Apuntes sobre el populismo de aventura
Iniciamos el siglo con una otra experiencia autoritaria. Sorprendida la buena fe de los venezolanos en los comicios de diciembre de 1998, cuando decidieron probar las ofertas del actual mandatario nacional, representativo de un sector de la vida política que no había gozado de la oportunidad de gobernar al país, transitamos los peligrosos caminos del desengaño, del desencanto y de la desilusión que algunas voces, en medio de la confusión, advirtieron quizá sin la contundencia y la eficacia que se esperaban.
Adquirimos y compartimos una amarga experiencia que no concluye. La luminosa promesa de una Asamblea Constituyente que, por sí misma, liquidaría nuestros males seculares, desembocando en una Carta Constitucional que sufrió de modificaciones arbitrarias luego de aprobada a través de un referendum, ambientado en una tragedia nacional, apenas ha servido de pretexto para la configuración de una dictadura de rasgos particulares.
Las sucesivas consultas electorales que culminaron con la reelección del presidente de a República, tuvieron como característica esencial la del ventajismo, abuso y demagogia oficialistas que, empleando a fondo el dinero de los venezolanos y haciendo caso omiso a las antiguas limitaciones y garantías que habíamos alcanzado, le conceden al régimen un indudable rasgo plebiscitario. Todavía explota los ritos de participación y protagonismo, cuando la exclusión en los destinos del país afecta –incluso- a quienes también de buena fe fueron sus originales propulsores y arquitectos.
Régimen que no ha aportado soluciones a los más urgentes problemas de la población, sino que –teniendo por único destino el pasado- satanizó los logros y éxitos que obtuvimos como pueblo, sin aprender de los errores y fracasos en los que incurrimos voluntaria e involuntariamente. Perdida una inmensa oportunidad para el relanzamiento y perfeccionamiento de la democracia y sus instituciones, la realización de la justicia social en una economía moderna, abandonamos galopantemente los niveles que una vez tuvimos, sumada la vocación antidemocrática de quien ha renovado con bríos las prácticas populistas para mantenerse a cualquier precio en el poder, aunque cueste –como ha costado- la vida e integridad de los venezolanos que hemos expresado nuestra disidencia. Y esto, paradójicamente, incluye a aquellos que una vez le acompañaron y sufren los mismos rigores de la crisis económica y social, aunque –es necesario recordarlo- los que fueron elegidos en la terna del llamado chavismo, se encuentran seria y literalmente amenazados en el caso de sincerar –sobre todo en las instancias parlamentarias- sus inconformidades.
Un nuevo autoritarismo
La caída del muro de Berlín, noticia de la cual espera aún confirmación el oficialismo, anunció un período para la humanidad de mayor paz y sosiego para el mejoramiento de las democracias que también fuesen capaces, con la libertad, de proveernos del pan. El doloroso recuerdo de los ensayos totalitarios de uno u otro signo, reivindicaron aquellos regímenes fundados en la dignidad de la persona humana y el bien común. No obstante, en Venezuela, inexplicablemente, insurgió un modelo anacrónico que tiene su más elocuente manifestación en la tiranía ejercida por Fidel Castro sobre el sufrido pueblo cubano.
Con el ascenso de Hugo Chávez al poder, asistimos a una experiencia autoritaria que tiene perfiles asombrosos. Por una parte, se resiste a la cultura política democrática de los venezolanos que creyó perdida a partir de 1999, por la cual no se ha decidido a dar el zarpazo definitivo; por otra, ha colonizado a los otros órganos del Poder Público, ejerciendo un control absoluto desde Miraflores sobre los más mínimos movimientos que hagan y criterios que expresen sus títeres; y, finalmente, se ha afianzado en los enormes ingresos extraordinarios provenientes del petróleo, para desarrollar una tipo de asistencialismo estatal para el cual –sencillamente- no alcanzan, generando toda suerte de corruptelas y degradando la vida pública.
