En medio de la tormenta
Si las revoluciones se caracterizan por las profundas convulsiones que provocan, independientemente de sus propósitos, sus logros y sus objetivos, no cabe ninguna duda de que Venezuela ha estado viviendo una revolución de proporciones desconocidas antes por la mayoría de sus habitantes, muchísimos de los cuales no habían nacido el 23 de enero de 1958, cuando el país viviera su última transformación revolucionaria.
Desde el primer escrito aquí publicado, redactado durante la campaña electoral que llevara a la presidencia al teniente coronel Hugo Chávez, sostuvimos la hipótesis de que él y las fuerzas mayoritarias que le acompañaban representaban el epílogo probablemente sangriento de todo un período histórico, ya definitivamente colapsado: el emergido precisamente con el levantamiento insurreccional del 23 de enero de 1958 y que implementara un modelo rentista petrolero de centralismo estatal. Los cuatro años transcurridos desde la ascensión al Poder del actual presidente han venido a corroborar dicha hipótesis, así las formas de este proceso de agónico final se hayan travestido de transformación y cambio.
En la práctica, la “revolución bolivariana” ha sido la apoteosis de los peores y más graves desatinos cometidos durante los cuarenta años de estatismo democrático. En ambos sentidos del significante: culminación espectacular de un proceso y deificación de un sujeto. El centralismo estatista, cuyo desmontaje se pusiera a la orden del día hace ya 15 años, con el gobierno de Carlos Andrés Pérez II y su proyecto de reforma del Estado, ha alcanzado las alturas de la caricatura, al personalizarse en la figura caudillesca y carismática de Hugo Chávez. Guardando las debidas distancias, bien podría y quisiera decir, como Luis XV: “lÉtat c’est moi” – el Estado soy yo. Llevado por una voluntad casi dionisíaca de Poder, ha concentrado de tal manera la gestión de los asuntos públicos en sus propios caprichos y decisiones, que cualquier observador desapasionado se asombraría de constatar que, amén del régimen, es fundamentalmente él quien suscita el rechazo desesperado de una inmensa mayoría del país que hoy, según las más objetivas encuestas, supera largamente el 75% de la población.
Antes de entregar a la imprenta este escrito, arrastrado por la tardanza impuesta por los propios hechos, releo las últimas páginas que preceden y constato, no sin cierta melancolía, lo superados que están los hechos allí relatados. El dólar, cuyo valor había alcanzado el insólito precio de Bs. 1.025, se encuentra hoy a Bs. 2.200, y es inencontrable. Posiblemente, cuando este libro haya sido editado, pueda que se encuentre a Bs. 3.000. Para qué hablar del futuro, hoy absolutamente indescifrable. Se ha vuelto a declarar, creo que por octava vez desde aquel nefasto viernes negro de Luis Herrera Campins, un sistema de control de cambios. Y a dos meses de la suspensión por parte del Banco Central de la subasta diaria de divisas, aún los venezolanos no cuentan con un régimen vigente: es imposible obtener divisas, a no ser a través del lógico y automático correlato de todo control cambiario: el mercado negro.
Desde septiembre del año 2.002, última fecha que rubricara la postdata de la nota introductoria a este libro, Venezuela ha vivido los hechos más dramáticos y conmovedores, algunos de ellos de signo claramente aterrador, que se vivieran desde los tiempos de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, hace ya más de medio siglo. Entre otros, comienza a hacerse habitual contar en la vida cotidiana de los venezolanos con la presencia del terror y del asesinato políticos, cosa que ni el más pesimista de los adversarios de Hugo Chávez hubiera siquiera imaginado en la inocencia de la campaña electoral que lo sacara del anonimato y en menos de un año lo catapultara a la presidencia de la república.
El fantasma de la guerra civil comienza a adquirir contornos verosímiles y reales. A la emergencia de actos de terrorismo de claro signo político, profesional y muy posiblemente internacional, se suma la injerencia cada vez mayor de las guerrillas colombianas en territorio fronterizo. Según denuncias de altos funcionarios del departamento de defensa de los Estados Unidos, Venezuela no es sólo territorio de repliegue y descanso para efectivos de las FARC: muy probablemente su máximo líder, el comandante Tirofijo, se habría refugiado en territorio venezolano desde el término mismo de la vigencia de la zona de despeje y el fin de las conversaciones entre el gobierno colombiano y las guerrillas de las FARC.
