Todos debemos estar preocupados
No se trata solamente de que George W. Bush exprese preocupación por la situación venezolana y que Hugo Chávez Frías, en actitud francamente provocadora, diga que a él, por su parte, lo que le preocupa es la situación de los Estados Unidos. Cuando lo cierto es que todos debemos estar preocupados porque al menos, en cuanto a nuestro país se refiere, cada día que pasa aparecen signos que no son, precisamente, señales optimistas con respecto al porvenir.
Así, por ejemplo, la revolución bolivariana “democrática y pacífica”, eso que en la jerga oficialista se conoce como el “proceso”, cada vez más se parece a algo bien distante de las experiencias democráticas, con el añadido de que el recurso de la violencia, utilizado con regularidad para combatir las manifestaciones de grupos organizados adversos al régimen, pone de manifiesto que el establecimiento de la paz no es precisamente una de las metas a las que aspira el gobierno que encabeza el comandante Chávez Frías. Todo lo contrario. El discurso presidencial, en vez de acoger las sugerencias a la rectificación y la tolerancia, asomadas por sectores representativos de la sociedad civil, procura más bien estimular el odio social, con lo que los resultados están a la vista: nunca en Venezuela había ocurrido que un mandatario elegido por el voto mayoritario de la población sembrara conscientemente las simientes de la violencia fratricida que, tarde o temprano, puede llegar a desembocar en un enfrentamiento armado de proporciones insospechadas.
E igualmente pasa en otras esferas. La libertad sindical, por ejemplo, se encuentra amenazada como consecuencia de la actitud asumida por las autoridades electorales destinada a desconocer la legitimidad de la dirigencia de la máxima central obrera, por lo que puede anunciarse desde ya un conflicto de dimensión mayor que introducirá nuevos trastornos en el clima de belicosidad generalizada que se ha adueñado del país.
¿Y qué decir de la relación entre el gobierno y los medios de comunicación? No pasa un día sin que no se acentúe la confrontación entre ambos. El Presidente no conoce otras expresiones para calificarlos que no sean aquellas que los vinculan con una supuesta conspiración mediática destinada a desestabilizar al régimen, entre otros objetivos, por lo que es natural que los medios reaccionen adoptando posiciones cada vez más críticas y manteniendo líneas editoriales, la mayor parte de ellos, nada complacientes con el oficialismo.
A todo lo señalado en los párrafos precedentes habría que sumar una preocupación adicional. Venezuela, al igual que todos los otros Estados del hemisferio agrupados en la OEA, está comprometida a reconocer y respetar las normas y principios establecidas en la Carta de la Organización, que se fundamentan, entre otros aspectos, en el ejercicio de la democracia representativa, pero que hoy, además, extiende ese deber a lo que dispone la Carta Democrática Interamericana (Lima/2001) en el sentido de que no basta que un gobierno sea elegido democráticamente sino que tiene que actuar como tal. Y, en ese terreno, están plenamente justificadas las sospechas que levanta el gobierno venezolano respecto a su comportamiento en asuntos como los apuntados, a lo que es menester agregar el inevadible autoritarismo que se vigoriza, en buena parte, a través de la militarización de la administración pública y la politización de la Fuerza Armada Nacional, así como también por el auge de una suerte de culto al personalismo y de acicate a la demagogia y el populismo.