Opinión Nacional

Necesitamos Escuelas de Gobierno

En estos días, un amigo me dijo que «Las sociedades llegarán a ser perfectas cuando los súbditos y sus líderes lleguen a ser honestos, capaces y laboriosos». Yo le respondí que eso sucederá cuando los súdbitos dejen de existir al haberse convertido en ciudadanos; y cuando también desaparezcan los líderes al haber sido reemplazados por administradores que puedan ser despedidos si son ineficientes.

En Venezuela, nuestros supuestos «líderes políticos» obtienen la licenciatura en gobierno, en los centros de estudiantes -liceístas y universitarios- del sistema de educación pública, luego de quemar las indispensables etapas de encapucharse y lanzarle cocteles molotov -y ahora «bin ladens»- a la policía.

Su maestría la obtienen; subiendo cerros o recorriendo caseríos marginales, para poner a prueba entre los ignorantes, las más hábiles mentiras que se les ocurren (mientras más masa entusiasman, más elevado es el «honor de grado» auto-otorgado: cum, magna cum ó suma cum laude); y el Ph.D., lo obtienen, al hacerse duchos en utilizar sagazmente todos los lugares comunes -y escándalos- que les permitan salir constantemente, en los noticieros televisivos, porque que los conozca el mayor número posible de venezolanos, es un requisito indispensable para ingresar a cualquier tarjetón electoral (requisito de postulación que puede obviarse si se es un «incondicional» de la maquinaria partidista).

A pesar de que en nuestro país, el sistema de educación pública es una de las más formidables fábricas de populistas de toda Latinoamérica, nuestros centros de educación superior privados, se han quedado dormidos. Más bien, han diseñado a sus instituciones -aparentemente- para ser políticamente asépticas, al quizás haber definido a la política -erróneamente- como una infección.

Un ejemplo ilustra el error que la academia privada ha cometido al seguir ese camino. En estos momentos, el Alcalde Metropolitano, Alfredo Peña, intenta poner en práctica en Caracas el sistema de control del fenómeno delictivo que al ser implementado en Nueva York por el Comisionado de Policía, William Bratton, logró lo «imposible»: que los índices delictivos hayan estado reduciéndose constantemente -y sin parar- desde 1994, cuando él inició el programa en Estados Unidos, hasta el sol de hoy.

Ese muy eficiente programa de reducción del delito, no fue inventado por William Bratton, ni por otros expertos policiales, sino por profesores universitarios privados. Se originó hace veinte años -en 1982-, en la Cátedra de Gobierno, de la Escuela John Fitzgerald Kennedy de la Universidad de Harvard, regentada por el Dr. James Q. Wilson, y fue sumarizado en el artículo «Broken Windows», que el Dr. Wilson, redactó junto al también profesor universitario George Kelling, antes de publicarlo en el ejemplar de marzo de 1982 de la revista The Atlantic Monthly (volumen 249, nro. 3; págs 29-38).

Desde otras cátedras y universidades privadas, se ha formado también a muchos gobernantes que han dejado profundas huellas en la historia del mundo, así como abundantes -y excelentes- servidores públicos que se han desempeñado en la más variada gama de cargos municipales, regionales y nacionales en numerosos países.

Hoy en día, es un aval político internacional, que un candidato posea un diploma de la London School of Economics, de la Harvard Law School, o de Stanford University o Yale University; así como lo fue hace unos lustros de la Universidad de Chicago. Sin embargo, lo importante a resaltar aquí, es que en esas universidades -y en muchas otras- variados equipos de académicos se dedican permanentemente a investigar, a publicar trabajos y a ofrecer siempre nuevos cursos, sobre las más actuales técnicas y herramientas necesarias para hacer cada vez más eficiente a la administración pública.