Cada vez que pretendemos dibujar ideológicamente al régimen, nos encontramos con una masa de ideas e iniciativas contradictorias que tienen como único aval al Estado como agente exclusivo para el reparto de los dividendos petroleros. El constante rechazo al neoliberalismo y las invocaciones al mar de la felicidad, no son suficientes para concederle un signo trascendente que, en su célebre entrevista, Martha Harnecker tampoco encuentra, salvo la alusión de que no es comunista pero tampoco no-comunista, algo significativo cuando hay tradiciones políticas doctrinarias en el continente que no logra siquiera rasgar la profesión de un “bolivarianismo” etéreo y confuso.
El saldo es desalentador, porque –de un lado- puede aseverarse, con Lazo Cividanes: “… Existe una relación (y una lógica que le da sentido a la misma) entre los fundamentos ideológicos del discurso político del comandante Hugo Chávez y la crisis que generan en la sociedad venezolana (en cuanto desafío de cambio) los procesos de modernización y globalización” y, por consiguiente, “dados los elementos que comparte con el populismo ´clásico´latinoamericano y el carácter defensivo que comporta respecto a estos dos fenómenos, se podría concebir el discurso político del comandante Chávez, bajo un esquema de cambio-continuidad, como una propuesta más bien conservadora” (1).
Y –de otro lado- asegurar que el chavismo expresa una mera voluntad de aferrarse al poder y que se aventura – ciertamente- en precedentes prácticas populistas, las cuales ha sincerado y exacerbado. No podrá decirse que es fruto de las elaboraciones y actualizaciones de un determinado sector político, inscrito en el ejercicio pensante de la izquierda marxista. Y tampoco que está orientado por el programa constitucional del que se dotó en forma ventajosa, pues, además de las reiteradas violaciones en las que ha incurrido, escaso valor tiene el reconocimiento de los derechos ciudadanos, sociales y económicos, al cohabitar con una decisiva estructuración autoritaria de la que surgen genéricas –e inesperadas- atribuciones que recuerdan las viejas doctrinas de seguridad nacional.
Llama la atención que, en el último mensaje anual presentado ante la Asamblea Nacional, diga Chávez no sólo estar dispuesto a discutir el proyecto que plantean los socialcristianos o los socialdemócratas para el país, en un gesto siempre traicionado de amplitud, sino que, al privilegiar por siempre el elemento moralizante, manifieste su gusto por conocer y conversar con un líder opositor que ha sido también constantemente estigmatizado (2). Y es que una modesta o ancha muestra de sus alocuciones, da cuenta de esa reiterada acusación o denuncia moral que supera las disquicisiones más coherentes y sobrias sobre el mundo y las cosas, si es que pueden calificarse de tales los asomos doctrinarios alrededor de un Bolívar que no logra comprender a cabalidad (3).
El chavismo como circunstancia
Creemos que hay resistencia a abandonar un modelo económico exclusivamente fundado en el Estado Petrolero, por lo que la resistencia la encarna Chávez. Y, a la vez, sin que pueda originar un movimiento político duradero, quizá una suerte de “peronismo” que –después de cincuenta años- sigue dando nombres a la agenda política argentina y desde los flancos de la izquierda y de la derecha para más señas, el llamado chavismo será una pasajera circunstancia, salvo que el portador tenga la suficiente habilidad de victimizarse y de fundar una corriente que –posteriormente- encuentre una buena porción de tinta para legitimarse históricamente.
De modo que el chavismo responde a la fase terminal de un modelo de desarrollo que encuentra un estupendo soporte en las prácticas y hábitos que, una vez, dijo condenar. E, igualmente, puede bautizar -en forma provisional- una patología política que no distingue entre la verdad y la mentira.
Hagamos mención de las detenciones y de las torturas de las que han sido objeto conocidos dirigentes de la oposición tachirense. Armada una acusación por rebelión civil, hoy se encuentran encarcelados y –al estilo gomecista- sometidos periódicamente a imprevistos baños de agua fría. Sin embargo, recordemos que –al proclamarse un conjunto de socialcristianos como parlamentarios regionales, dos o tres años atrás- fueron agredidos por una turba del oficialismo que no aceptó que la voluntad popular no les fuese favorable en el Consejo Legislativo. En consecuencia, los acontecimientos están sujetos a una narrativa del poder establecido que, huyendo de la realidad, mientras hace uso de una retórica política y jurídica extravagante, toda los linderos de lo demencial, por no aludir a la versión que maneja de los sucesos de “El Petarazo”.