En estos últimos seis meses, el hecho más importante y significativo del abierto y aparentemente mortal enfrentamiento entre la oposición y Hugo Chávez y su régimen, fue el paro nacional realizado por Fedecámaras, la CTV y los trabajadores y empleados petroleros, que paralizaran el país durante los meses de diciembre de 2002 y Enero de 2003, con un balance terrible para la economía nacional y el tejido social y político del país. La industria petrolera recibió un golpe del que posiblemente tarde muchos años en recuperarse. El gobierno respondió a las exigencias de millones y millones de manifestantes que realizaran la campaña más cívica, pacífica y entusiasta de la historia del país y, posiblemente del continente entero exigiendo la realización de elecciones generales, radicalizando aún más sus posiciones, expulsando de sus cargos al 50% de la nómina de la industria petrolera y arriesgando así la liquidación definitiva de la empresa más importante del país. Hoy, el presidente de Fedecámaras se encuentra detenido, el presidente de la CTV ha debido pasar a la clandestinidad y existen ordenes de detención contra los más importantes dirigentes de la industria petrolera.
La pérdida de los ingresos petroleros presagian una crisis económica y social sin precedentes. La industria no ha recuperado el 40% de su nivel productivo, el desempleo ya ronda el 26% de la fuerza laboral y en la práctica, apenas dos de cada diez venezolanos dispone de un empleo estable y seguro. La pérdida del PIB estimada para estos primeros cuatro años de gobierno se aproxima al 16% y hay quienes aseguran que sólo en este año, puede alcanzar el 20%. Venezuela se encuentra en medio del temporal.
Posiblemente no haya existido en la historia contemporánea de Venezuela una personalidad más desquiciada y embriagada por una voluntad más aterradora de Poder, que la de Hugo Chávez. Ni animada por una vocación más destructiva. Hablando de Yago, el tenebroso personaje del Otelo, William Hazlitt nos dice que Shakespeare “sabía que el amor al poder, que es otro nombre del amor a la maldad, era natural al hombre”. Sin afanes de generalización, por lo menos Hugo Chávez ha terminado por demostrar que pertenece a esa clase de déspotas en que el amor al Poder y el amor a Maldad se convierten en una sola voluntad.
Venezuela, en estos seis meses, ha tenido el triste privilegio de ingresar a la agenda internacional como una de las tres naciones más conflictivas del mundo, junto a Irak y Corea del Norte. La objetiva posibilidad de una guerra civil ha llevado a la Organización de Estados Americanos, OEA, a dictar la resolución 833 por medio de la cual se reconoce a la Coordinadora Democrática como la representación de la oposición venezolana, considerada parte beligerante en el conflicto, al mismo tiempo que se establece una Mesa de Negociación y Acuerdos entre oposición y gobierno, a quienes se insta en nombre de la Asamblea General a negociar una salida pacífica, democrática y electoral a la grave crisis de gobernabilidad que sufre el país. Por la misma resolución se encomienda al Secretario General, César Gaviria, la tarea de facilitar dichas negociaciones, conjuntamente con el Centro Carter y el Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y a establecerse en el país hasta llevar a buen término el objetivo asignado
Dichas conversaciones se iniciaron el 3 de diciembre de 2002. El presidente Jimmy Carter, después de estudiar las posibilidades que establece la constitución bolivariana, propuso dos vías para resolver el conflicto en el marco de las determinaciones constitucionales: una enmienda constitucional o un referéndum revocatorio, a realizarse el 19 de Agosto de 2003, un día después de cumplirse la mitad del período, tal como lo establece dicha constitución. Más de tres meses después, salvo la firma de una declaración contra la violencia obtenida tras fatigantes conversaciones y violada por las autoridades de gobierno al día siguiente de su firma, con saldo de muertos y heridos en hechos de terrorismo político hasta hoy no esclarecidos, dicha Mesa no ha avanzado absolutamente nada en el tratamiento del tema electoral, objetivo prioritario de la misma. Tan grave ha parecido el estancamiento de las conversaciones provocado por el permanente sabotaje de las autoridades del régimen, que la comunidad internacional se vio en la necesidad de constituir un Grupo de Amigos de Venezuela, a instancia del Secretario General y del presidente del Brasil, Luis Ignacio da Silva, con el exclusivo propósito de respaldar a César Gaviria y sus gestiones por garantizar una salida a la crisis. Lo constituyen Brasil, México, Chile, Estados Unidos, España y Portugal.
La comunidad internacional, primero desinteresada y luego de los hechos del 11 de Abril de 2002 antes favorable al gobierno que a la oposición, ha vivido en estos últimos meses un dramático vuelco a favor de las posiciones de la oposición venezolana y de la Coordinadora Democrática, su instrumento unitario de acción. Actualmente, la preocupación de los Estados Unidos y de la comunidad internacional en su conjunto por la temible aparición del terrorismo político en el escenario venezolano y la evidente voluntad autocrática del presidente y la radicalización de la violencia y el terrorismo de Estado por parte del régimen, han llevado a un aumento de las presiones internacionales por encontrarle una salida al conflicto venezolano. ¿Dictadura o Democracia? La encrucijada frente a la que se debate el país ha adquirido dimensiones terminales.
