La autopista del norte
Algunos años atrás nos conmovía tamañas demostraciones de lo que se dio en llamar la antipolítica, a juzgar por Ecuador, a guisa de ejemplo. Y con motivo de un seminario internacional sobre el tema, tuvimos la ocasión de conocer de cerca al ex – presidente Bucaram para confirmar no sólo los supuestos teóricos del fenómeno, sino la propia consternación ante un espectáculo del que nos creíamos completamente ajenos, rozada una lamentable jocosidad.
Lo que hemos visto en los últimos tiempos, entre la denostación y luego alabanza de las jornadas del ´58, incluyendo la sobreexaltación del ´92, nos remite a una sentencia popular muy cierta para los que creímos que jamás beberíamos del agua pintada de la antipolítica. Y lo que ha acaecido a propósito de las posturas del ahora célebre coronel Soto, con el acostumbrado silencio del presidente Chávez ante las situaciones difíciles, aún sabiéndolo muy locuaz, dibuja un horizonte fieramente impredecible e igualmente triste para quienes albergamos siempre la esperanza de una salida democrática a la crisis dada la respuesta de los seguidores o partidarios del gobierno, no menos fieros.
El acontecimiento más importante, a nuestro modo de ver, ocurrió en la Avenida Boyacá. Llegué a casa en horas de la noche deseoso de conocer el video a través del noticiero. Conmovedoras escenas en las que figuraron las bocas de unas ametralladoras, mientras las personas que casualmente recorrían la Cota Mil se detuvieron y espontáneamente impidieron la realización de un acto que el oficial de la Policía Militar no explicó in situ. Incluye el fervor del joven que se sentó sobre la unidad policial y grito “no tenemos miedo”.
Nos obliga a recordar aquél formidable relato de Julio Cortázar, “La autopista del sur”, ya no para disfrutar las secuencias de un ejercicio literario tan formidable. En esta ocasión, ubicada hacia el norte de Caracas, nos angustia inmensamente la trama política que, en su tejedura escabrosa, puede devolvernos a etapas que –también- creímos superadas, a menos que la cultura y el sentimiento democrático encuentren cauce e, incluso, comprensión de un gobierno que no adivina todavía que la moderación y la serenidad constituyen sus mejores recursos de audacia.