El neoautoritarismo confesional no acepta una desviación de los dogmas que trata de imponer. Está guiado por una política de fe que lo subvierte, pues, es el culto a la personalidad el que lo fuerza a imaginarse existencial y permanentemente en pugna con los enemigos declarados de una revolución que únicamente se concreta en el nombre de quien, además, no duda en empuñar la jefatura del Estado. La pérdida del sentido de la realidad provoca reacciones que cavan su tumba, recurriendo a fórmulas defensivas que no logran ocultar cuán lejos ha llegado su descomposición, asegurándola definitivamente cuando salga del poder y luzca como una secta minoritaria amparada sólo por el financiamiento de los que actualmente se benefician de los recursos públicos, sin otro ademán litúrgico que el de la nostalgia por los símbolos del Estado.
El neoautoritarismo plebiscitario , se ha aprovechado criminalmente de los más humildes y ha manipulado a la Institución Armada, por lo que –en momentos de claro peligro- apela a la Constitución y al leyes que antes ha violado, reclamando el reconocimiento a su legitimidad de orígen; y –cuando toma aires de seguridad y satisfacción – poco le importa su legitimidad de desempeño, aventurándose a la aplicación de medidas incongruentes (sin reparar en sus consecuencias económicas y sociales), a la aprobación de leyes concebidas y elaboradas contra la voluntad general y a la propia festividad de una revolución, con invitados de toda procedencia, que tiene más de oneroso derroche del erario de todos los venezolanos, que de foro creador de las sendas que nunca ha podido dispensar.
El neoutoritarismo mesiánico opera a través de los círculos del terror, ilícitamente financiados y armados por el gobierno, y prestos para amedrentar y perseguir cualquier disidencia, trátese de los partidos democráticos, de los medios de comunicación social, de la Iglesia o de cualquier otra expresión ciudadana. Y es que, cuando el gobierno no desea aparecer en las faenas represivas, procurando conservar las apariencias, apela a estos medios en el intento de ahogar la protesta, con sangre si fuere necesario.
Los sectores medios y populares de la población sufren de las incursiones delictivas de los círculos que explotan la buena fe de algunos compatriotas que reciben a cambio medrugos, mientras que sus administradores se apropian del subsidio ilegal del que gozan. Esto ha puesto en evidencia al oficialismo que está sustentado en un partido o unos partidos inconstitucionales, además de minoritarios, porque ni siquiera sus militantes gozan del derecho de elegir por votación directa, universal y secreta a sus conductores o de debatir sus grandes orientaciones conceptuales y estratégicas.
El neoautoritarismo chavista alimenta la desorganización de sus cuadros, la prebenda y la violencia como elementos de compromiso, por lo que –entendidos como ciegos, obedientes y resignados soldados de una causa que es la del dictador- se confunde con el Estado mismo, sus símbolos y recursos materiales. La movilización de las huestes tarifadas responde a un culto de la personalidad, al mito de una mayoría y a la completa informalidad del desenvuelvimiento político que tiene como único rector e intérprete al teniente coronel retirado Hugo Chávez.
Populismo de aventura
El petróleo ha sido el elemento determinante para el desarrollo de las prácticas populistas en nuestro país. Un dato fundamental reside en la aparente y absoluta gratuidad de su absorción: un recurso expuesto a todos los sectores sociales que, al coaligarse para alcanzarlo, no realizan aportes o sacrificios particulares, aceptando los valores expresados por el régimen.
