Corneta, toca a degüello
Así podría entenderse la advertencia de Nicolás Maduro de que el país sería gobernado por una junta cívica militar si el chavismo no triunfa en los comicios legislativos de diciembre, o si la oposición reclama la victoria que pronostican las encuestas.
El alarido de Maduro obliga a evocar aquellas cargas de caballería en las que jinetes con sables o machetes en mano avanzaban para destrozar las tropas enemigas, calificativo con el que el chavismo identifica a quienes no son incondicionales a sus propuestas.
La radicalización del despotismo electoral venezolano significaría el establecimiento de un estado policial, asesorado por el gobierno castrista, y controlado por una cúpula de militares corruptos que superarían en crueldad las dictaduras castrenses que padeció el hemisferio el pasado siglo.
Ellos son conscientes que estar fuera del gobierno es sinónimo de prisión, de escarnio público y pérdida de las fortunas amasadas con las riquezas despojadas al pueblo. Tendrían que responder por asesinatos, violaciones a los derechos humanos, robos y malversaciones masivas, pero fundamentalmente por el daño moral que el régimen ha infringido a la nación.
Estas aseveraciones del máximo jerarca del chavismo demuestran que se está despojando de su muy raído y descolorido disfraz de democracia. La dictadura institucional venezolana está presta a mutar a una dictadura militar que preserve los privilegios y bienes de quienes integran el gobierno, pero también los de los nuevos millonarios que crecieron a su sombra.
Las advertencias de Maduro no deben tomarse como un alarde o estallido de impotencia sin otras consecuencias. Temen, y el miedo puede conducirlo a las mayores tropelías, de ahí la afirmación de que “Venezuela entraría en una de las más turbias y conmovedoras etapas de su vida política… de que ellos no entregarían la revolución, y que esta pasaría a una nueva etapa”.
El chavismo ha sido muy efectivo en estimular la crispación social y la inseguridad pública.
La criminalización de la oposición en general al acusarla de golpista o de conspirar con factores extranjeros para derrocar el régimen, no deja de ser una gran mentira, pero en base al control que ejercen sobre el sicariato judicial, tiene la capacidad para neutralizarla.
Los líderes de la oposición corren grandes riesgos, pero los retos a cumplir son mayores, porque tienen la oportunidad de marcar pautas sobre las estrategias a desarrollar para enfrentar con éxito una dictadura ideológica.
Deben estar bajo alerta permanente. Obligar al régimen a reaccionar, una situación sin precedentes en las oposiciones que han enfrentado gobiernos populistas. La presión pública, la acción cívica, despertar la esperanza y confianza en la victoria y una total disposición a defenderla, son fundamentales porque esta puede ser la última oportunidad para que la democracia retorne al país.
La unidad en la diversidad es fundamental para triunfar, pero vital para sobrevivir. Deben trabajar con audacia y determinación, los riesgos son inevitables pero si dejan de asumirlos, la derrota está asegurada. Maduro lo ha dicho, tiene un plan “anti golpe” que garantiza su victoria electoral, aunque la mayoría de la población vote en contra del proyecto.
No obstante es el pueblo el principal protagonista, porque es a fin de cuentas quien asume la decisión de enfrentar los peligros que impongan las circunstancias, si se quiere seguir siendo ciudadano.
La oposición debe incentivar la conciencia ciudadana. Hacer sentir en cada individuo la importancia de vencer sus propios miedos para que puedan cumplir con el deber de preservar sus derechos y los de sus hijos; si no, se transformarán en una masa que moldeará el régimen en base a sus intereses y que utilizará a su exclusiva conveniencia.