Profetas desarmados
Posiblemente, el presidente Chávez resolvió la cuestión con una pregunta, creída original por sus colaboradores inmediatos: ¿cuántas divisiones tienen los trabajadores de PDVSA?. Todos dormirían tranquilos esa noche, luego de estudiar el caso. No obstante, los desarmados trabajadores de la industria emplean un elemento que ya tiene, gracias a la pasión de especialistas como Drucker o divulgadores como Toflfler, una jerarquía estratégica que quizá no aparecen en los manuales consultados por aquéllos: el conocimiento.
Jerarquía que ha llevado a algunos a meditar sobre el peligro que encarnan estos espadachines gerenciales: están habituados a la consideración de escenarios, diseñados con un alto grado de exactitud e implementados con la habilidad, destreza y pragmátismo que aconseja el oficio, incluido un plan de contingencia que pondría a salvo a la misma industria si fuere el caso. Vale decir, gracias a algo más que un porción de pólvora, pueden poner en jaque a los afanados tácticos del oficialismo.
Profetas desarmados que, a la postre, permitirán aclarar el significado de eso que llaman “izquierda” en torno a la materia petrolera, pues, tal actitud la comprendemos, por el discurso de los últimos tiempos, como la disposición al férreo combate contra todas aquellos que se presten a robarla, frecuentemente agavillados; la valoración de ciertos supuestos ideológicos en la trama gerencial; y, obviamente, la absoluta propiedad estatal del preciado mineral. Un abanico que podemos, a vuelo de pájaro, meditar.
Tenemos que ese “diferencial de la corrupción” no se evidencia, pudiendo potencialmente evidenciarse, porque no conocemos a ningún reo en pie hasta ahora, conveniente y convincentemente procesado y sentenciado; la complejidad y rudeza del negocio generalmente desaconseja los criterios que no ayuden a determinados y positivos resultados; y, a sabiendas de la situación del Estado venezolano, se nos antojan como “progresistas” aquellas fórmulas extremas que pretenden – por ejemplo- distribuir las acciones de PDVSA, perfectamente negociables, entre todos y cada uno de los venezolanos (innovado el ius solis), según propuso –si mal no recuerdo- Quiróz Corradi. Por lo demás, vista una gestión como la de Alí Rodríguez o sospechando de las convicciones íntimas de Silva Calderón, el negocio conservó o ¿conservará? su naturaleza y, en definitiva, bien quisiera Fidel Castro tenerlo en su inmensa celda que es Cuba, apostando a las inversiones exrtranjeras a cambio de la grosera flexibilización laboral que ofrece. En consecuencia, si hablasemos de profetas armados frente a los que no lo son y –por añadidura- del correlato izquierda-derecha, habría que hacer un llamado urgente a los científicos sociales, legos y entendidos en las más diversas disciplinas para repensar bajo otros esquemas el país actual, solicitando a Ignacio Ramonet abstenerse y buscar su piedra filosofal en otra parte.
No olvidemos un dato constitutivo del “proceso” en marcha con la más célebre sentencia cotidiana: ¡Bingo!, pues está en vías de resolverse el problema del desempleo crónico y angustioso de nuestros egresados universitarios. Bastará con un carnet del círculo “bolivariano” respectivo para aterrizar en la industria y, por ello, el paro de PDVSA surge como un deseo soterrado que no resistiría el más ligero roce de un bisturí hiperfreudiano para que los borbotones de sangre (se dirá del jugo gástrico), comprueben la existencia material del inconsciente.
A la escena le faltaría un detalle adicional para toda epopeya que se respete. A lo mejor, un tren blindado que surque de un lado a otro los campos petroleros. Habrá que encontrar a otro conductor, porque –seguramente- descartarán a Trotisky, pues, al menos, siendo políglota, lo descubrirán como parte de la famosa nómina mayor.