Significa una unidad emocional frente a los declarados, potenciales o efectivos enemigos que digan trastocar ciertas reglas de juego para obtener la cuota correspondiente de los recursos, aventurándonos a probar las fórmulas de gobierno que –aún con acento autoritario- sean capaces de garantizarla. No obstante, severas limitaciones objetivas nos remiten a una perpetua crisis de legitimación que no encuentra con facilidad un proyecto alternativo, pues, el denominado rentismo sociológico ó perfeccionamiento del imaginario y los dispositivos de recepción de la renta, explica una noción del poder como palanca facilitadora de la corrupción, la clientela y el intercambio prebendario en beneficio de aquellos que logren pisarlo de un modo u otro.
Chávez es el líder carismático que se ofrece como el gran dispensador de favores personales y sería redundante reseñar el estilo y contenido que le imprime a sus programas dominicales. Puede decirse de una “persona familiar con las normas codificadas impersonales y abstractas del sistema moderno, pero que también conoce y utiliza las normas no escritas del sistema tradicional caudillista” (4).
La pugna al interior del gobierno descansa entre aquellos que lograron decantarse en un tipo de acomodación utilitaria de los distintos factores políticos, sirviéndonos de emblema PDVSA, y los que simplemente no esperaron ni accedieron en la dimensión deseada a las cuotas de poder, como si lo hizo el PPT. El mensaje presidencial encubre una práctica que favorece económica y socialmente a determinados sectores, innovando el clientelismo. El lumpemproletariado puede alcanzar las prebendas en la medida que se expongan físicamente en la extrema defensa del régimen, mientras los capitanes de la corrupción intentan dotarlos de un sentido de cohesión, de una mística para enfrentar al resto de la población, incluyendo a los sectores marginales desencantados y desengañados, que no comulga con el discurso oficial, una estridente, oportunista y contradictoria amalgama de postulados.
Rey enfatiza que “el éxito de la política populista se basa en que las relaciones al interior de la coalición no sean suma-cero, lo cual implica que los premios y recompensas a repartir entre sus miembros han de tomarse del exterior de ella”, por lo que constata que “la carga de financiación de tal proceso recae sobre el sector primario de exportación”, donde las políticas redistributivas no dependen de la expansión económica ni de los éxitos de la industrialización que genere beneficios, aumento de la producción, mercados, empleos y, en general, de la participación efectiva de los diversos sectores (5)
Una crisis insondable
La presunta revolución acarrea un gigantesco costo económico y social, amén del político. Estamos como en una transición hacia el vacío, pues el modelo de desarrollo del gobierno no es tal, sino el bagazo de las viejas políticas estatistas y en claro desuso en el mundo contemporáneo que se mantiene a duras penas por los ingresos petroleros, el inhumano incremento de los impuestos para todos y cada uno de los venezolanos, y el empleo vergonzoso de las armas, tanques y municiones del que se ha regodeado Chávez en muchas oportunidades.
La improvisación, ineficacia e ineptitud del gobierno que contó con la oportunidad brindada por los venezolanos hace más de cuatro años, se refleja dramática en una contracción económica que puede acercarse al 22% del PIB, con un saldo de 25% o más de desempleo, la quiebra de quince mil empresas comerciales e industriales y más de un millón de niños fuera del sistema escolar. Contrario a las consignas publicitarias del oficialismo que se ha apropiado, partidizándolos, de las emisoras radiales y de televisión que se suponen del Estado, el défici de viviendas es de un poco más de dos millones, siendo una mentira desfachatada que haya construído más soluciones habitaciones que en los precedentes cuarenta años. Los servicios públicos sufren de una administración y de un deterioro físico calamitosos, siendo pasto para la corrupción, y mientras –a modo de ilustración- nos ha sorprendido un colapso de la industria eléctrica, en la que los gobiernos democráticos exhibieron sus mejores credenciales con el Complejo Hidroeléctrico del Guri, mientras el régimen de Chávez se rehúsa a cualquier inversión extranjera y nacional del sector privado, capaz de generar empleos, pretendiendo que lo haga el Estado cuando ha malbaratado de lo que ha dispuesto en los últimos años sin atender los deberes indelegables que tiene en áreas como la educación, la salud, la infraestructura, así como la seguridad y defensa de la nación.
