La desesperación de los extremos y la salida electoral
Aunque al parecer, se sienten buenos augurios de
evitar un conflicto de violencia generalizada dadas
las últimas posturas en el sector opositor al régimen
chavista que tienden a favorecer el de forzar al
gobierno hacia una acción civilizada que se expresaría
en una salida electoral, y sólo, luego de que el
gobierno eventualmente la bloqueé acudir a la
invocación del artículo 350 CN, no se puede perder de vista el
extremismo, que siéndole congénito al presidente
Chávez y al comité de sus aduladores, no es ajeno
tampoco en su versión de contrapelo en un buen número
de adversarios.
Algo común en los diagnósticos sobre este gobierno, es
la errática pulsión del grado y magnitud de sus
peligros, como también la distorsión del juicio sobre
la efectiva capacidad de la sociedad democrática de
derrotarlo en un marco distinto al de sacrificios
innecesarios y confrontación violenta.
Una causa clave de la equivocación, es someter la
mirada únicamente a factores de política doméstica,
contrayéndose en la observación de los aguajes o las
inescrupulosas extravagancias del tarugo, olvidando
sus reales obstáculos para imponer un régimen
autoritario; pues aunque para Chávez, la política es
lucha extrema y confrontación existencial, no
contextualizar la situación global y hemisférica que
les es y le seguirá siendo en extremo hostil, resulta
en desacierto inexcusable. Y los es tanto de él, si
creyera que bajo una estructura totalitaria pudiera
sostenerse en el tiempo, como de aquellos que se
apresuran desesperados en querer sacarlo del poder a
cualquier costo.
Chávez, no tuvo claro, ni lo tiene ahora- por la
visión heroica y arrolladora que tiene de sí mismo –
que iba hacer con el poder luego de detentarlo.
Esa confusión lo hizo creer que su encantamiento y su
popularidad duraría para siempre, o al menos el
suficiente tiempo para consolidarse. Dicho de otro
modo, su concepción descuidada y no consciente del
revolucionario italiano Gramsci sobre guerra de
posiciones con la que se apoderaría y
penetraría (Asamblea Constituyente) la sociedad abierta
a través de una concentración sin precedentes de
hegemonía con todo tipo de controles, políticos,
militares, administrativos, institucionales etc.,
garantizando las posiciones hegemónicas del nuevo
grupo dominante (los bolivarianos) dentro de la sociedad
democrática, hace tiempo que se le vino al suelo y
fracasó.
Chávez no estuvo preparado para enfrentar esas
dificultades y ha sido incapaz de manejar la quiebra
del modelo, ante una sociedad que se le ha parado con
músculo y fuerza para detenerlo, y que lo ha logrado.
Al no poder pervivir en un cuadro distinto a una
apariencia democrática- que para nosotros siempre
fueron sus deseos y su única visión de cierto
realismo- lo condena y hace inviable su proyecto
político, o lo que es lo mismo, su proyecto personal
de poder.
Con independencia de quien es el generador de las
tendencias disolventes, el peligro cierto que encierra
por la radicalización surgida de ella y que se ha
extendido al campo opositor, puede llevarnos a una
guerra y a un estado de postración, ingobernablidad y
muerte, lo que es evitable, pero que sólo los
moderados o reformistas pudieran domesticar y contener
en sus perniciosos efectos.
¿Cómo se puede lograr eso? Con paciencia y frialdad
como lo exigen las circunstancias; acercándose sin
miedo a la tripartita internacional, sin abandonar la
calle, desde luego, pero concentrando los esfuerzos en
dirección a darle una salida electoral y pacífica, no
en la hipotética y remota renuncia de Chávez por
acción de una huelga general (que luce prematura y que
da escalofríos el sólo pensar en su fracaso), o en la
instigación a la intervención militar.
En fin, me abraza la convicción que el conflicto
venezolano tiene espacios para que tome una vía de
solución pacífica. Para ello es necesario derrotar a
los extremos- lo que incluye el talibanismo incrustado
en una parte de la oposición -, que quedarían al
descubierto de desear incumplir las resoluciones que
con toda seguridad convergerían en la utilidad y
necesidad de un desenlace electoral.