Es necesario un nuevo sistema de gobierno
En América Latina, el sistema de gobierno presidencialista ha fracasado. El presidencialismo se caracteriza, entre otras cosas, por períodos presidenciales y legislativos fijos y ha sido criticado por un numeroso grupo de académicos de la ciencia política, encabezados por Dr. Juan Linz, profesor de la Universidad de Yale. El argumento de Linz se centra en la excesiva rigidez del sistema presidencialista, que impide resolver dentro del sistema, crisis políticas que, en cambio, son perfectamente solubles, constitucionalmente, en el marco de un sistema parlamentario. Este sistema, simplificando un poco, se caracteriza por la figura de un Jefe del Estado, símbolo de la unidad nacional y, por tanto, “por encima de las partes”, con poderes muy limitados, pero con una enorme “auctoritas” institucional, que le da una relevante influencia, particularmente en momentos de grave crisis. El Jefe del Estado “reina” pero no “gobierna”. El Jefe del Gobierno, generalmente llamado Primer Ministro, gobierna con el apoyo de la mayoría parlamentaria. El Primer Ministro debe renunciar al perder la confianza del Parlamento y será sustituido por otra persona, que tenga el apoyo de la mayoría de los legisladores.
El sistema parlamentario prevé la posibilidad de elecciones generales anticipadas, cuando el Parlamento no logra resolver la crisis política, eligiendo a un nuevo Primer Ministro. Linz y sus seguidores subrayan la flexibilidad del sistema parlamentario que, a través de sus “válvulas de escape”: posibilidad constitucional de reemplazar al Jefe del Gobierno y de llamar a elecciones anticipadas, permitiría evitar la ruptura del orden constitucional, característica aberrante de la política latinoamericana. Quizás, el golpe de Estado de 1970 en Chile hubiese podido evitarse con elecciones anticipadas, teniendo en cuenta que la oposición al gobierno de Allende tenía la mayoría en el Congreso. Lo mismo podría decirse, “mutatis mutandis”, del golpe de 1976, contra Isabel Perón, en Argentina. También en los casos del “autogolpe” y la peculiar salida de Fujimori en Perú, el “Serranazo” en Guatemala, la tragicómica defenestración de Bucaram y la grotesca “renuncia” de Mahuad en Ecuador, la flexibilidad de un sistema parlamentario hubiera facilitado la salida de la crisis, sin rupturas institucionales. La incipiente crisis político-institucional, que está atravesando Venezuela, también sería mucho más fácil de resolver, en el marco de un sistema con mecanismos autocorrectivos de tipo parlamentario. Como nos sintetiza, felizmente, el politólogo Arturo Valenzuela: “ Las crisis de los sistemas parlamentarios son crisis de gobierno, no de régimen”. Comparto con Linz y Valenzuela las críticas a la rigidez del sistema presidencialista, sin embargo no considero que la solución, para Venezuela y América Latina, sea sustituirlo por un sistema parlamentario clásico, la “primera” república italiana y la “cuarta” francesa sufrieron de una excesiva inestabilidad política, afortunadamente mitigada, por la relativa eficiencia y estabilidad de una burocracia de carrera “weberiana”, inexistente en nuestros países. Por tanto, en América Latina deberíamos orientarnos hacia alguna forma de lo que Giovanni Sartori llama “semipresidencialismo”, cuyo “tipo ideal” es el sistema de gobierno de la actual “quinta república” francesa.
Este nuevo presidencialismo se caracterizaría por un poder ejecutivo, compartido entre un Presidente de la república, electo directamente por el pueblo y un Primer Ministro, seleccionado por el Presidente, pero investido y apoyado por una mayoría parlamentaria. El semipresidencialismo incluiría las más importantes “válvulas de escape” del sistema parlamentario, como la posibilidad de reemplazar al Primer Ministro, modificar la coalición de gobierno y llamar a elecciones anticipadas. Quizás, más pronto que tarde, habrá una nueva oportunidad de rehacer, a través de una verdadera y equitativa participación de todos los sectores del país, la Constitución de Venezuela.