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¿Qué nos jugamos políticamente el #6D?

«La América no será libre sino cuando esté libre de libertadores». Juan Bautista Alberdi

Los venezolanos, antes que finalice el 2015, estaremos muy probablemente de frente a una nueva imagen reflejada en el espejo. No será el espejo de nuestra historia, sino el espejo del futuro-presente que nos toca vivir como sociedad. En ese rostro reconoceremos cicatrices, señales de cansancio, algo de ansiedad, pero también probablemente nos encontraremos con una sonrisa esquinada de reconocimiento y reencuentro. Después de tanto tiempo, aún resiste el brillo en nuestra mirada.

Con esa imagen en la mente, la próxima elección parlamentaria del 6 de diciembre, y ese intenso mes que va desde los comicios a la instalación de la nueva legislatura en enero del 2016, será un punto de inflexión sin precedentes en la historia política venezolana contemporánea. En ese espejo nos miraremos nuevamente. Más allá de las consideraciones constitucionales, estos comicios pudieran traer consigo implicaciones políticas de hondo calado puertas adentro para ambas coaliciones en disputa y también para la sociedad en su conjunto. En este sentido, qué nos jugamos políticamente este próximo 6D? Lo tenemos claro los ciudadanos? lo tienen claro los candidatos? estaremos dispuestos a entender y acompañar esta nueva etapa?

La singularidad política del 6D.

Pocas veces en un país latinoamericano con tan dilatada tradición presidencialista y con tanto derroche populista, una elección parlamentaria puede resultar tan determinante e influyente en el esquema de gobernabilidad como éstas del 2015.  Destaca este dato además, si consideramos que ha sido tendencia sostenida de la Revolución Bolivariana en tres legislaturas quinquenales, la reducción sostenida de la Asamblea Nacional a su mínima expresión funcional y política.

Hablamos de una votación parlamentaria que pudiera romper récord de participación electoral[1]. Una fuerte evidencia de que el liderazgo carismático de un presidente ciertamente es intransferible. Tan es así, que tampoco existen referencias en nuestra historia reciente de una campaña tan polarizada, sin liderazgos nacionales indiscutidos. Es decir, sin los conocidos «portaviones» levantando manos a diestra y siniestra por todo el país.

Por otra parte, presenciamos una campaña con importantes «silenciadores»: un espacio radioeléctrico cada vez menos plural, una notoria precariedad de recursos económicos y un estado de excepción acompañado del despliegue de las OLP (Operación de Liberación del Pueblo) en el 76% de los circuitos electorales del país. Con lo cual, además de empobrecer el debate público y el clima de opinión, sirve de combustible a la radicalización de las preferencias a medida que se acerca la elección.

La singularidad de estos comicios se debe también por una actitud más parcializada de una autoridad electoral, que además de demorar intencionalmente el anuncio de la fecha de la elección y restringir abiertamente la observación internacional, impone condiciones de género en las postulaciones poco tiempo después de celebrarse primarias. Lo cual aunado a las dificultades selectivas impuestas a las inscripciones de algunas candidaturas y la deliberada omisión frente al ventajismo electoral oficial, busca ahondar el desaliento de una movilización electoral que hoy menos que nunca le conviene al Gobierno.

Este conjunto de aspectos de gran singularidad, nos sirven de preámbulo de lo que estas elecciones representan políticamente para Venezuela, en especial si consideramos las profundas implicaciones que tiene una crisis económica sin precedentes en nuestra historia republicana. En efecto, el abrasivo contexto económico actual plantea desafíos de gobernabilidad y de crisis social desconocidos hasta la fecha y de alcances aún incalculables.

Política y economía a contratiempo

Uno de los aspectos analíticos más importantes que ha  considerado buena parte de la literatura especializada sobre las transiciones democráticas en América Latina, es que política y economía -a pesar del enorme peso del paradigma primario-exportador y el mantra del control estatal de los recursos naturales- no siempre han transitado al mismo ritmo por la historia. En la época de dictaduras militares, esas economías gozaron de un importante crecimiento económico, situación contraria en la época de transiciones hacia unas democracias medianamente competitivas (Marti i Puig; 2001). En el caso venezolano, pareciera que esta crisis económica -producto en buena medida del desplome de los precios del petróleo- está acompañada de una inocultable crisis en la conducción política de un sistema burocrático, erigido por años para el control hegemónico de un solo individuo que ya no está. En la actualidad tenemos una política económica incierta, plagada de dogmas de fe, reñida con la publicación de cifras y sin capital político propio para implementar ajustes alternativos a los controles centralistas que siguen demostrando su fracaso.

