Opinión Nacional

Apuntes sobre el (neo) fanonismo

La marginalidad ha alcanzado un distinto rol político en los últimos tiempos. Quizá sea necesario sincerarla como “populacho” o “lumpenproletariado”, expresión de los desclasados de todas las clases, incluyendo a aquellos que acceden a un conjunto de bienes y servicios a contrapelo de los valores que los informan. Una inicial característica apuntará a la falta de un compromiso durarero, padecida una fortísima anomia que los lleva a apuestas aluvionales en lo electoral, como fórmula de integración social alterna al consumo superfluo o a la violencia como cultura capaz de legitimar los linchamientos o el hecho de que, muy tempranamente, el joven desertor del sistema educativo y sin empleo formal se resigne a no pasar de la treintena de edad como mandato imperativo de sus incursiones delictivas.

La existencia del lumpen puede verificarse en los que, por defecto, recogen latas o, por exceso, ejercen la buhonería adiestrándose en medio de la violencia callejera y el soborno, logrando la rentabilidad de un imaginario de pobreza, u obtienen un contrato público. En nuestra hipótesis, las décadas precedentes comportaron incuestionables beneficios que contrastan con el resto del historial republicano, con sus guerras, escaramuzas y caudillos, pero también males derivados de un populismo que hoy sabe de una distinta versión, más aguda y sincera, asentado en realidades que agravaron las megabonanzas petroleras con sus simulaciones de prosperidad infinita.

Distintos especialistas advierten que el proceso de urbanización dado a partir de 1958, supuso la migración y desarraigo de grandes contingentes que ayer, campesinos, perdieron progresivamente los lazos y valores comunitarios. El macroasistencialismo de Estado los colmó de otros lazos y valores que los condujo de nuevo al mesianismo apenas quebrantadas sus arcas.

Probablemente sea pertinente acudir a Marx, como un gesto preventivo: “El lumpenproletariat, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento de una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras”, de acuerdo al “Manifiesto Comunista”. Advertirá que la aristocracia financiera aparece como una resurrección del lumpen en las cimas de la sociedad burguesa, si hacemos caso a “Las luchas de clases en Francia”.

Una respuesta del último mundo

Frantz Fanon responde al horror del colonialismo y su exacerbada violencia física y cultural que animaliza tanto al colonizado como al colonizador. La obra del psiquiatra criado en Martinica obedece a un determinado contexto (www. victorianweb. org /poldiscourse/ fanon 1. hml), el de un tercer mundo que –hoy- no nos parece totalmente del último.

Una pista de su recepción en Venezuela la encontramos en Antonio García Ponce, quien lo tildó de “contrabando ideológico”, resaltando a Lenin frente a aquellos lectores “snobistas” (“El viejo fenómeno de los libros nuevos”, Tribuna Popular, 15/05/69, Nr. 3). Lo cierto es que, frecuentemente, aun en los foros internacionales, Fanon es citado por el presidente Chávez avisándonos de un autor que comparte un prominente e increíble sitial junto a Noberto Ceresole.

Inadvertido motor del cambio

Fanon alerta que “el gran error, el vicio congénito de la mayoría de los partidos políticos, en las regiones subdesarrolladas ha sido dirigirse, según el esquema clásico, principalmente a las élites más conscientes: el proletariado de las ciudades, los artesanos y los funcionarios, es decir, una ínfima parte de la población que no representa mucho más del uno por ciento” (“Los condenados de la tierra”, Fondo de Cultura Económica, México, 1963, pág. 100). Además, constata que en el seno de la burguesía nacional no hay industriales ni financieros, por lo que no está orientada a la producción, inventos, construcción, siendo intermediaria: “Estar en el circuito, en las combinaciones, parece ser su vocación más profunda” (137), lo que sugiere un obligado contraste con la Venezuela actual.

De esta manera, aparece un motor diferente antes subestimado y hasta condenado por la literatura revolucionaria: “El lumpen-proletariat constituido y pesando con todas sus fuerzas sobre la `seguridad`de la ciudad significa la podredumbre irreversible, la gangrena, instaladas en el corazón del dominio colonial. Entonces los rufianes, los granujas, los desempleados, los vagos, atraídos, se lanzan a la lucha de liberación como robustos trabajadores. Esos vagos, esos desclasados van a encontrar por el canal de la acción militante y decisiva, el camino de la acción. También las prostitutas, las sirvientas que ganan 2000 francos, las desesperadas, todas y todos que oscilan entre la locura y el suicio van a reequilibrarse y a participar de manera decisiva en la gran procesión de la nación que despierta” (119s.).

