La sopa espesa
Mucho más espesa de lo que la prudencia y el tino aconsejan. Muchas veces se
le ha dicho al huéped de Miraflores que todo tiene un límite. Que mejor es
optar por la medida y la sindéresis. Que el mundo ya no es ancho y sí
ajeno. Que hay reglas que seguir, compromisos que honrar, normas que
respetar. Mas la tosudez parece ser el rasgo que priva en la personalidad
del mandatario. Y así, comete el error de creer que puede obviar la decisión
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Hacerse la
vista gorda no hace sino hundirlo más, ya no sólo frente a los ojos de los
ciudadanos venezolanos, sino ante la opinión del mundo.
Es tal la terquedad del malcriado muchachón, que no escucha ni tan siquiera
a quienes alguna vez fueron sus admirados jurisconsultos. Bien claro lo
marca Hermann Escarrá, cuando en sus declaraciones advierte que nuestro país
puede quedar en una suerte de limbo en cuanto al quehacer del hemisferio ser
enviado a la banca en términos de tratados internacionales, si el Estado (y
por supuesto su mandamás) decide hacerse el loco y saltarse a la torera las
medidas cautelares dictadas luego de los sucesos del 7 de nero de 2002.
¿Tiene la OEA fortaleza muscular? Sí. ¿Impresionan al organismo
internacional los lecos heridos del comandante? No. ¿Puede pretender seguir
jugando a demócrata haciendo caso omiso a los dictámenes y sanciones? No. El
asunto de la libertad de expresión – es bueno que lo sepan en Miraflores y
en la oficina de Juan El Barreto – es una cuestión de prioridad hemisférica.
Ya los argumentos de «soberanía nacional» y «autodeterminación de los
pueblos» no son suficientes. Venezuela ha suscrito tratados, entre ellos,
la Carta Democrática Interamericana. La Constitiución establece claramente
que Venezuela honra esas firmas. El desacato no cabe, so pena de más y más
fuertes sanciones. ¿Está autorizado el Presidente de la República para
meternos en un lío de dimensiones y repercusiones mundiales? No. No puede.
El Canciller anda por Washington intentando arreglar el entuerto. Convencer
al Secretario General de la OEA, César Gaviria, no le será tan fácil.
Recordemos que hace apenas unos días, el propio Gaviria expresó
‘preocupación’ sobre lo que sucede en Venezuela y las libertades de
pensamiento, expresión y prensa. Y tiene el Canciller un grave problema: su
jefe y señor, cuando mete la pata (lo cual hace con no poca frecuencia), lo
hace en público, frente a las cámaras. Sus torpezas quedan grabadas para la
historia y para la evaluación pública, aquí y allende las fronteras.
La sopa se pone espesa. Cada día más. Se pone piche, indigesta, intragable.