Opinión Nacional

¿Será Chávez reemplazado por un liberal?

Como en nuestro país no existen partidos de derecha, la inmensa mayoría de los venezolanos que tienen acceso a los medios de comunicación social -voceros de instituciones y organizaciones públicas y privadas; expertos en diferentes campos, sacerdotes, y editores y redactores de artículos de opinión- llaman al autoritarismo del actual régimen venezolano, «facismo». Pero esa no es la realidad. Es stalinismo.

Es un totalitarismo de izquierda. Como también lo son todas sus políticas públicas basadas en el marxismo-leninismo y en las variantes de esa atrasada y fracasada ideología político-económica (trotskysmo, marcuseanismo, maoísmo, gramscianismo, frantzfanonismo, guevarismo, etc., etc.). El cambio que urgentemente necesita Venezuela es hacia el liberalismo. ¿Podremos los venezolanos materializarlo?

Mientras más tiempo le permitamos los venezolanos a Chávez conducirnos impunemente cada vez más hacia un estado socialista, más rápidamente llegaremos a parecernos, no a Cuba, sino a la Nicaragua de Daniel Ortega o a Afganistán, Sierra Leona o Malawi. Y no porque las políticas represivas de los chavistas lleguen a tener éxito; sino porque un creciente aislamiento político internacional y un creciente deterioro económico, nos caotizará más y nos empujará aún más hacia la miseria.

Pero paradójicamente, pareciera correcta la apreciación de unos pocos pensadores -aparentemente más despiertos que la mayoría- quienes afirman que la salida de Chávez no debe precipitarse. Hasta nos convendría -dicen ellos- que Chávez culmine su período de gobierno y salga del poder por los votos.

La lógica tras estas aparentemente absurdas proposiciones, pueden resumirse en estas dos posturas: a Chávez debe permitírsele cosechar las tempestades que producirán los vientos que sembró; y los demócratas necesitan un largo tiempo para resideñar políticamente al país, organizar partidos, escoger candidatos y construír los programas mercadotécnicos que convencerán a la mayoría de los electores que un franco giro hacia el liberalismo es la única opción disponible.

Mientras la intelligensia venezolana imita a Jorge Olavarría, quien diseñó -hasta el mínimo detalle- una nueva organización político-administrativa para Venezuela [Una Constitución Para Una Nueva República, Editorial Melvin, C.A., Caracas, 1999], los partidos y líderes políticos deben mantener la esfervecencia en la calle -el único lenguage que entienden los chavistas- para impedirle al régimen continuar empujándonos hacia el fondo del abismo (ya caímos en él, pero aún no llegamos al final del tobogán o fondo del despeñadero).

Cada diputado emeverrista (nacional o estadal), cada gobernador y alcalde chavista, cada magistrado y juez producto de la «reforma judicial»; cada miembro del CNE (los de ahora y los que pronto los reemplazarán), y el fiscal, el contralor y el defensor del pueblo, deben sentir el grito de la calle, desde hoy hasta el último día que Chávez «gobierne».

Mientras tanto -y paralelamente-, ante esta realidad, hay otra cosa muy importante por hacer. Difícil, pero no imposible. Los partidos venezolanos y sus líderes políticos, deben dejar de hacer lo que están haciendo: Ante el claramente inevitable y cada vez más cercano final de la «quinta república», todos quieren el poder para ellos sólos. Quieren ser los ungidos que reemplacen a Chávez una vez defenestrado.

Una innegable realidad debería incentivarlos a pensar lo que he propuesto. Ninguno de los partidos políticos actuales, tiene la suficiente fuerza para ganar las futuras elecciones ni para formar un gobierno con suficiente piso político que le permita enderezar a Venezuela durante el próximo período presidencial. Si no ceden -o al menos flexibilizan- su sectarismo, puede cumplirse uno de los más recientes vaticinios de Chávez: «después de mí, vendrá un gobierno aún más revolucionario».

¿Ya se olvidaron nuestros políticos de la ceguera y tozudez de Luis Alfaro Ucero? ¿Del error de cálculo de Francisco Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández y Joel Acosta Chirinos? ¿También se olvidaron de porqué Andrés Velásquez, Claudio Fermín y Oswaldo Alvarez Paz perdieron las elecciones y permitieron que Caldera II llegase al poder con sólo el 13% del voto popular?. ¿Es que no recuerdan que saltar talanqueras al último minuto como hicieron todos para apoyar a Enrique Salas Römer sólo conduce a la debacle electoral? ¡Dejen de soñar!

Juntos pueden tener éxito, pero si no se unen desde hoy bajo un programa de gobernabilidad mínimo y común, cometerán -criminalmente- el mismo error que Chávez ha cometido: desperdiciarán -ahora por segunda vez- la increíble oportunidad que la historia nos obsequia a los Venezolanos para salir del subdesarrollo -y de Chávez- sin acudir al expediente de la bota o el sable militar (del que Rosendo, Weffer, Landys, y otros, nos están enseñando que no es una opción).

Pero la tarea más importante de nuestra intelligentsia y de nuestros partidos y líderes políticos, es aceptar de una buena vez, que todos nuestros males tienen un nombre: Socialismo.

¿Cuándo se darán cuenta nuestros políticos que renunciar al socialismo no significa renunciar a sus principios a favor de los débiles sociales y en contra del darwinismo económico? ¿Porqué no analizan profundamente -por lo menos- al Partido Demócrata de USA?

El último de sus presidentes, Bill Clinton, ni remotamente puede ser catalogado de socialista, pero logró gobernar ocho años cabalgando su ya famosa frase: «¡ It’s the economy, stupid !»; y la amplísima bonanza -social- que produjo su correcta conducción de la economía, no sólo le permitió salir airoso de bochornosos casos como los de Mónica Lewinsky y Whitewater, sino que hasta le permitió el extremo de proteger a los homosexuales existentes en las fuerzas armadas estadounidenses y mejorar el estándar social de todas las minorías a las que el eterno opositor de los demócratas, el Partido Republicano, tradicionalmente ve de arriba abajo.

¿Porqué temerle al éxito? ¿Porqué temerle al liberalismo? ¿Es que no se dan cuenta que un claro progreso económico beneficiaría abundantemente, no sólo hasta a los que pierdan las elecciones, sino a todos los empresarios y a todo otro sector de la sociedad?

¿Es que acaso somos masoquistas y no podemos vivir sin el permanente martirio que nos inflinge diariamente el socialismo?

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