La anacrónica concepción estatista de la economía, lleva al régimen a ensayar medidas aventuradas cuando carece de los recursos fiscales necesarios, hecho que contrasta con las décadas anteriores, no sin generar un alto índice inflacionario que intenta remediar con la inhumana contracción del consumo, pues, la canasta básica supera un poco más del millón de bolívares mensuales, a la vez que el salario nominal está distante de los productos de primera necesidad. El desempleo y el inevitable desabastecimiento al que contribuye decisivamente el control de cambio, cuando el Estado difícilmente puede proveer los productos en forma sostenida, dibujan una crisis insondable que clama por la pronta modernización del país.
El gobierno carece de una política social que amortigüe las consecuencias de unas medidas económicas que, renunciando a la reforma estructural de la economía, registra las huellas de los más duros ajustes realizados en América Latina. Entenderá erróneamente por política social el reparto de las dádivas que alcancen a través de los partidos afectos y de los círculos del terror que, en contraprestación, sirvan de escudos humanos para la defensa de las lujosas sedes oficiales, o el mantenimiento de una seguridad social que gira alrededor del inefable IVSS, coto de caza para el proselitismo político mientras arroja pérdidas milmillonarias que burlan la paciencia de muchos años de sus pensionados y contribuyentes. Tampoco lo será el INCE que, en lugar de atender a los miles de jóvenes que deambulan en las calles sin oportunidades de estudios ni de trabajo, requieriendo del mínimo adiestramiento técnico, tiene al frente a un supuesto especialista en los asuntos de inteligencia del Estado y –por si fuera poco- chantajea al empresario privado que cotiza a objeto de mantener los círculos del terror en las calles.
La partidización de PDVSA
Nuestra principal industria no estuvo exenta de errores, vicios y fallas, pero jamás los padeció en los niveles actualmente exhibidos. Poniendo en riesgo el futuro de los venezolanos, el régimen ha convertido a PDVSA en una dependencia partidista y clientelar más, condenándola a sufragar sus actividades proselitistas y para lo cual despidió a sus más calificados recursos humanos, improvisando así su desenvolvimiento comercial, administrativo y gerencial.
Por una parte, los niveles de excelencia que alcanzó PDVSA los sacrificó el gobierno en razón de los claros objetivos políticos que se había trazado para subsidiar su ineficacia, a la vez de mantener la lealtad de una agrupación política por la descarada vía clientelar. Por otra, haciendo trizas las consistentes y exitosas políticas ensayadas por los distintos gobiernos democráticos que bien emblematiza el proceso de apertura petrolera, reorienta a la industria por los caminos del fracaso: en lugar de industrializar el petróleo y de ampliar sus posibilidades de comercialización, pretende volver al viejo esquema rentista, pues, privilegia la realización de los precios con sacrificio de la producción, tiene planes de vender importantes empresas como CITGO, pierde aceleradamente mercados y –por si faltase un detalle- ha suscrito un acuerdo que lesiona los intereses del país, con la Cuba fidelista que –además- no paga el petróleo que le damos y también lo comercializa internacionalmente, configurando así un subsidio a la dictadura.
PDVSA es hoy, apenas, una caricatura de lo que fue una empresa motivo de orgullo para los venezolanos. Y somos enteramente solidarios con el personal arbitrariamente despedido de la industria, aspirando que en un futuro no muy lejano vuelvan a ella en un contexto radicalmente distinto al hoy impuesto.
La inmoralidad de un proceso
El argumento del que se sirvió principalmente Hugo Chávez para ascender al poder, fue el de una aguda corrupción del poder establecido. No perseveró por entonces en la lucha concreta contra el flagelo, denunciando hechos y situaciones que lo afianzaran como un combatiente contra los vicios y corruptelas de la administración, como se evidenció en el intenso y difícil proceso que incluyó la renuncia y el enjuiciamiento por malversación de una partida secreta de un presidente elegido democráticamente.
Los golpistas de 1992 tuvieron la habilidad de apropiarse de un discurso y de una simbología que los abanderó como cruzados de la honestidad, la honradez y la transparencia aún cuando –hasta el día de hoy- no han explicado convincentemente el financiamiento externo de sus campañas electorales, a todos los venezolanos y –además- a los propios seguidores que dijeron no sospechar de la irregularidad.
