El futuro, espejo del pasado?
Algunos estudiosos del fenómeno de la temporalidad sostienen que el futuro no existe; que lo único que existe es un continuum incesante, infinito que se presentiza a cada instante inagotablemente. ¿El pasado también es futuro? Cierto o no, lo incontestable es la evidencia que nos enrostra la estruendosa realidad venezolana actual, de los días que corren; lo que hace apenas cuatro años atisbábamos como un radiante y promisorio futuro, hoy se nos revela como un presente lúgubre, aciago y desolador.
No hay que ir muy lejos para darse cuenta de lo que nos rodea; la economía està totalmente paralizada, el subempleo y el desempleo rigen los signos vitales de una nación al borde del esquizo colectivo. El llamado sector de la construcción acusa un déficit de inversión que supera con creces el 52%. La desesperanza y el desasosiego gobiernan la estructura anímica del venezolano.
Nunca, en toda la historia republicana de este país, hubo tanta incertidumbre en torno al futuro de esta tierra de libertadores. Como dice Alberto Garrido: “el tiempo político de las cúpulas burocráticas y el tiempo político del país son dos tiempos diametralmente opuestos”. En otras palabras, hay un país que mira hacia delante, hacia el futuro; ávido de cambios auténticos, mientras una autoproclamada vanguardia dirigente, se empecina obcecadamente en mirar para atrás, en imponer compulsivamente los esquemas heterónomos del pasado. Obviamente, con un país escindido antagónicamente, con una férrea vocación irreconciliable, aquí lo que se avizora es un desenlace cruento de incalculables proporciones históricas. Me temo que estuviera “releyendo en tiempo real” una versión tropical del 18 Brumario de Luis Bonaparte. Y todo ello muy a pesar de la reciente firma del “Acuerdo” que nadie va a querer recordar en tan sòlo unos pocos meses. Este país es absolutamente previsible.
(*) Historiador.