Opinión Nacional

La propia acción de Capriles ha puesto a Maduro a la defensiva política

LA CAMPAÑA

El gobierno, el Consejo Nacional Electoral, los cubanos, los mandos militares afectos al régimen, diseñaron el momento, las secuencias, los recursos y los personajes para una campaña electoral relámpago que dejara a los opositores paralizados. Se plantearon no sólo la necesidad de ganar -según ellos, pan comido- sino de arrasar. Un liderazgo precario, disputado y bajo la erosión del despelote nacional, requiere que el Comandante haga el milagro que sus herederos no pueden realizar. Su diseño no es ganar sino arrasar.

La necesidad de ese resultado emerge de las dificultades que tiene Nicolás Maduro para imponerse frente a sus pares. Éstos actúan como si le hubiesen dicho: «Nicolás, no te lo creas; eres el capataz pero no el dueño de la pulpería; eres un miembro más de un equipo de iguales». El hombre, resignado, acepta la situación, pero con lentitud mueve las fichas que le permitirían -en caso de alzarse con la Presidencia- pasar a controlar el poder. Ahora la situación es más frágil porque los manes del más allá tienen alcance limitado y su poder se esfuma con esa máquina de machacar sueños que es la cotidianidad.

El candidato encargado cuenta a su favor con una circunstancia dramática y es la imposibilidad categórica de dejar el poder. No es que no quiera sino que no está en la programación genética del bochinche bolivariano considerar la entrega del poder, a menos que -si se cuenta con los votos- a sus administradores se les obligue.

En una democracia más o menos normal, de esas que eligen y reemplazan presidentes con papeletas, ni el gobierno ni la oposición son eternos. Se respeta a los derrotados porque mañana ellos pueden estar arriba. Los altos jerarcas de hoy serán, al perder las elecciones, profesionales en el ejercicio privado o miembros de algún cuerpo de representación institucional. La vida sigue: ni tú eres tan poderoso como para exterminar al oponente ni éste es tan desvalido como para permitirlo.

En el caso actual es distinto. ¿Se imaginan ustedes a la modesta abogada hoy encumbrada por el finado jefe o por su compromiso con el golpe del 4 de febrero, volver a su oficio de escribiente? Supóngase que la doña se ha desarrollado intelectualmente, ¿la ven en el esfuerzo de crear un bufete que atienda a los desamparados o a los boliburgueses? ¿Creen posible que los que se apoderaron de magistraturas, comandancias, dignidades institucionales se conciban luego en el ejercicio profesional independiente? ¿Piensan que algunos aguantarían, no digo tribunales, sino el escrutinio de la opinión pública sobre condiciones de vida antes de ocupar un cargo oficial y después de hacerlo?

Además hay un hecho brutal para unos cuantos: todo dinero que no sea mantenido en maletas en el closet o en cajas fuertes en las casas, pasa hoy por Nueva York o por Londres y el compromiso del sistema financiero internacional es saber e informar. Todo se sabe o se sabrá; no hay manera de evitarlo. Y si se esconde el ingreso, no es posible esconder el gasto. Si el régimen permanece, los beneficiarios de la cornucopia socialista tienen más poder de negociación ante los guachimanes internacionales que si se encuentran como simples ciudadanos con vara alta en la movida financiera pero sin apoyo político.

Hay otros que son más ideológicos. Su problema es no permitir que desaparezca lo que consideran una revolución, porque si ocurre, qué pena con Raúl Castro; tan decente él. Éstos piensan que los traspiés de estos 14 años son el preludio de la parusía a la que conducirá el espíritu del líder desaparecido. Al país de los igualados en su pobreza, «con hambre y sin empleo», le llegará su hora hermosa; los harapientos vivirán la fiesta de la igualdad, desagraviados, porque en la acera de enfrente tendrán a otros como ellos, expropiados, desvalidos, aprisionados, aunque sin la alegría que a aquéllos conmueve. El paisaje patético de la república del futuro, sin ley, lo representa un Estado como taguara desmoronada, con la empalizada en el suelo para que no haya ni siquiera el esfuerzo físico que se requiere para los saltos de talanquera. Es la hora de las miserias y de los suplentes desaprensivos.

EL DESAFÍO DE LOS DEMÓCRATAS.

Azucarar el panorama no ayuda. La campaña de Capriles esta vez tiene un tono afortunado, a diferencia de la anterior, porque parece la de quien apuesta su destino político a la tarea que le ha sido encomendada. Apela a principios y valores que son los que, en momentos de crisis agudas, mueven a las sociedades. Ha enfrentado a los cubanos, al lamentable Ministro de la Defensa, al fraude institucional como lo ha llamado y se ha lanzado de nuevo a recorrer las calles del país con la misma admirable dedicación que la anterior campaña y con más claridad y decisión estratégica. La propia acción de Capriles ha puesto a Maduro a la defensiva política, aun cuando éste avasalle con la máquina del Estado. El hecho de que el candidato oficial sea Presidente sin tener un voto a través de sucesivas ilegitimidades es un problema que el régimen no ha podido superar.

Capriles y la oposición tropiezan con una situación aún más exigente que antes. El cerco contra los demócratas es tan severo y creciente que hay áreas, regiones, grupos sociales, que no es que están con el gobierno sino en las que no existe otra cosa que el gobierno porque no tienen acceso a medios de información alternativos a los oficiales. Espacios en los cuales el activismo opositor está limitado o impedido por las brigadas paramilitares de choque. Hay lugares en los cuales ni siquiera se percibe disyuntiva.

El más importante de los problemas es el derivado de las condiciones electorales. La probabilidad de resultados similares con condiciones similares es alta, por lo tanto cambiar esas condiciones es esencial y no parece que sea el filo de la campaña opositora. Debería serlo. El problema central no es si el gobierno sabe por quién vota alguien sino la percepción de que puede saberlo, lo que genera miedo. El otro aspecto es que en «tiempo real» el gobierno conoce los volúmenes de votación y las características electorales de cada mesa de votación lo que permite a la máquina del Estado movilizarse para compensar debilidades y acentuar ventajas. El gobierno tiene toda la información al minuto el día de las votaciones debido a la eficacia de las comunicaciones que controla mientras que la oposición marcha un tanto a ciegas.

No hay que amilanarse. El desafío es inmenso. El candidato opositor muestra firmeza y ojalá apunte con arrojo a la situación de las condiciones electorales porque, si se cuenta con los votos, de éstas dependerá el resultado; y de la combinación de los votos que obtenga y de la denuncia de esas condiciones electorales dependerá el discurso del 14 de abril en la noche. Y de ese discurso depende en mucho el destino de las luchas democráticas.

No olvidar el 7 de octubre…

www.tiempodepalabra.com

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