El ejercicio del poder ha evidenciado las flaquezas éticas de los sectores oficialistas y el reino de la impunidad con el que gozan al apropiarse de los dineros públicos, emplear o desviar los recursos del Estado para sus actividades proselitistas y personales. Hechos como los suscitados en el FUS, en el FIEM o el Plan Bolívar 2000, la creación de una banca popular que beneficia a reducidos elencos clientelares y –disponiendo de otro régimen jurídico- adquiere bonos de la deuda pública en un porcentaje alarmante, o –irónicamente- asistimos a un incremento de las partidas secretas y sendas desviaciones de recursos, permitiendo catalogar al régimen como el de la entronización del peculado, del peculado de uso y de la malversación como fórmulas existenciales: el apoyo de algunos núcleos políticos no se entiende sin los dividendos que la cercanía al poder reportan, lo cual se ha intentado ampliar a otros sectores (los círculos dizque bolivarianos), configurando los elementos clientelares y prebendarios de un populismo renovado.
El discurso del que se apropió Chávez en una oportunidad, está hecho trizas por las realidades. Ya no concita el respaldo siquiera emocional de los que un día lo apoyaron, pues, luego de clamar a los cielos por la suerte de los niños de la calle u ofrecer la residencia presidencial para ayudarlos, adquiere un lujoso avión con tecnología y confort de punta para probar los itinerarios inútiles que tampoco dicen de una política exterior sobria y coherente, a menos que se diga tal las incursiones tremendistas en foros internacionales y la cooperación que le ha brindado a dictadores de universal fama. De hecho, en los foros internacionales, hay una constante repetición de quejas y reclamos que no se compadecen con los esfuerzos realizados en el país para subsanar o solventar la crisis mancebada en los sectores más vulnerables de la población.
De una a otra oposición
La protesta opositora ha pasado de sus niveles difusos y sociales a los concretos y políticos como respuesta inevitable a una crisis compartida por todos, aún los que moralmente dicen apoyar a un régimen cuyos personeros tienen un estilo de vida personal reñido con los principios que proclaman. Ya no se trata sólo de desplazar por la vía pacífica y democrática a un gobierno que habla de los derechos humanos y de una economía libre, mientras que apela a una Constitución donde coexisten los elementos de una clara vocación autoritaria, con un altísimo grado de discrecionalidad presidencial (ya de por sí extremo), sino de resolver los más urgentes problemas que –sugiere- la superación de un régimen teñido de las viejas doctrinas de seguridad nacional, para refundar la democracia y adoptar un modelo de desarrollo diferente.
La desconfianza hacia la institución partidista languidece muy lentamente. Hemos probado que no basta la simple espontaneidad de la protesta, expuestos a toda suerte de aventuras, como lo vivimos el 11 de Abril de 2002. Independientemente de las convicciones que se tengan, es necesario organizar los esfuerzos, ofrecer un proyecto de país básico y sustancialmente democrático, articular una estrategia con la paciencia y la certeza que reclaman las circunstancias y, sobre todo, contar con elencos conductores fiables.
Entendemos que las movilizaciones hacia los lugares tenidos de alta peligrosidad, donde el ejercicio del terrorismo se agrega a las penurias de sus pobladores, ha sido posible a través de la voluntad de las organizaciones partidistas capaces de asumir el riesgo. Ello significa no sólo su reivindicación, sino la de una oposición que haga –precisamente- política, aceptando la pluralidad, las experiencias y destrezas que reclama un gobierno de característics desconocidas en muchos años.
Ante el chavismo histriónico
El poder debe reflejar toda la complejidad de la sociedad venezolana que no es la misma del siglo XIX, como enfermizamente lo supone el chavismo. Por ello, la necesidad de una democracia pluralista, crítica, tolerante y de sensibilidad social, con apego a las libertades y dispuesta a superar los dramáticos índices de miseria y de pobreza agravados durante el actual gobierno.
