¿Quién dijo diálogo?
Después de la arenga vocinglera de Hugo Chávez en el barrio Las Malvinas cuando amenazó a quienes llamó “sectores contrarrevolucionarios” con los círculos chavistas y con los efectivos de la Fuerza Armada Nacional, no quedará duda alguna de que el “diálogo” que tanto se ha invocado después de los sucesos de abril, no pasa de ser una aspiración remota cuando no imposible por parte de todos aquellos que, ubicados en la sociedad civil como en la política y en la militar, estiman que el país debe alcanzar niveles de gobernabilidad satisfactorios, lo cual en la situación actual, no pasa de ser un empeño inútil.
Cuando el jefe del Estado dijo “estar dispuesto a lo que sea” para enfrentar a la oposición, de una vez estaba desechando cualquier propósito de diálogo constructivo destinado a superar el estado de beligerancia existente que, por cierto, ya cuenta con víctimas fatales, entre los partidarios del gobierno y quienes lo adversan, situación que en gran parte es resultado del discurso cargado de odio y resentimiento que prodiga afanosamente el titular del Ejecutivo Nacional.
Es así, cómo Venezuela ha pasado a ser “una democracia en riesgo” al decir de quienes desde el exterior observan cuidadosamente el desarrollo de los acontecimientos en nuestro país. En tanto, en la esfera interna, no se puede ignorar el crecimiento indetenible del clima de conflictividad, lo cual presagia enfrentamientos de distinto calibre según algunos comentaristas, vaticinio cierto, por lo demás, de que no debe descartarse una contienda fratricida entre los dos grandes segmentos, oficialismo y oposición, que hoy dividen a la población venezolana gracias a la acción destructora del régimen de la mal llamada “revolución bolivariana”.
Sin embargo, si bien el proceso de diálogo ha fracasado y resulta punto menos que imposible rescatarlo, puede decirse que la sociedad venezolana en su conjunto conserva abundantes provisiones y reservas en el orden político y social que fortalecen las expectativas en favor de una recuperación democrática, lo cual pasaría necesariamente por la renuncia del Presidente de la República, señal indispensable para abrir la posibilidad al establecimiento de un régimen transitorio que desembocaría en un nuevo gobierno constitucional.
Así, respetándose las normas constitucionales al respecto, no habría reparos, ni en el orden doméstico ni en el internacional, para que un nuevo régimen, éste si, efectivamente democrático, sustituya al infortunado que por más de tres años ha traido consigo toda clase de adversidades y desventuras a los distintos sectores de la población y, en particular, a todos aquellos engañados por la prédica demagógica y populista que, de manera constante, ha sido uno de los más sobresalientes rasgos del gobierno presidido por Hugo Chávez.
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