Pensando en los otros
Ante la crispación extrema, que como el goteo de las
babas de algún diablo se distribuye de modo siniestro
sobre los dos polos que vienen imponiendo su agenda
perversa sobre el resto de al sociedad, toda
referencia a la necesidad de un entendimiento que
evite la violencia que tenemos ya encima y con
parciales saldos de sus efectos, suena y es calificada
a estas alturas como la retórica de los rajados y de
los cobardes. Tal actitud, que escondida aún en la
treta de las declaraciones de un falso deseo de
soluciones democráticas a nuestra crisis política
expresadas por la dirigencia fanática de un
oficialismo suicida que huye hacia delante, y de esa
parte de la oposición afanada en ser boba al
considerar una pérdida de tiempo esperar momentos
oportunos que con paciencia sabia llegarían
inexorablemente a favor de la paz ahorrándonos
sacrificios innecesarios, calibra el grado del
desencuentro y el abismo al que cada día nos acercamos
más.
¿Cómo llegamos hasta aquí? No es una pregunta necia,
si reflexionamos de verdad que las perturbaciones a la
paz la vemos como una seria preocupación. Por eso, es
tanto y más importante el modo y la forma de
deshacerse de un régimen que se empeña a estas alturas
en imponerse por la fuerza, la intimidación y el miedo
que querer desembarazarse de él de manera brutal. Con
probabilidad esa sea su propia estrategia, la de tirar
los dados de la provocación jugándoselo todo a un
conflicto decisivo.
El problema ha surgido, sin duda, de la visión del
mundo que tienen los jerarcas del llamado «proceso»
apuntalados por su líder, que prisionero de sus dogmas
no acepta las diferencias políticas que lo distancia
de los que se le oponen como un hecho social normal,
sino como un acto de sabotaje contrarevolucionario.
Necesario es rescatar del daño lo que todo esto nos ha
hecho y que todavía se resiste a terminar.
Regresar a la convivencia, precisa de un proyecto
común, de valores básicos y compartidos, justamente
para poder convivir y realizarnos como individuos y
como sociedad. Para que esto se pueda producir el
primer requisito es el abandono de cualquier fórmula
de venganza.
Una de los motivos por los que el gobierno se aferrará
al poder, dispuesto al uso de acciones vandálicas para
mantenerse, ya no por su afiliación revolucionaria, es
el temor a una persecución a la que ya le vieron la
cara en al breve estancia de Carmona. Ningún gobierno
que eventualmente sustituya al actual puede permitir
que nada se imponga sobre la justicia.
Los genuinos amantes de la libertad, estarán obligados
a impedir por todos sus medios los atropellos a la
dignidad de las personas de quienes nos adversaron. La
construcción que garantice la paz y prosperidad de un
nuevo Estado democrático y una sociedad pluralista,
exige frente a los necesarios cambios sociales, un
nuevo sentido de humanidad, sin impunidad, pero con
benevolencia.