Del 23 de Enero al 4 de Febrero: Historia y reverso
Puestos a comparar los dos grandes hitos históricos que han jalonado el devenir político-institucional venezolano de las últimas cuatro décadas, las diferencias saltan con soberbia ostentación. Qué distingue el (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/venezuela/1958.asp»,»23 de Enero de 1958″)%) del (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/hchavez/4f.asp»,»4 de Febrero de 1992″)%). Hay suficiente consenso de ideas en relación al carácter revolucionario, democrático y profundamente popular que exhibió el levantamiento cívico-militar que condujo al derrocamiento de la nefanda dictadura pérezjimenista. Mientras que el 23 de Enero fue una jubilosa fiesta de estudiantes, obreros, curas, policías y soldados; adecos, comunistas, urredecos, socialcristianos y turbamultas de trabajadores de la ciudad y del campo en la calle celebrando la huida del Tirano; el 4 de Febrero no pasó de una intentona golpista frustrada por las tropas leales al, ciertamente, oprobioso régimen carlosandresista. Para los historiadores y estudiosos de la realidad socio-política venezolana el 4 de Febrero careció de lo que le sobró al 23 de Enero: fervor y apoyo popular masivo e irrestricto. Mientras que el 4 de Febrero fue un Putch tipo toma del Palacio de Invierno, un intento fallido de jugada maestra sin coordinación real efectiva con las muchedumbres populares de las barriadas marginales ni con inserción en las legiones campesinas que pueblan la extensa geografía nacional, el 23 de Enero, en cambio, fue un hervidero de auténtico patriotismo que rebasó los estrechos marcos partidistas que posteriormente quiso, y en alguna forma logró, imprimirle el ridículo adequismo populista que terminó gobernando a Venezuela con el tristemente célebre remoquete de la guanábana adeco-copeyana.
Puede decirse, sin temor a equivocarse, que el intento de golpe de Estado conocido en los anales de la Historia nacional como “4 de Febrero” es la negación de la participación y el protagonismo popular del sujeto histórico-colectivo que tradicionalmente está llamado a acometer los grandes cambios estructurales que exigen las sociedades a punto de estallar en mil pedazos producto de su descomposición. El 4 de Febrero es lo más parecido al foquismo guerrillero que toma por sorpresa el objetivo supremo de una acción política cuya meta última es el poder. Si nos viéramos compelidos a trazar rasgos distintivos y diferenciadores entre el 23 de Enero de 1958 y el 4 de Febrero de 1992, tendríamos necesariamente que subrayar por lo menos dos aspectos antitéticos entre ambos acontecimientos. El 23 de Enero fue una lección de insurrección cívico-militar de profunda raigambre democrática; es más, se trató de la primera gran confluencia de vanguardias organizativas, tanto de Izquierdas como de Derechas, cuyos objetivos comunes hicieron converger a polos ideológicamente contrapuestos en un solo ideal nacional de reconstrucción económica y política de un país que había quedado literalmente desvencijado por la dictadura perezjimenista. Que después la Izquierda se haya dejado ganar la iniciativa por las élites, hoy extintas y sepultadas, adecas y copeyanas; bueno habrá que conceder que eso es “harina de otro costal”.
Hoy, a 43 años del nacimiento del sistema pluripartidista y de la coexistencia del régimen democrático y participativo, es pertinente ponderar la continuidad de la Historia como condición indispensable para apreciar en su justa valoración la importancia del presente como legítima expresión del pasado histórico que nos condiciona, las más de las veces, y nos determina en circunstancias de excepción.
Y, definitivamente, en última instancia, si la hubiere, hay que concertar acuerdos mínimos para poder entenderse. La revolución pacífica y democrática nació de tierra fértil y abonada con sangre de compatriotas que jamás pensaron que el camino que aspiraban transitar era este que hoy recorremos y que no promete tener salida.