La política: proyecto o acertijo
El final de un siglo que ciertamente funcionó como un gran campo de experimentación de las más diversas fórmulas ideológicas por parte de concepciones voluntaristas de la política, y que finalmente derivó en un aparente triunfo (casi) universal de los principios y procedimientos de la democracia liberal, se ve dominado, por un estado de ánimo diferente al que presidió el término del siglo XIX. El filósofo político Luis Salazar ha precisado que en el siglo XIX lo que privaba en algunos ciudadanos era el miedo a las masas y a la democracia , en nuestro tiempo predomina la mala fama de la política, más aún, encontramos en muchos ciudadanos una visión no sólo desencantada, sino profundamente negativa de la política.
De manera que la política ha pasado de ser un proyecto colectivo noble y de servicio a sinónimo de desarraigo, engaño y casi acertijo. La política como proyecto, como ciencia y arte vuelve a ser tema en importantes debates y foros que tienen casi en común una visión crítica o negativa de esta última, partiendo del estado en que se encuentra y que genera un impacto tremendo en nuestros ciudadanos conmovidos, muchas veces con esperanzas y también muchas veces traicionados con esta última.
Son muchos los autores consagrados que señalan de forma contudente y responsable que a la política le corresponde tomar decisiones y ofrecer cauces que den cuerpo a la igualdad política, estimular la participación y movilizar al ciudadano. Para ello hay que empezar por identificar los signos más visibles de la debilidad democrática. En especial, de esa debilidad que acentúa la distancia y desprestigio de la política y que amenaza con convertirla en un formalismo sin sustancia ni credibilidad.
La insatisfacción con la política en América Latina (lo hemos señalado de forma reiterada y hasta la saciedad) tiene mucho que ver con el funcionamiento de nuestras democracias y con las instituciones. Y en ese sentido, los ciudadanos esperan y desean que la política al igual que la democracia integre unos valores y contenidos mínimos que nunca debieron estar relegados en el mejor de los casos y ausentes en el peor de los casos.
Hay una valoración positiva de la democracia y de la política, sin embargo, se perciben reservas en muchos ciudadanos y es natural, dado los escasos rendimientos que muchas veces tiene la política y la democracia para estos últimos .
Lo cierto del caso es que “el malestar de la política” es un fenómeno e indicador que deber ser traducido e interpretado por la ciencia política. De entrada expresa desconcierto, cuestionamiento y hasta desarraigo con una política, con una forma. Queramos aceptarlo o no, la crisis de la política ha traído consigo el debilitamiento de los sentidos compartidos y de los lazos de los ciudadanos para con la política, provocando una sensación u estado de vació, de rechazo y hasta nihilismo. Tal vez encontremos que la presencia del nihilismo del cual nos hablan algunos autores no es más que la expresión del desarraigo frente a la política y de la perdida del sentido y valoración de la comunidad como sumatoria de las iniciativas y lazos ciudadanos.
El malestar de la política se presenta como una situación que va de la mano y es consecuencia al mismo tiempo de la pérdida de sentidos, de horizontes y certidumbre, y fundamentalmente de una despolitización y exclusión que por momentos divorcia cada vez al ciudadano de la política como instancia que se torna incapaz de incidir favorablemente en la producción de órdenes y niveles de vida más dignos en consustanciados con un verdadera condición humana y ciudadana. La política debe dejar de ser un acertijo y convertirse antes que nada en un proyecto colectivo que sume, que agrupe a los ciudadanos alrededor de unos valores y metas comunes. De lo contrario la banalización, el pragmatismo y los discursos vagos y mesiánicos seguirán teniendo adeptos. Veremos …
(*) Politólogo – Magíster en Ciencia Política