado del mapa político venezolano. Esta es la razón por la que ha surgido la sospecha de que detrás del deseo de vincular 23 de enero y 4 de febrero, como públicamente lo han expuesto dirigentes del oficialismo, se esconde en verdad la pretensión de justificar el tránsito hacia el autoritarismo y el personalismo, dos de los rasgos característicos del régimen eliminado en 1958 por la acción conjunta del pueblo y de las fuerzas armadas. Habría que añadir un comentario adicional, puesto que incidentalmente se ha conocido que los “próceres” del fracasado golpe del 27 de noviembre de 1992 aspiran a que esa fecha se incorpore también al calendario de celebraciones patrióticas, pese a que la misma, además del fiasco militar propiamente dicho, tampoco contó con apoyo popular alguno hacia los alzados.

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