Opinión Nacional

Estúpidas suposiciones

El penúltimo libro publicado por Elías Pino Iturrieta (el último de los que, desafortunadamente apenas, he leído de tan magnífico historiador), dejó un amago de desafío para quien es un aficionado a las lides del pasado. Quizás no merecíamos que la guerra de independencia fuese tan descomunalmente costosa.

Nuevamente horadada la gruesa capa del patriotismo escolar, ha quedado pendiente otra perspectiva geológica para aproximarnos al pasado, intentando predecirlo para hacer memoria del futuro (como caracterizó un gran escritor la obra de otro no menos grande). No obstante, quedé sorprendido meses después al conversar con un connotado dirigente político, cuando espetó una audaz opinión: pudimos evolucionar pacíficamente desde la colonia, ahorrándonos tanto sufrimiento.

Me interesó, pues, luego de las innumerables sesiones solemnes que lleva sobre sus hombros, hipotéticamente forzado a una profusa lectura del acontecer venezolano, los supuestos se revelarían respetables y prestos a un sobrio debate. Constaté que conoce a Pino por haber coincidido con él en uno u otro evento social, por reseñas de prensa o como posible remitente de publicaciones oficiales, en el antiguo régimen, mas no por haberlo desafiado, completando inmediatamente la idea de una España actualmente próspera y a la que, en mala hora, despachamos de lo que no pasó de ser una miserable y olvidada Capitanía General.

Quise rebatirlo, apelando a aquello que se ha llamado pensamiento débil y -agrego- oportunista del mundo político venezolano, tan postmoderno según el cánon, por el cultivo de una fraseología hueca, la apelación a las ideas prefabricadas y el intenso cuidado de la pose, renunciando a la arquitectura de los ideales, de las convicciones, de los sueños que ayudan a cambiar las realidades por fuerza de otras realidades. O, aventurándome, a la sola consideración de la larguísima noche del franquismo con sus guerras, muertos de hambre y emigrados, afantasmado el Estado Imperial y Misionero. No quise porque todavía el interlocutor no ha batido las gruesas porciones de tinta con las que bañó los foros edilicios y parlamentarios cantándole a la gesta patriótica, sino que se ha refugiado en la triste simplicidad de una frustración latente: se refiere a la España económicamente exitosa de hoy, con la que podemos pretextar los lazos que no tuvimos con uno de los tigres de Asia y a la que le hubiésemos reconocido los favores de la Guipuzcoana Petroleum Co. No median otras consideraciones que la viva frustración.

A la estúpida suposición se une la de trasladar nada más y nada menos que al teniente coronel ( r ) Chávez al XIX, dibujándolo como Boves o Piar sobrevivientes de la molienda bélica. Y, aunque lo creemos hipotecado por ese siglo, a todas luces resulta un absurdo adivinarle semejantes consistencias en una época de tan dramática ruptura: el portal del liderazgo no era la televisión, sino el propio, palpable e intransferible coraje personal. Creerlo Bolívar obliga a un espesor del pensamiento titánico, en medio de las dificultades nada artificiales y, disculpándome por la disgresión, demolería también lo que le imputa Nelson González a los propietarios -y afines- de los medios de comunicación en la Venezuela que corre: un neomoderno sostenido en las gratificaciones inmediatas, encaramado en las falsas necesidades armadas como un frágil Lego y al ritmo de las consignas, donde nos entretiene en mítines y cadenas por su vanidad y doble moral (http://www.ucm.es/info/especulo/numero21/vanidad.html). Vale decir, un exacto producto de estos tiempos no sobreviviría con facilidad a los que ya se fueron.

No tengo las fechas a la mano, pero ilustradores y- además- humoristas mordaces, como Zapata y Eneko, publicaron en los diarios “El Nacional” y en el lamentablemente desaparecido “Economía Hoy”, algunos años atrás, dos escenas patrias referidas la una, al 19 de Abril y la otra, al 5 de Julio, donde el protagonista se devolvía al Cabildo o firmaba el Acta con el clásico “¿cuánto hay pa´eso?”. Toda una interpelación para 191 cortos años de existencia republicana (sin signos, sin adiciones, sin garabatos anexos).

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