Opinión Nacional

Matar la libertad, matar gente, matar el tiempo

Lo que algunos observaron —aún antes de la irrupción
en el poder de Chávez y de los heterodoxos grupos que
lo apoyaban: militaristas, comunistas viejos y los
infaltables idealistas e ingenuos de siempre— en
relación al retroceso, la ruina y la violencia que se
apoderaría sobre el país de obtener la victoria la
alianza que finalmente los colocó en el poder, no
exigía facultades especialmente agudas como para
pronosticarlo.

Esto ya no tan sólo por el origen de la popularidad
del jefe, conexa a una asonada militar en la que fue
derrotado y rendido, ni tampoco a lo que asomaba con
particular evidencia de la índole de su personalidad
histriónica y narcisista, sino que todo nacía de la
propia, difusa y nada clara doctrina «bolivariana» con
la que decía nutrir los arsenales ideológicos de su
propuesta. Es en ella donde se desata el nudo real del
falso paquete democrático de la anunciada «Revolución
Pacífica», pues ésta llevó siempre implícita, como lo
hemos señalado otras veces, el germen de la violencia,
ya que el plan para esa sociedad ideal «bolivariana»
habiendo sido el fin último previamente decidido,
asumía el carácter de un dogma que no podría imponerse
sólo a través del convencimiento o de argumentos
puramente racionales, sino que para poder avanzar se
obligaban sus promotores al uso de la fuerza para
aplastar a sus oponentes, único método eficaz de sacar
del camino a quienes no aceptarían sus dogmas ni
compartirían su fines.

Justamente es eso lo que se venía haciendo —forzando
a la sociedad que se resistió y se resiste— con
iniciativas como la promulgación de las leyes de la
habilitante y el nombramiento de Gastón Parra y de
otros conocidos «trucutús» estatistas y viejos
enemigos del diseño de apertura comercial, gerencial y
moderno de PDVSA, y que derivó como la lógica
consecuencia de la dialéctica diabólica gestada desde
el fondo mismo del proyecto autoritario y no del azar,
el estallido de los trágicos sucesos del 11 de abril,
donde, como ya es conocido por todos. fueron
emboscados, heridos y asesinados valiosos venezolanos.

¿Puede realmente haber duda en la íntima convicción
moral de los que fueron a la marcha del 11A, de muchos
de los que la vieron por TV y de otros venezolanos no
afiliados en los bandos, que fue el gobierno el
responsable de su siniestro y desafortunado desenlace?
No obstante, hay que convenir que el régimen con
múltiples maromas —todas ellas notables por su
truculencia y fragilidad — ha logrado confundir y
sembrar sospechas sobre la supuesta culpabilidad de
otros en los hechos, logrando en parte conseguir su
propósito. Con arteras manipulaciones, el gobierno ha
dirigido la fijación de la atención, no en el 11 A
sino en el dislate Carmona del día 12, y en un
pretendido y deliberado golpismo de los militares que
desobedecieron las criminales órdenes de parar con
tanques a los manifestantes.

Mentiríamos sino expresáramos aquí, y no hay ninguna
razón para avergonzarse. que estamos convencidos que
la resistencia de los militares institucionales había
estado incubándose mucho antes del 11A, y se situaron
al acecho y a la expectativa de actuar, siempre que la
sociedad civil por propia iniciativa les diera la
oportunidad de hacerlo. ¿Es qué acaso puede ser
juzgada como bastarda el más que legitimo malestar de
los oficiales ante la persistencia del chavismo por
socavar de su institución sus valores, principios y
fundamentos y resultado de ello en cualquier momento
reaccionar por esa agresión?

El «Proyecto Bolivariano» como realidad política,
insistimos, es una modalidad criminal, cercano del
tradicional autoritarismo caudillista latinoamericano.

Los hechos de abril no hacen más que confirmarlo; y
aunque ahora para sobrevivir después de matar gente,
su jefe pretenda matar el tiempo con la peregrina idea
de distraernos, desplazándose a duras penas sobre la
descomunal mentira que aún lo sostiene; su destino
como enemigo de la libertad será el juicio de la
justicia, como seguro de él tampoco escaparán el
resto de sus identificados como comprometidos
cómplices.

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