Un régimen que ha violado reiteradamente la Constitución que él mismo se dio, como suele ocurrir con todo autoritarismo, amerita de un esfuerzo opositor creador, convincente y audaz que a la vez evite la tentación de aquellos atajos que puedan agudizar la crisis actualmente vivida.
Una oposición con sentido realista no significa renuncia a aquellos principios y valores que históricamente la legitiman, sino imaginación suficiente para despejar los caminos constitucionales que permitan el desplazamiento democrático y pacífico de Hugo Chávez del poder como anuncio e inicio de una etapa de recuperación económica y social, así como la de una estabilidad política tan urgente frente a los inmensos daños que ha propinado a la convivencia social, al aparato productivo y a la propia esperanza y certeza de compartir los venezolanos un mismo destino.
Hemos reconocido y celebrado la insurgencia cívica y pacífica de la población, a través de la sociedad civil organizada y de los partidos políticos, acompañánda con el propio testimonio y peso de las convicciones. Al mismo tiempo de no abandonar la calle y los distintos escenarios de lucha contra el régimen autoritario de Hugo Chávez, redundando en el esfuerzo solidario contra los abusos del régimen, COPEI pudo –por ejemplo- elegir de manera universal, directa y secreta de la militancia a la dirigencia partidista en todos sus niveles.
La Coordinadora Democrática la asumimos como una iniciativa del consenso opositor que equivale a la búsqueda de una eficacia del mensaje capaz de trazar rumbos de entendimiento para las venideras etapas históricas: la dramática situación de pobreza y de miseria a la que Hugo Chávez ha condenado a una inmensa mayoría de los venezolanos, en sí misma, constituye un llamado de desesperación para modelar una Venezuela de prosperidad y de equidad en libertad que los socialcristianos escuchamos con la humildad de los éxitos y errores que nos acompañan, como ocurre con toda realización humana.
Insistimos en la lucha frontal contra un régimen al que le falta poco para sincerar su parentela con el totalitarismo cubano, ayudando a contribuir a una cultura democrática que hasta ahora lo ha impedido. La Democracia Cristiana Venezuela es expresión de las distintas generaciones de venezolanos que exhibimos y ponemos a prueba nuestras credenciales éticas y morales, intelectuales y de valor personal para afrontar el reto.
Confiamos que el referendum revocatorio va a celebrarse a pesar del sabotaje y las dilaciones de un oficialismo que tiene el inmenso miedo de contarse en las urnas electorales, por lo que prefiere hacerlo a través de las urnas de la morgue. Sin embargo, las penurias que hemos pasado por intentar designar la directiva del CNE, a guisa de ilustración, no debe desanimarnos, pues resistir es la consigna de esta hora y constituye un precio al que –simplemente- nos desacostumbramos para alcanzar las soluciones esperadas.
El chavismo histriónico, que ha pisoteado los derechos humanos mientras con cinismo se dice partidario de la paz, asiste a los foros internacionales para saciar su apetito de protagonismo a la vez que subsidia los aplausos de propios y extraños, y tiene por emblema un lujoso y cómodo avión presidencial mientras los niños venezolanos sufren de hambre y enfermedades, no detendrá la determinación de la inmensa mayoría de los venezolanos por derrotarlo en las urnas.
El régimen chavista que ha hecho de la corrupción, la ineficacia y el despilfarro sus mejores banderas, está mordiendo el fango de la desesperación por lo que –manchados- flamean sendos proyectos de leyes destinados a coartar la libertad de expresión o dominar enteramente al Tribunal Supremo de Justicia, además de violentar los procedimientos parlamentarios y –financiados principalmente por el Ejecutivo- poner en marcha los dispositivos del terror, los círculos mal llamados bolivarianos. Leyes como la de Educación, Antiterrorismo, Participación y la de la Fuerza Armada ya están en la mira de los laboratorios del gobierno, para ensayar el oscuro camino de su aprobación con las mismas armas que acostumbra a empuñar para burlar a la opinión pública.
Condenamos y rechazamos cualquier intento de amordazar a los medios de comunicación social, entendiendo que el chavismo pretende silenciarlos con miras al referendum revocatorio que es indetenible, amén de perfeccionar el perverso propósito de convertirnos en una gigantescas prisión totalitaria.
