Opinión Nacional

El pez que fuma

Poco puedo decir de la plenaria del 5 de enero de 2002 que ustedes ya no
sepan o puedan leer en los medios. Temprano en la mañana estuve en las
inmediaciones de lo que se supone es el patio de la legalidad democrática.

En la Esquina de San Francisco, quienes allí estuvimos fuimos graciosamente
homenajeados con cánticos de salutación por parte de coros bolivarianos,
quienes ya mostraban signos de temulencia. Cuando me acerqué a palacio, un
guardia me advirtió que sólo diputados, empleados, periodistas acreditados e
invitados especiales podrían ingresar a los espacios. El pueblo, del cual
formo parte, tenía vedada la entrada. Acaso por ello me resulta
incomprensible que el Capitán Otayza, quien hasta donde sé no es diputado,
haya logrado entrar con tan asombrosa facilidad. Son meros infundios los que
apuntan que en la cara tenía pintadas las comprometedoras grabaciones a
conversaciones de ciertos diputados. De seguro, fue una confusión. Creo que
fue mal interpretado, que su intención original era colaborar con los
jardineros en el cuidado de las plantas, cosa de asegurar que la belleza de
ese lugar brillara en tomas fotográficas. Tiene razón. Hay que cuidar y
preservar nuestros espacios públicos. Al fin y al cabo, lo único que vale
hoy de ese lugar es su espléndida arquitectura del S. XIX, sus hermosos
jardines en los cuales destacan altivos chaguaramos, la ornamental fuente
central, y su prestante mobilario.

Ante la imposibilidad de ingreso, regresé a casa, para poder disfrutar de la
sesión aun cuando sólo fuere por la vía televisiva. Fue harto más
conveniente. Pude tener a la mano refrescos y café, y hasta una pizza muy
colorida y engordante. Es sabido que las dietas se comienzan luego del Día
de Reyes.

Aparece en todas las novelas, crónicas costumbristas y películas de
vaqueros. Es un aparato, suerte de escudilla de latón o peltre, que resulta
particularmente útil y práctico para quienes tienen la costumbre de echar de
sí por la vía bucal. En la lengua del gran Rousseau, se le conoce con el
nombre de ‘crachoir’; en la del sabio Whitman, ‘spittoon’. Debe ser el
primero de nuestros obsequios de congratulación al re-electo Capataz de la
Asamblea Nacional, quien nos reveló su altísimo nivel cultural y sus pulidos
modales (que serían la envidia de Carreño… el padre de Teresa, no el
asesino de Montesinos) al proceder, en plena sesión parlamentaria, a
engullir una galleta, descubrir que no era de su gusto, y escupir sus restos
mezclados con su saliva sobre – imaginamos, esperamos – la papelera ubicada
a su diestra. Pero como no es cuestión de ponernos estrechos de bolsillo ni
de mente, sugiero un segundo regalo: una bacinica o bacinilla en la que el
flamante caporal pueda depositar sus micciones, lo cual evitaría sus
constantes viajes a las instalaciones sanitarias del Palacio Legislativo. El
tercer presente debe ser un hermoso paraván (del francés ‘paravent’),´o
biombo (del japonés ‘byóbu’), que sugiero adquirirlo en las ofertas de la
afamada casa de antigüedades de los hermanos Herrera, para que pueda
disfrutar de estos placeres en privado. En honor a su alta investidura,
estamos dispuestos a prescindir de tan sublimes espectáculos. El caporal
puede dejarlo como herencia a sus sucesores en el cargo, pues supongo que el
no esperará estar allí «in eternum».

Un burgo es una aldea dependiente de otra principal. Así lo establece
Casares en su Diccionario Ideológico de la Lengua Española. Resalto en esta
definición la palabra «dependiente»; que depende, que sirve a uno o es
subalterno de una autoridad. Una situación de dependencia implica
subordinación, inferioridad respecto del mayor poder o autoridad. Quiere
decir entonces que se es accesorio, no principal ni primordial. Por ende, no
se es autónomo. En algunas culturas, se le presta gran atención a los
nombres de las personas, pues se piensa que su actuación está condicionada
por ellos. En esa línea de pensamiento, fue un contrasentido esperar
ejercicio de conciencia individual por parte de alguien cuyo apellido es
Burgos. Era «esperanza inútil», como canta el bolero. El Burgos tomó el
micrófono y entonó la baladita «yo sin ti no valgo nada». Que no debió
tomarnos por sorpresa que Burgos hiciera honor a su nombre, y demostrara que
no es sino simple burgo. Alguien esperó que fuera la declaración de
independencia frente al poder que, como Ma. Cristina, lo quiere gobernar.

Pero el hombre no se limitó a seguirle la corriente; en un ejercicio de
«poquitismo», se dejó pisotear.

Ganan los chavistas, triunfan las conciencias en alquiler; pierde el país,
pierde el cambio, pierde el futuro posible, y, cosa curiosa, pierde la
revolución. Gana el gatopardo. Se escurre por las cañerías la posibilidad de
un parlamento plural, autónomo, constructivo, representativo; algo que se
parezca a Venezuela.

En la nochecita, el muchachón de Sabaneta, a leco herido, en la adolorida
Catia donde fue recibido con sonoro cacerolazo, espetó: «A coger palo». ¿No
será más apropiada la frase «a coger palco»? Porque más bien parece que lo
que viene es show, digo yo. ¿O acaso no se han «dado de cuenta» (Petrus
Carreñus dixit) que han perdido la mayoría que permite la cultura de la
aplanadora?

Hay dos asambleas nacionales: una, la que se vive cuando uno está dentro del
hemiciclo; otra, la que se ve a través de la pantalla del televisor. A las
dos las conozco de vista y trato. Ambas superan con creces los límites de lo
tolerable. Cuesta creer que en esas mismas curules alguna vez se sentaron
hombres de la talla de Gustavo Machado y Andrés Eloy.

El título de estas notas me parece ilustra a cabalidad lo que hoy tenemos en
el Parlamento. Es como «El Pez que fuma», con perdón del pez. Hay
meretrices, hay ‘madamas’, hay chulines. Hay piezas en las que se compra y
se vende. Pero hay también quien en el medio del lodazal, distingue por
gallardía y dignidad. De 165, 73. No es mal promedio. Créanme, hay luz al
final del túnel. A los 85 borregos, allá ellos. No puede apelarse a la
conciencia de quienes no la tienen.

(%=Link(«mailto:[email protected]»,»E-mail:[email protected]»)%)

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