En bandeja de plata
Los diputados, electos por voto popular para ocupar las curules en la
Asamblea Nacional, tienen frente a sí una ocasión casi única para lucirse y
convencernos – a tirios y troyanos – de algo realmente importante. En horas
les será servida en pulida bandeja de plata la oportunidad de patentizar
que realmente ejercitan el precepto constitucional según el cual sus
decisiones se relacionan con libertad de conciencia, y no con el perverso y
decadente asuntillo del «nariceado».
Muy orondo y carifeliz, con una pedantería sólo superada por su dueño y
señor, Willian Lara declara a los medios que tiene la reelección
aseguradita, con lo que él califica de 87 votos duros (blandengues más
bien). Y agrega «…eso sin sumar los votos del grupo opositor con el que
nos entendamos; estoy seguro de acercarme a los cien votos de respaldo en la
cámara».
Analicemos bien el asunto. Juguemos a sacar cuentas. Tampoco es cuestión de
complicadas matemáticas. Simple suma y resta. Yo imagino que no cruzará por
su mente la temeridad de que las conciencias de todos los diputados están en
alquiler. Supongo que la única y solitaria neurona que dse hospeda en su
cerebro le da para entender que ni haciendo magia puede aspirar a contar con
la buena pro de los 165 parlamentarios. Pero hagamos caso, y procedamos a
contar los 87 votos que tanto le hacen cacarear. Tomemos la lista y hagamos
una primera reducción. Que cada quien haga su ejercicio. El mío me dio 98
votos. Pero – que en la vida siempre hay peros – una segunda revisión me
hace dudar sobre 20 votos que no veo nada firmes. De esos 20 votos, la
dureza la pongo severamente en duda sobre 12. Entonces, elemental
aritmética. 98 menos 12, aquí y en la China da 86. No 87.
Supongo, espero y aspiro que la oposición entienda que no puede jugar a la
gallinita ciega. Que no son tiempos para babiecas y mentecatos. Que les
toca armarse de valor y, por una vez, entender que se deben al pueblo y no a
un novato destemplado que no hace sino seguir línea y seña enviada desde un
cierto escritorio en la Casa de Misia Jacinta, y a quien la silla
presidencial del Parlamento le queda tan grande como a Gulliver los muebles
en la tierra de los gigantes.
Claro está, toca al partido predominante (me refiero al MVR y no a esa
«cosa» que llaman MBR) ocupar el escaño de la presidencia. No sólo le toca a
ese partido, sino que es su responsabilidad, ineludible, que debe cumplir a
cabalidad. Hay en las filas de esa bancada gente con calificaciones, con
capacidad y conocimientos, mente plural, y, sobre todo, con auténtica
vocación democrática, virtudes necesarias en quien dirige el escenario
parlamentario, y todas ellas ausentes en el actual presidente de la Asamblea
Nacional, cuyo desempeño ha sido más soso que compota de chayota sin azúcar.
A los diputados les ha llegado su cuarto de hora. Tienen en sus manos la
posibilidad de brillar con luz propia, y acallar nuestras críticas. O pueden
dejarse naricear. Si escogieran lo segundo, si persistieran en una actitud
de dejarse conducir cual borregos, ah, entonces tendremos razón quienes
cuando al ser consultada nuestra opinión sobre los excelsos diputados, nos
limitamos a una onomatopéyica respuesta: beeeeeee……