Sugiere un esfuerzo de reclutamiento y articulación de lo que luce como un ejército político de reserva, al que esencialmente debe condicionarse, pues “la inconsciencia y la ignorancia que son las taras del lumpen-proletariat” requieren de la organización insureccional (126). Nos remite a los campesinos sin tierra, amontonados en los barrios miserables de las ciudades, defensores tenaces de sus tradiciones que garantizan –en su espontaneidad- fuertes dosis de disciplina y altruismo: “Es en esa masa, en ese pueblo de los cinturones de miseria, de las casas `de lata`, en el seno del lumpen-proletariat donde la insurrección va a encontrar su punta de lanza urbana” y, “al no poder colocarse en el mercado de trabajo, robaban, se entregaban al vicio, al alcoholismo, etc.”, siendo “la delincuencia juvenil en los países colonizados (el) producto directo del lumpen-proletariat” (118s.).

No es difícil constatar que las áreas marginales de nuestras grandes urbes están pobladas por quienes dejaron el campo dos o cuatro generaciones atrás, asumidos cabalmente otros valores. Además, al rechazar un determinado mensaje, como recuerda Teodoro Petkoff en su “Proceso a la izquierda”, alegaban que “los comunistas nos quitarán todo”.

Será otro el lenguaje, por falsificador que sea, el que responderá a esa “violencia atmosférica, a esa violencia a flor de piel” (63), aunque Fanon reconocerá que “el racismo, el odio, el resentimiento, el `deseo genuino de venganza` no puede alimentar una guerra de liberación” (128). E, incluso, dirá: “El ejército no es nunca una escuela de guerra sino una escuela de civismo, una escuela política”, por lo que “el soldado de una nación no es un mercenario, sino un ciudadano que defiende a la nación por medio de las armas” (184).

Dramática desembocadura

La desarticulación, la espontaneidad y la violencia también podrían desembocar en el drama y, antes de suscribir la tesis de Eco, en “La gestación de Hugo Chávez”, Manuel Caballero reflexionaba en torno al fascismo de adhesión forzada, verticalista, machista, patriótico, reaccionario, de masas. Centrado en Hannah Arendt, dibujaba la crisis del Estado y el aborrecimiento de la política, propensos a hacernos justicia por sí mismos; el combate contra el sistema y no sus imperfecciones; el sentimiento antidemocrático, la mitología bolivariana y el militarismo (“Las posibilidades de un fascismo en Venezuela”, SIC, 05/93, Nr. 554). Esto es, un vivo retrato del lumpen existencialmente desorganizado, descomprometido, violento, aparticipativo, asistencialista, plebiscitario y adecuado como sostén de una experiencia autoritaria de nuevo cuño, inoculadora del miedo.

El riesgo del fascismo es mayor cuando dirigimos la mirada al régimen y sus elementos de sustentación: no hay un esfuerzo político y partidista de integración de los supuestos elementos revolucionarios, lo que nos permite atisbar correspondencias alarmantes. Por una parte, la invertebración política del MRB-200/Polo Patriótico / MVR / Comando de la Revolución, sin el mínimo concurso democrático en sus definiciones, orientaciones y elencos, cuadra con el estímulo de una galopante economía informal y la explotación de un ideario hoy lo suficientemente etéreo, como extemporáneo, conocido bajo la etiqueta de “bolivariano”, en el que los afamados círculos y turbas sirven de meros instrumentos de defensa del régimen. Bastaría con observar los bajos índices efectivos de adhesión a las expresiones organizadas de la sociedad civil, para corroborar la rápida captura por aquellas regimentadas, verticales y –también- asistencialistas. Quizá valga decir que el proceso reciente está resumido en la necesidad y el interés de subsidiar la política, siendo el gobierno su única fuente (y legitimación).

La anomia es el aliado estelar de un esfuerzo político de sustentación, donde la obediencia y no deliberación constituye un rasgo esencial del desenvolvimiento oficialista. La satanización del pasado es el contenido principal del mensaje. Y la posposición de las soluciones a los muy graves y concretos problemas padecidos, una argucia táctica que se dice estratégica para la prolongación en el poder.

Podríamos redondear los indicios con la designación de la directiva del presunto partido oficialista en Barquisimeto y el culto a la personalidad presidencial, el mito de una mayoría y el desfachatado desconocimiento de lo que fue la marcha de la oposición democrática, la economización de los esfuerzos políticos al despedazar a partidos como el PPT aunque digan esconderse los costos, la buhonerización de los asuntos públicos y la completa informalidad de los referentes.

El más reciente fanonismo, al no lograr la integración política de los amplios sectores que siguen condenados a la periferia socioeconómica de la Venezuela actual, exhibe un tufo fascista que jamás soñó el autor. Tiene por fundamento una economía de la supervivencia, al invertir la noción medioeval de la economía de la salvación de acuerdo a Castel, citado por Waldo Ansaldi (www. argiropolis. com. ar): la caridad como suprema virtud cristiana legitima la existencia de los pobres y, ahora, se trata de tomar la riqueza petrolera a la que todos tenemos derecho, siendo necesaria la existencia de un enemigo (la política y los políticos, sucedáneos de los ricos) para lograrlo: si perece, habrá que inventarlo.

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