El Papado inconcluso
Una cosa es la teoría, y otra la práctica. Una cosa es saber de oídas de los efectos del comunismo, conocer sus propósitos, dominar incluso su teoría e ideología, y otra muy distinta haberlo vivido en carne propia. Una cosa es hablar de Cuba o de Polonia, otra es haber vivido en Cuba o en Polonia.
Esa característica existencial, y no meramente epistemológica, hizo la diferencia entre todos los miembros del Colegio Cardenalicio, a la hora de elegir en 1978 al Papa número 264 de la bimilenaria historia de la Iglesia Católica y Karol Józef Wojtyła, de 58 años, nacido en la ciudad de Wadowice, Polonia, el 18 de mayo de 1920.
Tras de esas frías fechas se escondía una de las más terribles y desgarradoras historias del siglo XX: la revolución rusa, vecina inmediata a Polonia, los millones de asesinatos provocados por Lenin y por Stalin entre cristianos, musulmanes y judíos inocentes y la entronización del más tiránico, cruel e inhumano de los totalitarismos de la historia humana. Para culminar en el despertar del monstruo nacionalsocialista, la invasión hitleriana, el genocidio de decenas de miles de polacos, convertidos en carroña por los dos lobos feroces de la crueldad totalitaria del siglo XX. Ambos paridos entre las fiebres de la utopía socialista.
Tres años tenía Karol al momento del asalto bolchevique al Palacio de Invierno. Trece al momento del asalto al Poder por Adolfo Hitler y el nacionalsocialismo. No cumplía veinte años cuando su patria era invadida y arrastrada al fuego infernal de la Segunda Guerra Mundial, la barbarie antisemita, el Holocausto. Varsovia fue escenario de uno de los combates más ominosos de la historia humana, Polonia suelo de los más indignantes y diabólicos campos de concentración montados para asesinar industrialmente a más de seis millones de seres humanos.
Veinticinco años tenía el joven sacerdote católico cuando Polonia pasó a convertirse en una de las dictaduras satélites de la Rusia soviética. Vio, vivió y sufrió, junto a su pueblo la verdad real del comunismo. No la utopía de El Manifiesto, sino el abominable colonialismo del estalinismo imperial. La lucha por la libertad del hombre y la solidaridad humana como esencia del cristianismo no necesitó aprenderla en los libros de catecismo. Fue sangre de su sangre.
No era el único cardenal que en 1978 llevara en sus venas la espantosa enseñanza de la maldad demoníaca inherente al totalitarismo. De cualquier género. Pero era el único que había decidido poner su vida al servicio de la liberación de su pueblo, de Europa y del mundo de las plagas del totalitarismo que sobreviviera triunfante a la derrota del totalitarismo nazifascista. En cualquier escala, en cualquier dimensión, en cualquier hondura.
A esa vivencia existencial y a esa universal grandeza de espíritu se debe, en una no desdeñable medida, la desaparición de la Unión Soviética. No así del comunismo, cuya esencia, en las más distintas y variadas vestiduras, continúa gangrenando los propósitos ecuménicos que inspiraran la obra de inconmensurable trascendencia de Juan Pablo II. Liberarnos de ese comunismo cuya fortaleza y empeños desintegradores siguen actuantes en amplios regiones del planeta, como entre nosotros, en América Latina. En donde, bajo el influjo espiritual e ideológico de la tiranía castrista, no desiste de su empeño por imponer una forma de existencia absolutamente reñida con las enseñanzas que, en su momento, incentivaran a Karol Wotyla en su lucha por la libertad.
De otra manera, ¿cómo explicarse el tozudo respaldo de todas las democracias latinoamericanas, infiltradas por el castrismo e inspiradas por el Foro de Sao Paulo, a la dictadura venezolana? ¿Cómo entender el pavoroso silencio de la región ante la violación a los más sagrados principios de los derechos humanos, la comprobada y ominosa burla a la Justicia y al estado de Derecho llevados a cabo por la satrapía venezolana a la orden de la tiranía cubana?
¿Qué nuevo proyecto ecuménico del Vaticano ha llevado a dar vuelta esa página notable de los esfuerzos papales de Juan Pablo II por la conquista de la libertad y la instauración de la solidaridad y no la tiranía del hombre por el hombre como supremo propósito del cristianismo?
Quisiera tener la respuesta. Desgraciadamente no la encuentro.
@sangarccs