Opinión Nacional

Venezuela en el sistema internacional

Vivimos en un mundo peligroso, en el cual la soberanía, ya bastante limitada, de los Estados pequeños y medianos se ve amenazada, cada vez más, no sólo por la invadiente presencia de las grandes potencias, sino también por el creciente poder globalizado de las mafias de la criminalidad organizada, de los grupos terroristas y de las sectas apocalípticas y milenaristas. Para reducir nuestra vulnerabilidad frente a estas amenazas es necesario fortalecerse internamente e integrarse regionalmente. Desarrollo e integración. Todas las naciones verdaderamente desarrolladas son las que han adoptado la tríada de la democracia, el Estado de derecho y la economía de mercado. Se debería informar a nuestro confundido pueblo que hemos dejado de ser un país rico, que el precio del barril del petróleo debería estar en 90 o 100 dólares para que tuviera el mismo poder adquisitivo alcanzado en 1980 y que además, desde esa fecha, la población ha crecido en unos 10 u 11 millones de habitantes. Los Estados más exitosos en el proceso del desarrollo han sido países sin recursos naturales: Japón, Taiwán, Sur Corea, Singapur, Italia etc. Lo decisivo es el ser humano y su educación. Como latinoamericanos debemos reafirmar el compromiso con el imperativo de la integración regional. Una América Latina integrada tendría el peso económico y geopolítico suficiente para entablar, menos asimétricamente, el necesario diálogo con las otras macroregiones del globo, empezando con recomponer la relación con los Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, “sin sumisión ni desplantes”, como decía, sabiamente, Betancourt. Es necesario entrar en sintonía con los gobiernos democráticos de los grandes países del continente, especialmente, Brasil y México, y no privilegiar, absurdamente, las relaciones con Cuba y los grupos de la izquierda jurásica, que integran el Foro de Sao Paulo, como la guerrilla colombiana y los coroneles golpistas del Ecuador. Tendremos también que recuperar la perdida influencia en Centroamérica y el Caribe, dos áreas de tradicional presencia venezolana. En Centroamérica, en particular, es triste y doloroso constatar que después del triunfo de la clarividente política democratizadora auspiciada, contra viento y marea, por “nuestro “ Arístides Calvani, la imagen de Venezuela haya descendido a los infiernos de la intrascendencia, cuando no del ridículo, como la madre patria del “loco”. El auge del narcotráfico y la creciente complejidad de la situación en Colombia y sus implicaciones para Venezuela, requerirán una reversión del actual sesgo pro narcoguerrilla del actual gobierno. En cuanto a nuestras controversias limítrofes, sólo quisiera reiterar que, en esa área, cualquier posible solución implica y requiere de una concertación nacional, fruto de un debate en búsqueda del consenso, sólo posible en un ambiente político basado en el diálogo y la negociación democrática.

En la época de la globalización y la interdependencia, es evidente, para cualquier alfabeto, que la sobrevivencia misma de los Estados se juega, en buena parte, en el escenario internacional. Por tanto, será necesario “concientizar” al país en general y, en particular, a los líderes del postchavismo que la política exterior se ha convertido en algo demasiado importante para que nuestro instrumento central de acción exterior, la Cancillería, sea considerada como un gasto, apenas necesario, y no como una inversión absolutamente imprescindible y obligatoriamente productiva. Pero, evidentemente, una mayor eficiencia en la implementación de nuestra política exterior pasa necesariamente por el mejoramiento de los recursos humanos del servicio exterior. Venezuela no puede seguir reclutando la mayor parte del personal de la Cancillería a través de mecanismos y, lo que es peor, con objetivos “clientelistas” y “amiguistas”, típicos del más profundo subdesarollo. El personal así seleccionado, con algunas excepciones, no posee la necesaria preparación profesional, académica e intelectual para el cargo. La incapacidad y la ignorancia en la Cancillería chavista han llegado a niveles de república bananera decimonónica. El postchavismo deberá reiniciar la necesaria institucionalización y profesionalización del servicio exterior venezolano.

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