La gravedad de la situación económica y social permite presagiar graves y explosivos desórdenes, incluso un levantamiento social de proporciones tanto o más graves que las vividas durante el Caracazo del 27 de Febrero de 1989. Las condiciones objetivas son inmensamente más graves: el desempleo castiga a la inmensa mayoría de la población laboral, la pobreza se ha hecho masiva y extrema, alcanzando a vastos sectores de la clase media profesional, los servicios públicos, especialmente sanitarios y hospitalarios, se encuentran completamente colapsados y el odio ha desplazado cualquier otra forma de comunicación entre los distintos sectores de la población. El país está viviendo su crisis terminal. Un país que ha sido desde la segunda guerra mundial un polo de atracción para la inmigración ha visto a cientos de miles de sus hijos abandonarlo en busca de trabajo y horizontes. La pérdida en talento y capacitación será difícilmente recuperable.
Si bien la oposición ha logrado una muy poderosa acumulación de fuerzas sociales, logrando la que posiblemente haya sido la más gigantesca movilización popular en la historia de América Latina, convocando marchas y manifestaciones que han reunido a millones de opositores, y la logrado articular una importante organización unitaria – la Coordinadora Democrática, reconocida internacionalmente como la válida interlocución de las fuerzas opositoras -, no ha sido capaz todavía de articular una estrategia capaz de terminar por desplazar del Poder a Hugo Chávez, poniendo fin a su régimen, objetivamente deslegitimado.
El colapso de las instituciones democráticas llamadas a equilibrar los poderes y de las fuerzas armadas, cuya auténtica finalidad debiera ser la defensa de la soberanía y del sistema democrático que las constituye, ha terminado por avasallarlas y someterlas al absoluto servicio del caudillo, desapareciendo así cualquier posibilidad de arbitraje entre las fuerzas enfrentadas. Ello le resta toda base de sustentación real a aquellos sectores que, en el seno de la oposición, aún hoy continúan reclamando la intervención de las fuerzas armadas, supuestamente constitucionalistas, en la resolución de la crisis, cuestionando al mismo tiempo las salidas estrictamente políticas y constitucionalistas dominantes en el conjunto de los partidos políticos, desde Bandera Roja, la Causa R y el MAS, hasta Primero Justicia y Proyecto Venezuela. Continúa presente, pues, la división de la oposición al chavismo entre quienes quisieran recurrir al medio más expedito e inmediato, inconscientes de su imposibilidad real y quienes insisten en salvaguardar el constitucionalismo tanto como sea posible. Mientras aquellos no han logrado otras cosa que agitar el fantasma del golpe, sin ningún efecto real que no sea la existencia de un foco de movilización política adelantada por oficiales disidentes establecidos desde noviembre del 2002 en la Plaza Francia, de Altamira, los segundos han consolidado la activa participación internacional, el notable fortalecimiento de la posición opositora entre los medios de opinión mundiales y el progresivo predominio de la política y la civilidad en la resolución de la crisis.
Al inmediatismo desesperado que empujara a acciones casi suicidas, como el paro empresarial y laboral de diciembre-enero, comienza a imponerse la necesidad de racionalidad política, el diseño de una gran estrategia de mediano y largo plazo y la búsqueda de formas de organización unitaria que permitan terminar por derrotar electoralmente al presidente de la república y dar paso a un proceso de transición. Para ello se cuenta con el respaldo de países que vivieran procesos semejantes en condiciones, a veces muchísimos más difíciles, como Chile y España. En comparación con la situación que imperaba en el país cuando comenzamos la redacción de estos escritos, Venezuela ha recorrido un largo camino de crecimiento. La unidad de los factores que lideran las fuerzas políticas opositoras se ha puesto a la orden del día. Aún estamos en medio de la tormenta. Pero ya comienza a avizorarse el futuro. La radicalización del «proceso» y la emergencia del terrorismo, practicado incluso por el Estado, son prueba más que evidente de su creciente aislamiento y desesperación. Inimaginable cuando escribiéramos el primer ensayo que abre las páginas de este libro, cuando un 90% de los venezolanos aclamaba al caudillo, sin siquiera sospechar el abismo al que se lanzaba. Estábamos entonces en absoluta minoría aquellos que desde el 4 de febrero de 1992 tuviéramos plena conciencia de la maldad que encubrían sus propósitos. Hoy casi somos el país entero. Como para tener confianza en el futuro.
Caracas, Marzo de 2003.
(*): Prefacio al libro Dictadura o democracia: Venezuela en la encrucijada , de próxima publicación.