En este sentido, tenemos un aciago contexto económico caracterizado por una profunda recesión del PIB[1], caída sostenida de los precios del petróleo, escasez, improductividad, corrupción, disparidad cambiaria y la inflación más alta del mundo[2], lo cual en su conjunto representa una situación bastante compleja en términos de administración gubernamental, así como también en términos de opinión pública: 9 de cada 10 venezolanos considera como negativa la situación de la economía, y 6 de cada 10 venezolanos responsabilizan directamente al gobierno y al presidente Maduro [3].

De modo que, el mayor estrago de la situación económica, pudiéramos cuantificarlo en la desafección de la base electoral del gobierno en las próximas elecciones. Sin embargo, la fuerza de las circunstancias económicas suponen un desafío mucho más complejo en términos de gobernabilidad con un escenario parlamentario, a todas luces, confrontacional y pugnaz con el resto de poderes públicos. De la capacidad de comprensión que tenga la nueva clase política parlamentaria, dependerá en buena medida el éxito o fracaso de esta nueva etapa del país.

Pareciera que el ritmo de cambios político-electorales que se han venido suscitando en Venezuela en las últimas elecciones desde el 2008 a la fecha, ha sido inversamente proporcional al desmejoramiento de nuestra petro-economía, lo cual supone pocos espacios para que los planteamientos radicales sean sostenibles en el corto o mediano plazo. En este equema de crisis económica y política, con tan poco margen de maniobra para las posturas más radicales, se vislumbra la posibilidad de nuevos clivajes parlamentarios entre radicales y moderados en ambas coaliciones (oposición y oficialismo).

La AN como espacio para un nuevo juego político?

Estamos ante una posibilidad sin precedentes de consolidación de una nueva mayoría política, en un escenario institucional hasta ahora hegemónico. Lo cual tendría efectos en los más distintos órdenes de la vida social del país, lo cual implicaría un nuevo escenario político, con personajes emergentes y la posibilidad de un replanteamiento en los esquemas de legitimación. Quizá polarizar en este contexto no sea tan políticamente rentable como ha sido por tantos años en Venezuela.

Estaría dispuesta a discutir nuevos créditos adicionales con el gobierno una comisión de finanzas controlada por la oposición? en qué términos se daría este debate? Cómo se conducirían las políticas públicas del Poder Ejecutivo con una comisión de contraloría opositora en permanente auditoría? Cuál será la pauta de actuación de esta nueva mayoría parlamentaria? negociación o bloqueo, ese será el nuevo dilema. Cómo lo entenderá la opinión pública? Cómo reaccionaría el gobierno ante una eventual derrota? La respuesta a estas interrogantes será determinantes para entender el nuevo jugo político que pudiera venir para el 2016 y que serán determinantes para los próximos años.

Plantear estos escenarios, después de 15 años de legislaturas con mayoría oficialista, ya representa un cambio profundo en nuestra comprensión política. Quizá ante la evaluación histórica esta pudiera ser la circunstancia que gradualmente -y no libre de confrontaciones- haya sido necesaria para re-democratizar progresivamente el sistema político venezolano. En este sentido, catalogar de «transición» a lo que eventualmente pueda surgir de la venidera Asamblea Nacional luce prematuro e incierto, sin embargo estamos a las puertas de un cambio político muy importante, contencioso y con pocas posibilidades de grandes cambios en el rendimiento económico al corto plazo.

Antes que termine el 2015, los venezolanos estaremos parados frente al espejo, envueltos de muchas adversidades, pero con un brillo diferente en la mirada. Termina un año, pero comienza quizá la etapa política más difícil de nuestra generación. El 6 de diciembre entre todos configuraremos un nuevo futuro, no con un mesías o un profeta, sino con liderazgo colectivo desde el espacio más deliberante que tiene un país: la casa de las palabras, su parlamento. En suma, nos jugamos la posibilidad de darnos un nuevo comienzo para balancear la política, renovar las instituciones, controlar al poder y promover un nuevo diálogo más plural, con menos monólogos, decretos y censuras. Quizá ese brillo que veamos, sea la señal de esperanza que tanto necesitamos para recuperar nuestra democracia.

Xavier Rodríguez Franco

Politólogo Universidad Central de Venezuela y Universidad Autónoma de Barcelona. Magister por la Universidad de Salamanca. Investigador del Observatorio Económico-Legislativo de CEDICE.

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[1]: Según la encuesta de Datanalisis (agosto de 2015) la intención de voto pudiera estar en un histórico 78,5% para una elección parlamentaria.

[2]: Según estimaciones del Fondo Monetario Internacional, al cierre del 2015 Venezuela pudiera llegar a tener un crecimiento negativo de 10% de su Producto Interno Bruto (-10% PIB).

[3]: Venezuela tiene por tercer año consecutivo la inflación más alta del mundo.

[4]: Estudio del IVAD-Venebarómetro de agosto de 2015.

 

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