Hugo Chávez le ha hecho un gran daño a la Institución Armada, partidizándola. La misión fundamental y especializada que debe cumplir, está mediatizada por las tareas que le impone el chavismo, arriesgando nuestra integridad territorial y afiliándonos a las estrategias desarrolladas por fuerzas irregulares como las que están presentes en Colombia.
El criterio para ascender a un oficial depende de la conexión oportuna que tenga con el régimen y de las diligencias que haga a su fervor, desnaturalizando la propia vida de los cuarteles. Chávez entiende que el partido político por excelencia, que lo sustenta, es la Fuerza Armada y –en consecuencia- ella ha sufrido de todo el desprestigio e impopularidad que lo arrastra a él.
Hastío y sobriedad
El fracaso fundamental del régimen reside en el financiamiento del soporte populista del que se ha servido al aventurarse en el poder y agravar la crisis: las divisas petroleras ya no alcanzan y, a través del IVA, del impuesto al débito bancario y el que probablemente implementará para la gasolina, ha condenado a todos los sectores a sufragarlo sin que les reporte beneficio social alguno. Las prácticas clientelares y prebendarias, aunadas a la corrupción generalizada, desmontan a un gobierno que carece de una sólida interpretación de los tiempos que se viven, sincerado su mero afán de preservar el poder.
No es posible persistir en un modelo de desarrollo rentista, cuya agonía trae inevitables experiencias autoritarias cuando la ausencia más notoria es la de un proyecto de país distinto, con elencos actualizados que discrepen en torno a una agenda de modernización y no sobre un pasado que – irrecuperable- debe ocupar su adecuado lugar. Esta vez, la crisis es la del pensamiento político.
Los sectores de oposición están llamados a una innovación sin precedentes. Es en el mundo de las ideas, de los hábitos, del testimonio donde podemos localizar la mejor esperanza que se traduzca en el coraje y la imaginación personales necesarios para asumir el nuevo ciclo sin complejos. Hastían las pretensiones y vanidades de los que –por el único hecho de presenciar la agonía del régimen- se creen predestinados a sustituirlo.
Hacer política en la Venezuela contemporánea significa contraponerse a las banalidades que hicieron posible el ascenso de Chávez. Por ello, los días que vendrán serán más duros, pero ya –con la experiencia prácticamente quinquenal, padecida- hay ese otro soporte necesario de cultivar: el soporte ciudadano. Es decir, algo más sobrio de lo que estiman muchos anti-chavistas de la hora.
Notas:
(1) Lazo Cividanes, Jorge. “Una vuelta al populismo ´clásico´: el caso de Hugo Chávez”, en: Revista Venezolana de Ciencia Política. Centro de Investigaciones de Política Comparada. ULA. Mérida, Nr. 21 de enero-junio de 2002, p. 76 s.
(2) Chávez Frías, Hugo. “Mensaje anual a la Asamblea Nacional. Caracas, 17 de Enero de 2003”, en: “El golpe fascista contra Venezuela”. Ediciones Plaza. La Habana. 2003, p. 186 s.
(3) Comentaba Arturo Croce: “A la vuelta de ciento cincuenta años aún nos parece más fácil y valedero aquello que llevó a Bolívar a aceptar mandatos que el mismo se encargó de hacer desaparecer al cesar la urgencia y oportunidad de los mismos. No es que hoy deba negarse el valor político de los poderes discrecionales, cuando el caso lo pide como un reclamo de interés colectivo al mandatario legítimo. Pero a la vuelta de tantos años de valiosas y duras experiencias no se puede ni se debe ser más papista que el Papa”.Vid. “El país de frente: El hombre, el sembrador”. El Nacional, 10 de Enero de 1965.
(4) Rey, Juan Carlos. “Problemas socio-políticos de América Latina”. Editorial Ateneo de Caracas – Editorial Jurídica Venezolana. Caracas. 1980, p. 160.
(5) Ibidem, p. 162.