Algo más que diálogo
Si la solución de la crisis venezolana depende inicialmente del diálogo, como se ha venido diciendo desde hace ya tiempo por parte de oficialismo y oposición, habrá que convenir en que luce bastante remota tal posibilidad si es que se toma en cuenta la actitud que uno y otra adopten en cuanto a la agenda que debe regir las necesarias e indispensables conversaciones al respecto.
Y si a lo anterior se añade la circunstancia de que la presencia de la comunidad internacional en el proceso correspondiente no es percibida por igual entre oficialistas y opositores, está claro que es muy poco lo que podrá avanzarse en el propósito de recuperar la institucionalidad perdida para dar paso al Estado de Derecho y a la vigencia de los principios democráticos que consagra la Constitución de 1999.
Es algo más que diálogo lo que se requiere. Básicamente voluntad política para llevar adelante un proceso en el que unos y otros actores tienen que actuar reconociendo que no siempre es posible alcanzar una meta de suyo nada fácil sin ceder terreno en determinadas cuestiones que no es del caso precisar ahora. Y aquí es donde el juego está trancado, como se diría coloquialmente, a juzgar por las declaraciones, apasionadas la mayoría de las veces, por parte de los voceros de una y otra tendencia.
Para el régimen nada hay que modificar. La revolución bolivariana, “democrática y pacífica” es lo que el soberano apoya. Y el ejercicio del poder presidencial de modo autoritario y personalista por parte de su líder está más que justificado bajo esa visión, así se violen las disposiciones constitucionales sobre los plazos para la permanencia en el cargo. A su vez, la oposición, en sus distintos matices, entiende que la salida de Hugo Chávez de la Presidencia de la República, es lo que marcará el inicio de un auténtico régimen democrático que recobrará el libre ejercicio de todos aquellos derechos, sobre todo los de contenido político, que hasta ahora han sido ignorados o negados por parte del gobierno chavista.
Así las cosas, se impone señalar que las posturas de oficialismo y oposición son excluyentes de por si y no admiten actitudes intermedias, debido en buena parte a la conducta asumida por el régimen desde sus comienzos.
El jefe del Estado no ha descansado en su propósito de dividir a los venezolanos en dos grandes segmentos: revolucionarios o patriotas, por una parte y oligarcas o escuálidos, por la otra. Además del persistente discurso destinado a sembrar odio, rencor y violencia, así como el lenguaje agresivo y pugnaz usado para descalificar a los sectores políticos que le son adversos, como también el modo belicoso que ha empleado para manejar las relaciones con los medios de comunicación social.
Puede decirse, sin pecar de pesimista, que el diálogo que promueven distintos sectores de la sociedad civil y del país político, amén de las instancias internacionales conocidas, no podrá concretarse en un plazo breve debido en parte a las circunstancias anotadas, a lo cual habría que añadir las muchas otras no mencionadas, de diferente carácter, que justifican lo que en este comentario se dice, o sea, que se necesita algo más que diálogo para resolver la grave crisis venezolana.