Por ejemplo, durante el gobierno de Jaime Lusinchi -y por un período de dos años-, se residenció en Venezuela, el profesor Michael Coppedge, titular de las cátedras de «Gobierno» y «Estudios Internacionales» de Notre Dame University; universidad privada de Estados Unidos fundada por la Iglesia Católica francesa en 1842, cerca de la ciudad de South Bend, estado de Indiana. Luego de su estadía en nuestro país, el profesor Coppedge publicó el libro: «Strong Parties and Lame Ducks, Presidential Partyarchy and Factionalism in Venezuela» («Partidos Fuertes y Patos Lisisados, Partidarquía Presidencial y Faccionalismo en Venezuela», Stanford University Press, Stanford, California 1994), que constituye la mejor descripción que existe del sistema político venezolano, construída objetivamente a partir de hechos concretos y de montones de datos estadísticos.

Otro ejemplo del sueño profundo en el que han estado sumidas nuestras universidades privadas, lo ilustra la ausencia en las editoriales, librerías y bibliotecas, de un título salido de sus cátedras -por ejemplo- como éste: «Historia de Venezuela, Sexenio 1936-1996» que ha permitido a muchos políticos mentir descaradamente y desvirtuar la realidad de nuestro país y hasta intentar, burdamente, «re-escribir» ese período de la historia. Y lo que es peor, que cuando a los venezolanos -civiles y militares- se les pida asociar rápidamente a la palabra «historia de Venezuela» con algo o con alguien, piensen únicamente, en nuestros libertadores. Sólo el Dr. Jorge Olavarría ha llenado parcialmente ese vacío con su columna periodística, y libros, titulados «Historia Viva». Otros, se han dedicado a escribir biografías que son casi hagiografías; es decir, a señalar a sus lectores, ejemplos de mesías.

¿Porqué no podemos tener los venezolanos excelentes escuelas de gobierno en nuestras universidades privadas? Tenemos en la actualidad algunos retoños: el IESA (Instituto de Estudios Superiores de Administración), y algunos profesores de la UCAB (Universidad Católica Andrés Bello) que se han ganado un nombre, al ser las únicas contra-referencias confiables de Venezuela cuando se desea conocer si las políticas públicas del gobierno de turno, son las más adecuadas para nuestro país.

Sin embargo, como pudimos observar en el caso del programa de Wilson y Kelling para reducir el fenómeno delictivo, las escuelas de gobierno, no pueden limitarse a sólo las tres áreas macro fundamentales (economía, leyes y petróleo), porque las tareas de gobierno, abarcan muchas otras áreas, y en cada una de ellas se necesita de una tecnología especializada.

Los títulos de algunas recientes publicaciones estadounidenses, nos dan una idea de lo que se necesita: «Banishing Bureaucracy, The Five Strategies for Reinventing Government» («Desapareciendo a la Burocracia, Las Cinco Estrategias para Reinventar el Gobierno» de David Osborne y Peter Plastrik, editorial Plume, Penguin Group, New York, 1998) y «The New Federalism, Can the States be Trusted?» («El Nuevo Federalismo, ¿Puede Confiarse en los Estados?» editado por John Ferejohn y Barry Weingast, Hoover Institution Press, Stanford University, Stanford, California, 1997).

¿Cuál universidad privada venezolana pasará a la historia como la pionera en diseñar desde sus cátedras, escuelas y publicaciones, a nuestros políticos del Tercer Milenio?.

¿Porqué la empresa privada no abre un concurso anual entre los partidos políticos venezolanos para que sus mejores prospectos compitan por un grupo de becas destinadas a preparar a los favorecidos, en las universidades del exterior, en el arte de gobernar; aumentando así el número de conferencistas externos que nuestras universidades puedan invitar para enriquecer la formación de los futuros administradores públicos?

¿No estamos todos los venezolanos cansados de socialismo barato, de golpistas (civiles y militares) y también exhaustos de candidatos a mesías? ¡Pues no le pidamos peras al olmo… hay que capacitar a quienes aspiran a gobernar!

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