Opinión Nacional

La Iglesia: breve historia de la tolerancia

La tolerancia históricamente refiere la concesión de
libertad a quienes disentían en materia religiosa.

Henry Kamen señala en un estudio que hace sobre ella,
que su evolución no siguió nunca un desenvolvimiento
lineal sino cíclico, agregando que a cada sociedad le
corresponde su propia clase de intolerancia. Lo que sí
resulta claro, es que la tolerancia rebasó los
términos religiosos para posesionarse de lo político y
lo económico. Es significativo en el estudio
progresivo de la tolerancia en cualquier tiempo, que
los movimientos religiosos y políticos mantienen como
reivindicación básica el principio de la libertad. En
el caso de la Iglesia Cristiana los apóstoles
predicaron tanto la libertad interior como exterior,
la gracia de Cristo había redimido y absuelto al
hombre otorgándole libertad plena, en la misma medida
el «Cristianismo» ha de respetar a los otros con el
espíritu de la caridad basado en libertad. La
diferenciación entre la Iglesia y el Estado y la
adhesión incondicional a tal principio, le otorgó a la
Iglesia primitiva una bien ganada reputación de
tolerancia y pacifismo.

En el 313 bajo Constantino el «Imperio Romano»
concedió tolerancia oficial a los cristianos; su
filosofía revolucionaria ya asimilados a las normas de
la sociedad del imperio y en plena expansión mas allá
de las naciones y de las clases, fue convirtiendo cada
vez más su fuerza en una expresión conservadora. A
finales del siglo IV había llegado aceptar el uso de
la coacción punitiva contra los cristianos
heterodoxos. Como religión oficial se encaminó hacia
una alianza de intereses con el poder secular, esta
alianza entre la Iglesia y el Estado será la base de
la intolerancia en la Edad Media. La Iglesia predicaba
la resignación como coartada al sometimiento a los
poderes terrenales; en la práctica se acudía al brazo
secular para que se llevara a cabo lo que consideraban
«persecución justa» pues el éxito de la empresa
expansionista lo justificaba. Aceptar la fe
significaba unidad y seguridad para la sociedad, la
disensión suponía una amenaza para su estructura.

Sabemos que la libertad de cultos se halla arraigada
en la sociedad occidental contemporánea, pero el
tránsito para conquistarla no fue fácil y resultó en
violentos y ásperos conflictos surgidos entre aquellos
que trataban de imponer unas convicciones religiosas
uniformes y quienes defendían el derecho a la
discrepancia y la heterodoxia. Este mismo modelo
represivo, llevado a la más extremada crueldad fue el
aplicado por las revoluciones e ideologías políticas
que irrumpieron en el siglo XX en Europa y en países
subdesarrollados un poco más tarde en ese mismo
período. Por desgracia, en aquellas viejas naciones,
en los EEUU y también en Venezuela los abominables
fantasmas del chauvinismo, de las antiguas furias
religiosas, el fanatismo nacionalista, el racismo y la
lucha de clases presentan signos inquietantes y pujan
por resucitar.

No es en mi opinión dilemático, el papel que le toca
cumplir a las autoridades de la Iglesia en el campo de
lo terrenal para mediar entre el individuo, la
sociedad, el poder y la libertad, eso lo viene
haciendo hace siglos y lo ejercita por derecho propio.

Lo que ocurre es, que con frecuencia se «inmiscuye»
de manera equivocada. De su experiencia, equilibrio y
oportunidad para manejar conflictos en aras de la paz
depende el éxito de su «intromisión.»

Terminamos sosteniendo lo siguiente: sería
injustificable en honor a los progresos de la Iglesia
en relación así misma, en cuanto a su pasado manchado
de episodios de iniquidades e injusticias, que la
«Iglesia Venezolana» ante las circunstancias que nos
acechan, sea la más frágil en perder la paciencia ante
la hostilidad del poder. La naturaleza de su misión la
obliga como a nadie a batirse por el diálogo y la
conciliación contra cualquier apetito y medición
inapropiada hacia la catástrofe.

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