¿Están pactando los políticos?
El último pacto político de «unidad nacional» fue el infame acuerdo electoral llevado a cabo en diciembre de 1998, -muy apresuradamente- para poner de patitas en la calle a Luis Alfaro Ucero e Irene Sáez, y saltar la talanquera hacia la carreta de Enrique Salas Römer. Lo único que logró ese pacto, fue incrementar los dos renglones que todavía predominan en cada encuesta de opinión pública que se realice en Venezuela sobre los siguientes aspectos: ¿Con cuál partido se identifica usted? y ¿Piensa votar usted en las próximas elecciones? Ninguno y nó, son las respuestas predominantes. ¿Continúa la ceguera política en el 2002? ¿Siguen los partidos pensando exclusivamente en pactos -o ni siquiera en pactos- sino en estrategias electorales?.
Presumamos en principio la cordura (no aún así, la buena fe), para afirmar que un pacto de unidad nacional es posible. Esto se demostró -tanto la cordura, como la falta de buena fe- en la marcha por la libertad y la democracia del 23 de enero de 2002. «No habrá oradores al llegar a la Plaza O’Leary para evitar que algún líder o partido político capitalice la marcha como exclusivamente suya». Ese fue el pacto; tangencialmente violado por las agrupaciones políticas que enarbolaron sus banderas y colores para dejar impresa en las imágenes televisivas su «fuerza».
Ojalá, que los que así se comportaron, hayan notado que el aguacero de análisis y reportes políticos, posteriores a la marcha, registró esas actitudes, como negativas, como lo que fueron realmente: sectarias y oportunistas, en un momento histórico que clamaba por la tregua entre partidos.
Por otra parte, sería una necedad, pretender que los partidos políticos dejen a un lado las razones mismas de su existencia -sus postulados y propósitos partidistas- para unirse en una sóla fuerza política que reconduzca a Venezuela hacia la solución de sus problemas sociales y económicos y solidifique -o logre implementar en nuestro país por primera vez- una verdadera democracia. Porque cada partido tiene recetas distintas para solucionar cada uno de los problemas sociales y económicos, y la pluralidad de alternativas, es en esencia, el alma de la democracia.
Pero tampoco es viable, lo que precisamente intentaron hacer Hugo Chávez y los trasnochados marxistas que le mantienen entablillados todos sus fracturados huesos políticos: empujar al país -a juro- hacia una sóla alternativa, la de su partido.
Por ello, de antemano, podemos pronosticar dos cosas: (1) Que las divergencias se mantendrán por encima de cualquier pacto y (2) Que este pronóstico se cumplirá en un 100%.
Esto no quiere decir que no se pueda pactar. Pero sí quiere decir, que si no se conforma un pacto político, la era post-chavista continuará siendo un caos. Continuará, porque la era post-chavista, hace rato que comenzó: cada partido -y cada ciudadano- anda por su cuenta, haciendo lo que cree más conveniente sin importarle lo que están haciendo los demás; al igual que las ONG’s y los grandes sectores organizados como los gremios y sindicatos. La unidad aún es sólo aparente.
Ya se materializó uno de los puntos de ese pacto político de unidad nacional: no al totalitarismo, sí a la democracia.
Es el único punto masivamente aprobado por todos los sectores sociales y políticos; pero el que le sigue en importancia, y sin el cual ninguna postura política logrará ser exitosa, está siendo obviado por todas las organizaciones, a pesar de la magistral lección que el desgobierno chavista nos ha dado a todos en estos últimos tres años; al demostrarnos abundantemente lo que NO se debe hacer en materia económica.
La primera lección -sólo aprendida por los chavistas, porque todos los demás la sabíamos de memoria desde hace muchos años- es que, por más financieramente poderoso que sea un Estado, éste por sí sólo no puede llevar adelante a un país -a menos, por supuesto que su visión de felicidad popular -y empresarial- sea la sobrevivencia en un mar de escasez y miseria-. El sector privado es indispensable. El concurso internacional también.
Por ello, ningún pacto de unidad nacional propendrá al rescate de Venezuela, si éste no contempla la más amplia posible participación económica del sector privado -nacional e internacional- y como también nos demostraron a la perfección los chavistas, esa participación no puede ser sólo retórica, exclusivamente de gobierno-a-gobierno, ni mucho menos como lo intentaron ellos: invitando a los capitalistas a convertirse al socialismo-.
Para que se produzca la presencia del inversionista privado, un verdadero pacto de unidad nacional, debe contemplar sin tapujos ni pruritos, una invitación a los capitalistas a hacerse «groseramente ricos» en Venezuela, como lo pone el vulgo estadounidense. Porque aunque esta afirmación parezca grotesca y anti-ética, es la única forma de generar una substancial cantidad de nuevos empleos. Porque los capitalistas son se van a poner ellos mismos a «echar escardilla» o a manejar los payloaders, o a llevar a cabo la miríada de actividades físicas y mentales indispensables para producir riqueza: ellos contrarán a gente para que las hagan.
Cada nuevo empleo privado, significa dispensar dignidad a cada receptor de un puesto de trabajo en el sector. Significa convertir a cada nuevo trabajador en una persona productiva y autosuficiente, que lo aleja de las garras clientelistas de las maquinarias políticas. Eso es lo que deberían ver los políticos y no lo que usualmente ven los socialistas y los populistas: los márgenes de ganancias de los capitalistas y el monto de impuestos que le pagan al gobierno.
Cada nuevo trabajador es también un nuevo consumidor y un nuevo ahorrista potencial, dos muy importantes insumos del crecimiento económico. Además, en este círculo virtuoso, el constante crecimiento del empleo es el principal atractivo para la inversión.
Por ello, dentro del Pacto Económico de Unidad Nacional, debería acordarse un desmantelamiento de la miríada de alcabalas burocráticas enquistada en nuestra legislación; especialmente las muy perniciosas licencias indispensables para importar y exportar; para constituír nuevas empresas; así como los también abundantes requisitos obligatorios establecidos en las leyes laborales, de ambiente, de sanidad, de seguridad industrial, y muchas otras que se constituyen en formidables trabas a la producción y al libre comercio; y son la principal maquinaria generadora de corrupción administrativa.
Sólo basta realizar un pequeño paseo por los campos petroleros de los estados Zulia y de Oriente, contruídos allí hace añales por la Shelll, la Exxon y la Mobil, entre otros, para ver que hasta la vialidad y el alumbrado públicos, fueron construídos por esas empresas petroletras privadas, ahorrándole al estado (a niveles nacional, estadal y municipal) costosas erogaciones por esos conceptos. Algo que podría repetirse hoy en el devastado estado Vargas si se abre generosamente a la industria turística -nacional e internacional- de pesca, portuaria y aeroportuaria; entre otras.
¿Pactarán los políticos venezolanos para construír la modernidad? ¿O se enfrascarán otra vez, en una nueva y mejorada forma de neo-socialismo?
¿Qué piensa usted, amigo lector?