No hay causa sin interés
“Los políticos, ni amor ni odio. El interés, no el sentimiento, es la brújula que los guía”
Lord Chesterfield
Estadista británico
Cualquiera que esté al tanto de lo que ocurre en el mundo —y España no es ajena a tan policromo mosaico— no necesitará ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que vivimos insertos en una profunda crisis, en la que como frágil castillo de naipes, se están desmoronando los grandes sistemas. Como consecuencia de este proceso se está produciendo una grave convulsión social que está llevando a millones de seres humanos a un estado de pobreza crítica. Son los frutos de la creciente injusticia social en la que se desenvuelve la sociedad de nuestro tiempo, y como decía al principio, y salvando las distancias de cada región de la aldea global, España no es ajena a esta conmoción.
De hecho, hace meses que los partidos políticos españoles iniciaron la carrera electoral y es frecuente comprobar como cada uno, desde el punto de vista que más conviene a sus intereses, instrumentaliza a los millones de españoles que viven en el umbral de la pobreza.
El Instituto Nacional de Estadística hizo público la pasada primavera, que uno de cada cinco españoles, el 22,2%, vive con menos de 7.961 euros anuales. Para el que no forma parte de esa masa de infortunados, estos datos no son más que un anónimo, difuso y frío inventario. Una nube gris que ensombrece la luminosidad del estado de bienestar y que es de desear que el viento la lleve a otras latitudes ajenas a nuestro entorno. No interesa saber que esa nube se ha formado con las de lágrimas nacidas del dolor de esos millones de seres humanos que dan forma a la enorme masa que señala el índice de pobreza español. No queremos darnos por enterados de que cada una de esas lágrimas ha resbalado antes por la mejilla de un rostro que tiene nombre y apellidos. Que han salido de los ojos de aquellos, que un día, afrontaron su futuro llenos de proyectos e ilusiones y han visto rota su vida al encontrarse en una situación en la que de ninguna manera pueden cubrir sus necesidades más perentorias, y mucho menos, hacer frente al infortunio de un gasto imprevisto. Son las lágrimas de los parientes pobres de cada familia, que cuando lo son demasiado, dejan de ser parientes.
Este es un drama que debería caer sobre las conciencias —quisiera creer que la tienen— de todos y cada uno de aquellos a los que mantenemos con nuestros impuestos, de quienes nos gobiernan y de quienes aspiran a gobernarnos. Pero desgraciadamente no es así.
No tendrían razón de ser los médicos si no existieran las enfermedades. No tendrían razón de existir los sindicatos, si cada trabajador tuviese en la sociedad su puesto de trabajo justamente reconocido y remunerado, en función de su dedicación y conocimientos.
Aplicando esta lógica aplastante, si no se mantuviera a una parte de la sociedad en condiciones de extremada insuficiencia socio-económica, tampoco tendrían razón de ser todos aquellos que se dedican cada día a denunciar la pobreza, la desigualdad, las enfermedades, la dominación y el atraso, pero no toman medidas para remediar esta dolorosa situación cuando tienen el poder en sus manos. Por el contrario: se afanan en provocar más incultura, más endeudamiento, más miseria, más abandono y desasistencia, más necesidad, mayores desequilibrios, mayor desprecio a la libertad y la democracia —de las que por cierto, se erigen en abanderados—, más sectarismo, más ausencia de servicios, mayor despilfarro, mayor aflicción, y mayor impotencia y pobreza.
Lo más sorprendente es que en el transcurso de la humanidad siempre ha habido desvalidos abandonados a su suerte y voces de aquellos que se alzaban denunciando la inmoralidad pública, las inexcusables discriminaciones sociales de toda índole, el persistente mantenimiento de un alto índice de paro, la arbitraria e interesada aplicación del gasto público, y todo ello perpetuándose en el transcurso de la historia, cuando quienes así clamaban y claman, han tenido y tienen los medios en sus manos para corregir todo lo que secularmente vienen denunciando. Son los eternos profesionales de la denuncia que dudo que fueran capaces de ganarse la vida, si no tuvieran algo que condenar.
Resulta sospechoso que se apele a la solidaridad, cuando ésta no tendría necesidad de existir, de imperar una auténtica justicia social.
¿No será que es necesario perpetuar la pobreza y la injusticia para justificar la existencia de quienes claman contra ellas?
Y es que no hay causa sin interés. Lo que hay, es interés en la causa.