Opinión Nacional

¿Cuál partido de gobierno?

El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) fue objeto de los más desmesurados halagos del teniente coronel Chávez, quien celebró la elección de sus integrantes: hoy, maniobrando en el interior de su propio cinismo, los cuestiona para justificar las limitaciones políticas del exclusivo elenco oficialista, habituado al culto de la personalidad e igualmente temeroso del iracundo verbo presidencial.

Luego de la decisión adoptada por el TSJ y la conducta asumida por la Guardia Nacional, lo más relevante del día 14 de agosto fue la quiebra política de un proyecto que no concita el ya antiguo y desprendido entusiasmo de los sectores populares (y medios), por lo que el piquete armado, presto a la desestabilización del orden público, constituye el único argumento posible para frenar un derrumbe que se ha convertido en hastío para los venezolanos. El oficialismo, empleando todos los recursos del Estado, se comporta como si no lo condujera ni tuviera las severas responsabilidades contraídas electoralmente.

No hay partido político que sustente al gobierno con la coherencia y fiabilidad que pudo darle la aceptación de las naturales desavenencias de un proceso, sino un movimiento arbitrariamente decantado en el que surge la vocación paramilitar como un intento de supervivencia frente a la crisis creada. Por cierto, devolviéndonos a los primeros capítulos de nuestra vida republicana, capaz de promover una reforma constitucional para enfrentar las más elementales circunstancias que demandan un poco más de talento político que una complicada cirugía de distracción.

La pérdida de la calle es el trauma esencial de un oficialismo que las disfrutó ayer golosamente, por lo que exige la ciega resignación a los criterios y designios del comandante, la recepción de los pocos beneficios que brinda en los operativos espasmódicos que tampoco llegan a un porcentaje significativo de las barriadas populares, la escenificación de los raquíticos mítines sufragados por el erario público y –como lo sentenció Chávez- la “reacción popular” que de nuevo intenta prefabricar sobre los rieles de la violencia. Cree tener licencia para mentir descaradamente, imputándole la planificación de un atentado a los líderes de la oposición democrática, evadiendo la autoría de la masacre de Puente Llaguno, afirmando que la pobreza se ha reducido, mientras sus ingenuos seguidores comienzan a interrogarse en torno a la naturaleza, finalidad y modalidad de una revolución que los hambrea y coarta, empeorada su situación cuando los llama a “participar” en la conformación de las barricadas literalmente humanas de defensa.

Le corresponde a los seguidores del gobierno superar esa suerte de realidad campanaria, bulliciosa, que ha confiscado sus esperanzas: jamás eligieron a sus conductores, colmados de una simplicidad que enmascara los distintos intereses y las más variadas vicisitudes que hacen la intimidad del poder. Significa que se hagan sujetos sociales, conscientes de sus derechos y de las demandas comunes que los obliga a organizarse para realizarlos parcial y globalmente, más allá del dispositivo “bolivariano”, pues, por muy buena fe que haya para configurarlos, tejen una mera red defensiva del gobierno que sirve de pretexto para el desagüe de recursos que nunca les llegarán completamente y –confundida con el Estado- militariza la inquietud y el pensamiento políticos, avivando la cultura autoritaria y populista que creímos de pronta desaparición.

Plantearse directamente el problema del poder y el de su ejercicio, sugiere la conversión en un partido capaz de articular y dotar de sentido los reclamos de la sociedad, formar y legitimar los cuadros de conducción política, afianzar la institucionalidad y acoger sus innovaciones. Evidentemente, a la red que conocemos se le hace imposible debatir seriamente sobre las razones que provocaron la emergencia del grupo parlamentario “Solidaridad”, la mera devoción iconográfica no logra responder a las urgencias sociales y no puede perfilar y probar un liderazgo alternativo, desconfiando de las instituciones e hipotecando sus iniciativas a favor de un (os) iluminado (s) que el momento brinda

Es necesario deslastrarse de las ya envejecidas representaciones que equiparan a la política, los políticos y lo político, con una irremediable putrefacción ética. De lo contrario, no sobrevivirán y el postchavismo derivará en ghettos atrincherados en las áreas marginales que se incrementarán si no entramos a una fase de relativa prosperidad y convincente equidad o desaparecerán ante la ausencia de un partido que desarrolle el supuesto ideario bolivariano que los inspira.

Y una organización política sugiere ir más allá de Hugo Chávez, aunque no logre comprenderlo por sus afanes protagónicos. Mejor, obliga a sincerar radicalmente sus propósitos actuales, porque el modelo cubano luce más como un recurso de supervivencia en el poder que fruto de una convicción elaborada, así autores como Alberto Garrido digan de cierto linaje de pensamiento.

Una crítica equilibrada hacia el gobierno apunta a su orfandad política. No obstante, creemos que la irresponsabilidad puede llegar a un tenor tal que no sorprendería que el “Líder de la Revolución” decida de la noche a la mañana agarrar sus maletas e irse a un dorado exilio, creyéndose una referencia mundial, en lugar de quedarse afilando sus angustias por sobrevivir.

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