La mediación inevitable
Quieras que no, el recurso de la mediación, pese a la cerrada resistencia del gobierno, se abre paso para atender la profunda crisis de gobernabilidad que se abate sobre Venezuela. Hasta ahora el oficialismo ha apelado a la llamada mesa de diálogo para cubrir las apariencias de un compromiso político, de cara sobre todo a la opinión pública foránea, destinado a superar la innegable polarización que se aprecia en la población como consecuencia de los respectivos encuadres adoptados por el régimen y por la oposición para resolver la creciente inestabilidad institucional que afloró en el país a raíz de los acontecimientos de abril.
Desde un comienzo, el gobierno desechó cualquier gestión mediadora argumentando que la misma era innecesaria y que, en todo caso, lo que se requería era acordar un proceso de diálogo para sentar las bases de un entendimiento civilizado y transparente entre unos y otros sectores enfrentados en una pugna política de vastos alcances.
Sin embargo, en la medida en que el tiempo ha avanzado se ha podido apreciar el fracaso de la postura oficialista al punto de que ya no se habla de diálogo e, insensiblemente, aparecen signos coincidentes con una posible mediación. No de otra manera debe entenderse la presencia en el país de personeros de la OEA, del PNUD y del Centro Carter.
Pero todavía falta mucho trecho por recorrer. Sea diálogo o sea mediación, es imprescindible la existencia de un ánimo propicio para una u otra acción. Y, en ese sentido, la actitud del oficialismo y, en concreto, el discurso del jefe del Estado no le brinda concesiones a la esperanza puesto que de suyo el titular del Ejecutivo Nacional no deja de mantener en sus intervenciones el tono agresivo y belicoso que le es característico. Con lo que cada vez más se dificulta cualquier iniciativa en favor de la recuperación de la quebrantada institucionalidad y del deteriorado estado de derecho. Además, no deja de llamar la atención la insistencia por parte del primer mandatario nacional de regodearse con la posibilidad de extender su período presidencial más allá de los límites que señala la Constitución Bolivariana, con lo cual introduce un elemento perturbador que contribuye a sembrar desaliento y pesimismo entre quienes apuestan a la desaparición en nuestra sociedad del odio, el rencor y la venganza como elementos marcadores de la relación entre distintos sectores de la población.
Por otra parte es importante apuntar que la popularidad del Presidente es menor en la medida en que los fracasos de la mal llamada “revolución democrática y pacífica” se hacen cada vez más evidentes. Y tales reveses no contribuyen a impulsar un ambiente propicio a la negociación sino todo lo contrario: la radicalización es la respuesta que exhiben quienes se saben impotentes para corregir y enmendar las fallas notorias del “proceso”. Así pues, los sectores de oposición, en particular la Coordinadora Democrática, deben estar conscientes de la necesidad de promover y respaldar la mediación como el mejor recurso para superar con éxito el rencor y el revanchismo oficialistas.
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