Un plazo para el CNE
Ya es común observar que el discurso parlamentario cobra mayor importancia en el encuentro de pasillo con los periodistas que en los abalorios de la cámara. Frecuentemente, la cita decisiva es con la opinión pública en lugar de la Gaceta Oficial que recoge lo que –sabemos- aprueba inicialmente el Gran Legislador de Miraflores.
Requeridos de una mayoría calificada, el oficialismo no cede en su empeño de controlar un CNE tan urgente a los fines del referendum revocatorio. No ha sido posible el chantaje, aunque se ha dicho de algunas tentaciones en las bancadas opositoras. Lo cierto es que el pueblo está vigilante y no aceptará cualquier maniobra gubernamental encaminada a silenciarlo y, menos, entenderá el gesto de desesperación de quienes –opositores- cedan sus esfuerzos al logro formal del elenco electoral para darle la espalda a una exigencia de la hora.
Un quinto miembro que no reúna los mínimos y comprobados requisitos de imparcialidad, por la prisa de sacar la directiva, traerá consecuencias incalculables. La desconfianza reina luego que el oficialismo dictó cátedra de ventajismo a partir de 1999, pretendiendo deshacer en nombre del “soberano” todo lo que –por fortuna- aún tenemos de cultura política democrática.
El plazo que ha fijado la oposición para zanjar el problema, sin prolongarlo con los juegos de un gobierno desesperado, constituye un acierto. Chávez podrá insistir en el camino del sabotaje institucional, probará de nuevo convocar las sesiones en El Calvario, calculará una enmienda o su propia renuncia en el intento de sorprendernos con mayores dosis de inestabilidad, materia prima de una gestión que –social y económicamente- nos ha hundido, pero –trasladada al Tribunal Supremo de Justicia la decisión definitiva, a objeto de completar la directiva del CNE en caso de que no hubiese acuerdo parlamentario- lo ponemos al descubierto, forzado a sincerar cada vez más su empeño continuista.
El testimonio fundamental reside en una Asamblea Nacional que, es necesario decirlo, luce peor que el Congreso de la República. Y, al fijar un plazo, la oposición salva así su responsabilidad, sin dejarse arrastrar por la alevosa infuncionalidad del foro parlamentario, pieza secundaria para el sentimiento diz que republicano de los que gobiernan.
Luces, cámaras y acción
La asunción de los asuntos públicos como un espectáculo siempre pasajero, comenzó entre nosotros a mediados de los noventa. El cuestionamiento más feroz estuvo centrado en la institución partidista, más que en determinadas conductas e iniciativas de los partidos.
Cuestionamiento que impidió actualizarla, debido a una cómoda satanización que favoreció –justamente- a los que no creen en la política y en lo político como un fenómeno visible y compartido, y difirió también la emergencia de aquellas corrientes que, por entonces, mantuvimos una postura crítica y paciente.
Cuando el país está de regreso de los fuegos fatuos, el presidente Chávez insiste en un estilo, en una forma que pretende sustituir el contenido, el fondo. Procura no dar oportunidad para una interpelación de su gobierno, propagandizando al extremo una gestión que ya está en los huesos y a la vista de todos. Las últimas cadenas, luego de fallar una transmisión televisiva sobre la cual ha caído el manto del misterio, lo exhiben como el animador de un costoso programa de variedades, rodeado de pantallas que marcan los breves pasillos de un libreto que los domingos, como si fuese un comentarista hípico que se permite ciertas liberalidades, tiene en el micrófono y en el teléfono herramientas más convincentes que la cámara de televisión y el juego de luces.
El magistrado dice desenvolverse con tino envuelto por una utilería que –ésta vez- cambia lo que entendemos por los símbolos del Estado. No tiene por trasfondo el hemiciclo parlamentario al tejer las anécdotas que desdicen de una sobria rendición de cuentas ni Los Próceres que lo obligan a un mínimo de postura marcial, sino todo un universo de ilusiones que –tardío descubrimiento después de aspirar a las Grandes Ligas – constituye su más creíble vocación.
Puede decirse que las últimas incursiones televisivas del mandatario nacional supera con creces la “boutade” de Bucaram al comer pollo con las manos. Y no porque seamos devotos de Carreño, autor de un manual que ha sobrevivido a las constituciones políticas que nos hemos dado, sino por lo que hemos entendido, asumido y caracterizado por antipolítica en este lado del mundo: ésta se hace de banalidades representativas que, al conjugar las cámaras y las luces de un estudio, abonan a una patología angustiosa, mientras la crisis real y objetiva es la que actúa y nos agobia.