Opinión Nacional

Corrientes peligrosas

Deben haber en Venezuela pocos intelectuales que no hayan publicado, así sea de manera breve, un artículo sobre los sucesos del pasado abril. Las reacciones son diversas, variopintas, a veces tan desaladas o deshonestas que no provoca ni siquiera refutarlas. Una de éstas, sin embargo, es inquietante no tanto por su exasperante tono y airecillo socarrón sino porque en el fondo refleja una modo de pensar que es sumamente peligroso y arbitrario.

¿En qué consiste esta corriente? Ésta dice más o menos lo siguiente: apartando los errores cometidos por la oposición y el efímero gobierno ínterin, es decir, el decreto, los arrestos y los ataques a la embajada Cubana, el golpe de Estado debe ser visto como una acción legítima, pues éste fue infligido a un gobierno autoritario, represivo, que desde hace tiempo dejó de ser democrático. Con insoportable petulancia, además, critican duramente a aquellos que se dignan a equiparar la condena al golpe con la defensa a los principios democráticos -como si fuese algo coherente hacer otra cosa, o que exigen a los golpistas someterse a la ley, o que se atreven a poner en entredicho la supuesta ausencia de actividades conspirativas.

En parte, por supuesto, el argumento está basado en realidades concretas. Chávez, claro está, es un presidente autoritario. Su gobierno, a pesar de haber sido elegido por una amplia mayoría, apenas si llega a ser una seudo-democracia. La lista de atropellos parece cada día expandirse: la libertad de prensa, pese a que sin duda existe, es objeto de constantes vapuleos y amenazas, no hay libre acceso a la información del Estado, las comunicaciones telefónicas son abiertamente intervenidas y los límites entre el gobierno, el Tribunal Supremo, el Poder Ciudadano y la FAN se han diluido. Pero de allí a afirmar categóricamente que el gobierno de Chávez dejó hace tiempo de ser democrático, que ya no existen los mecanismos legales para salir del presidente dentro del sistema y por ende un golpe de Estado puede ser visto como una acción legitima, de allí a estas afirmaciones se abre un vacío que ellos ni nadie han podido cerrar.

¿Es Venezuela una democracia? Es difícil saber si lo es o no lo es. El nicho está en que la democracia no debe ser vista como una cuestión de clase sino de grado. Es decir: un país es más o menos democrático, nunca lo es en su totalidad. Más de una vez he visto a expertos sobre el tema argüir convincentemente que a los EEUU no se le puede denominar una democracia, pues ¿cómo se puede definir así a un país donde menos de la mitad de la población vota, donde los votos de los ricos valen más que los de los pobres y donde los candidatos que reúnen más plata son siempre los ganadores? Esto, por supuesto, no quiere decir que la situación de Venezuela es comparable a la de los EEUU, sino que la democracia esta hecha de grises, o mejor dicho, es un sistema multidimensional cuya definición está condenada a ser si no nebulosa, sí al menos inexacta.

Es por eso, pienso, que se debe recurrir a las armas, o a los golpes de Estado, sólo en los casos extremos, cuando no cabe la menor duda de que el presidente ha infligido golpes mortales al sistema, socavando en el proceso todos los mecanismos legales para su destitución. Sólo así podría justificarse un golpe, u otra acción inconstitucional cuyo saldo probablemente va a incluir muchas pérdidas humanas. Los opositores que alegan que el golpe del 12, pese a torpe, es legítimo, están en el fondo dándole luz verde a una futura acción violenta. Esta actitud, considerando el hecho de que no existe consenso (ni siquiera entre los intelectuales) sobre si Venezuela es o no es una democracia, es bastante irresponsable.

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