El régimen: ¿Hacia un segundo aire?
Como todo organismo que se desarrolla, la heterogénea
y cada vez más extensa oposición venezolana padece
del síndrome del crecimiento. No obstante, la mala
nutrición derivada de sus multisápidas dietas,
suministradas por sus abnegadas madres adoptivas, que
se disputan la salud de la criatura, amenazan en
pasmarla.
De no establecerse dentro de la «Coordinadora
Democrática» un mecanismo que garantice un mínimo de
coherencia sin perder la flexibilidad necesaria para
las acciones que se emprendan, Chávez y su régimen, aún
a pesar de la ineptitud administrativa de su gestión y
el barranco tenebroso de la ruina económica de la
actividad privada y de las finanzas publicas, pueden
tomar un segundo aire.
Lo primero, y que evaluamos como indispensable, es
crear un real y efectivo instrumento decisorio,
democrático y representativo que le dé dirección a la
lucha y materialice la unidad en la acción. La
marchadera con objetivos tan ambiciosos como lograr la
renuncia inmediata de Chávez o esperar que ésta se
cumpla con una muy grande, es fijarse metas
exorbitantes que al no alcanzarse como hasta ahora ha
ocurrido, terminará por fatigar a la gente, agudizando
la frustración,la histeria y la desesperanza. Sería
inexcusable perder de vista que el gobierno está
jugando a eso y puede ser que no le esté yendo tan
mal. Los objetivos de las marchas deben ser limitados,
con reclamos no difusos y a organismos concretos como
los poderes públicos, por ejemplo.
Las decisiones de los diferentes factores de la
«Dirección Superior» de la Coordinadora en esta etapa
de la lucha, debería estar precedida de un pacto con
fundamento en el «centralismo democrático» en que lo
acordado por la mayoría comprometa a todos. Puede ser
que este método gestado por el Leninismo le resulte
antipático a los que sufren del complejo de lozanía,
pero su praxis puede ser una buena garantía para que
se plasmen. El pacto al menos, debe abstener al factor
en desacuerdo a no boicotearlo con acciones paralelas
o de otra índole que debiliten el consenso al que
llegó la mayoría.
En relación a los militares, es hostil además de
estúpido el pretender marginarlos de un debate que no
sólo se les filtra sino que les concierne. Compartimos
la tesis de Humberto Njaim de que segregarlos del
esfuerzo de la sociedad por darle una dirección al
país es ingenuo ante un adversario que no lo es. Desde
luego, que no se trata de invitarlos a conspirar, pero
mucho menos es conveniente auspiciar su repulsión
hacia lo civil considerando que como pateador de
tableros el régimen está sobrado.
Del cumplimiento de reglas, sumado a la habilidad de
la «Coordinadora» para hacer convivir sin dividirse
las dos más claras tendencias de los opositores: los
radicales y los institucionales, dependen en buena
medida la opción de una salida menos lenta, pacífica y
honorable de una crisis que puede convertirse sin que
lo podamos evitar en un inexpugnable muro de cemento.