¿De cualquier manera?
Cierto que cada día de desgobierno chavista crece el entuerto y se
profundiza el deterioro por lo que su salida aparece como la más alta
prioridad, pero es saludable recordar que la democracia tiene sus caminos y
que los otros no la favorecen.
En cualquier escenario de salida la Fuerza Armada se presenta indispensable.
Solo que en unos apoya aquellos taxativos recursos constitucionales de la
democracia que se hagan valer, mientras en otros se erige en árbitro y
ejecutante. Diferencia ésta que está lejos de un insignificante matiz.
Aunque múltiples indicios apuntan al predominio de convicciones democráticas
en el sector militar, a corto plazo luce más probable la hipótesis de la
Fuerza Armada tomando la iniciativa bien sea con una acción abierta, léase
golpe, o mediante la fórmula de la renuncia involuntaria, es decir que «lo
renuncien». Si bien en el manifiesto militar de enero se lee que no
dispararán contra el pueblo, éste está presente en ambos lados, y puesto que
el fanático residuo del encantamiento dispone de armas con y sin uniforme,
es probable que ambos escenarios estén teñidos de sangre.
Suponiendo que la situación continúa precipitándose y que los síntomas de
ingobernabilidad van desembocando en anarquía o que la cirugía puede hacerse
tan escéptica como si fuese con ultrasonido, sería, no obstante, trágico que
los militares demócratas se sientan conminados a actuar por su propia cuenta
porque la democracia estaría asumiendo un tutelaje militar y la civilidad
revelándose incompetente. Además, gracias a la destrucción institucional
emprendida con ahínco por la involución emeverrrista, la transición como y
cuando quiera que comience, se ve opaca y la empresa fuera de cauces
constitucionales podría resultar de una temeridad suicida. No hay garantía
posible.
Aunque nos suene extraño, este gobierno es civil. Recordemos que dos
mecanismos civiles, el sobreseimiento y el voto le permitieron existir. Que
haya innumerable militares en el gobierno es otra cosa. Antes, cuando el hoy
Presidente, bien protegidito en el Museo Militar, envió a otros al asalto
del poder, su largamente madurada conspiración fracasó fundamentalmente
porque en la institución armada prevaleció la determinación de preservar la
democracia. Su sobrevivencia reclama, ahora, un esfuerzo mutuo, mano a mano.
Está marchando tan al revés nuestra vida republicana que los militares piden
la activación de recursos civiles y se manifiestan indispuestos al golpe.
Que se le siga juicio, se lee en el manifiesto; que renuncie dijeron el
Coronel de la Aviación y el Capitán de la Guardia Nacional, dejando las
armas en el cuartel; también el Contralmirante pide la renuncia y, en su
defecto, reclama a las instancias competentes asumir su responsabilidad.
Entretanto, buena parte de los civiles, supuestos demócratas, se resignan,
no queremos un golpe, dicen, pero que los militares lo obliguen a irse
porque no hay otra salida. En cierta manera se les requiere que actúen por
encima de la institucionalidad. Mientras el Gobierno (según expresiones
tanto del Vicepresidente como del Ministro de la Defensa) sostiene que tener
un 75% de apoyo es fundamento para dar un golpe, haciendo así gala de la
superficialidad de su pose democrática.
Aunque los órganos competentes parezcan vendidos a la arbitrariedad
autoritaria, escuchemos el clamor de los hombres de armas que están dando
ejemplo de ejercicio democrático. Sólo falta un oficial del Ejército. Quizá
sea el próximo. No es cuestión de que vayan dejando momentáneamente espacios
vacíos uno a uno y sacrificando inútilmente su carrera. Es asunto de
perseverar hasta que el Tribunal Supremo de Justicia, el Poder Electoral, el
Poder Ciudadano, el Poder Legislativo, cumplan su razón de ser aunque sea
por aquello de abandonar el barco que se hunde. Posiblemente ese fue parte
del mensaje no entendido del Secretario General de la OEA. Los uniformados
conjuraron el zarpazo cuando irrumpió de su seno, hagamos, ahora, los
civiles nuestra tarea, cuando quienes están encargados de garantizar el
Estado de Derecho, lo violentan disponiendo de las pacíficas armas de la
democracia que les fueron confiadas, en contra de cuanto están comprometidos
a proteger.
Aspiremos, sí, que los demócratas de uniforme se eximan, entre tanto, de
cumplir órdenes en contra o al margen de la Constitución. Mientras, hagamos
la revolución positiva con ejercicios de concertación en procura de puentes
hacia el fortalecimiento institucional y la restauración del tejido social,
cruciales para la transición así como para la ardua y delicada construcción
del después. Aunque nos parezca imposible, las cosas siempre pueden
empeorar. El tiempo apremia.